Carta Pastoral en el Día Nacional del Apostolado Seglar y de la Acción Católica.

“Cristianos en el corazón del mundo”

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Gratias tibi Domine, gratias tibi! Son muchos los motivos que me vienen a la memoria para exclamar: ¡gracias a ti, Señor, gracias a ti! Sin duda alguna todos los cursos pasados han tenido motivos de sobra para dar gracias a Dios. Cada año se descubre una nueva situación que nos hace vislumbrar lo que los apóstoles debieron vivir en ese primer y definitivo Pentecostés, pero que cada año se ha manifestado con matices nuevos y profundos.

Este año me atrevo a decir que la Solemnidad de Pentecostés debe ser un día en el que la acción de gracias tiene, si cabe, una justificación mayor. En nuestros corazones se agolpan muchos sentimientos que nos impulsan a vivir este final del tiempo pascual como un verdadero tiempo de gracia que Dios ha concedido a su Iglesia tanto a nivel Universal como para nuestra Diócesis de Madrid.

El fallecimiento de Juan Pablo II, siendo un acontecimiento doloroso, ha servido para que muchos que vivían en la indiferencia se encuentren de nuevo con el rostro misericordioso y amable de nuestro Señor Jesucristo y con una Iglesia viva, que agradecía al Señor el don de este Papa tan grande. La elección de su sucesor, Benedicto XVI, nos ha ayudado a manifestar pública y solemnemente nuestra fe en el Señor Jesús que, a través del Espíritu Santo, gobierna la Iglesia con sabiduría. Una Iglesia que se manifiesta cada día más cerca de los hombres, tan necesitados de Dios, como señalaba el nuevo Papa en el inicio de su Pontificado.

Además en nuestra Iglesia de Madrid concluimos en esta solemnidad la celebración del Sínodo Diocesano. Solemnidad de Pentecostés, que coincide, providencialmente, con la fiesta de San Isidro Labrador, nuestro patrono. Este tercer Sínodo Diocesano ha sido una gran gracia de Dios. Sin duda alguna, la providencia divina ha querido que el trabajo inmenso y continuado de muchos seglares, religiosos y sacerdotes de muchos frutos de sincera conversión y de afirmación en la vocación apostólica.

Son momentos de gracia, que no se quedan en sí mismos, sino que continuarán enriqueciendo a la Iglesia con los dones del Espíritu Santo. Pido a Dios que así sea. Que bendiga con la fuerza de su amor a los madrileños para que no decaiga esa misma acción de gracias convertida en lucha firme por implantar el reino de Dios entre los hombres.

En esta solemnidad de Pentecostés la Iglesia celebra el Día Nacional de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Todos estos acontecimientos que acabo de mencionar y que todos hemos vivido tan intensamente, han dejado claro que los seglares forman parte de la Iglesia. Que se sienten verdaderamente miembros de ella. Los seglares no son un mero apéndice más o menos numeroso del Cuerpo Místico de Cristo. Son bautizados y eso les identifica con el Señor a quien oran, aman y sirven en su vida.

La Comisión Episcopal de Apostolado Seglar de la Conferencia Episcopal ha elegido un significativo lema para la celebración de esta jornada: “Cristianos en el corazón del mundo”. Esa es justamente la vocación laical. Ahí está el sentido de la vida de un hombre que se decide a seguir a Cristo. Somos cristianos no para separarnos del mundo, sino para buscar la santidad en él. Es en el mundo donde el bautizado es capaz de reconocer a Cristo que se entrega por la salvación de todos.

El cristiano debe saber que Cristo desea estar presente en este mundo que tantas veces ignora a Dios e incluso lo niega. Si el hombre es indiferente ante Dios, Dios no lo es con el hombre. Dios ama al hombre, a cada hombre (Jn 3, 16). A cada uno de nosotros nos ha venido a buscar el Señor, y por cada uno de nosotros Cristo ha entregado su vida. El grito estremecedor de Jesús en la Cruz, “tengo sed” (Jn 19, 28), es una llamada a poner la mirada en Él, a buscar su rostro.

Parafraseando el salmo podemos decir que el alma del hombre sin Dios es como tierra reseca, agostada, sin agua (cfr. Sal 62, 2). Incapaz de dar frutos y de sembrar esperanza. Y el cristiano no puede sentir indiferencia ante la sed de Cristo en la Cruz que busca amor, ni ante la sequedad del corazón del hombre moderno. El bautizado se sabe instrumento de la misericordia de Dios que nos permite saciar, a base de amor, la sed de Cristo e inundar de la esperanza y de la alegría de la salvación el corazón de los hombres.

El lema “Cristianos en el corazón del mundo” recuerda al seglar que Dios en su providencia ha pensado en él para adentrarse en las entrañas del mundo y desde dentro hacer que germine la semilla del Evangelio, para que crezca con fuerza el amor de Dios en el corazón de los hombres.

El mundo, entendido como “criatura de Dios”, no puede dar miedo al hijo de Dios. Dios se hizo hombre para decir que el cielo y la tierra se pueden encontrar en los corazones que saben descansar en su corazón misericordioso, que el mundo en el que vivimos nos está hablando continuamente de Dios y de la necesidad de Dios, y que el cielo que esperamos tras la muerte se hace ya presente en la vida de los hombres si somos capaces de reconocer al Maestro en nuestro interior y le seguimos.

Es verdad que no nos faltan dificultades para cumplir nuestro cometido. El “príncipe de este mundo” (Jn 14, 30) se revela contra su creador y procura nuestra desesperanza y desánimo, pero todavía es más cierta la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. El hombre sólo sería absolutamente incapaz de asumir una tarea que, más que humana, es divina. Pero con la ayuda de Dios y la fortaleza que nos da sabernos miembros de la Iglesia, no sólo no tenemos miedo, sino que vemos ya el futuro esperanzador que nos aguarda.

En este día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica quiero dar gracias a todos los bautizados de nuestra diócesis que, en las circunstancias más variadas, luchan por vivir el Evangelio con espíritu de generosidad y sacrificio. Son hombres y mujeres que pasan en tantas ocasiones desapercibidos, pero que dejan a su alrededor ese dulce “aroma de Cristo” (2 Cor 2, 15). Son personas que no parecen distinguirse de los demás pero que todas sus acciones están hechas según Dios. Sin vanidad ni complejos dan testimonio sencillo de su fe en los pequeños avatares de su vida y transforman el quehacer humano en algo sobrenatural por la caridad. Muchos de ellos, además, han descubierto la belleza de la vida asociada como apóstoles. Descubren la importancia del acompañamiento personal tanto espiritual como formativo y apostólico y desean hacer de sus vidas un continuo darse a Dios a través del apostolado.

Los militantes de la Acción Católica han descubierto desde hace muchos años esta riqueza de la Iglesia. Saben que el rostro de Cristo se hace más presente en nuestros ambientes si somos capaces de mostrarlo con unidad de criterio. La vida de la Iglesia se enriquece por la experiencia apostólica de estos seglares que sienten el peso del día y del calor por amor a su fe, a la Iglesia y a sus pastores. Los Obispos sabemos que contamos con ellos y su compromiso, que podemos descansar en ellos nuestros afanes apostólicos. Y los miembros de Acción Católica, y de las otras asociaciones de fieles, saben que cuentan con la oración, el respaldo y el afecto de los pastores. El Papa Benedicto XVI, ya desde el inicio de su pontificado, ha mostrado su afecto por la Acción Católica enviando un mensaje de apoyo a los miembros de esta asociación en Italia.

El mundo actual se muestra muy exigente con los creyentes y no se conforma con cualquier cosa. Por eso los bautizados debemos dar un verdadero testimonio de nuestra fe y esperanza. Y si esto es válido siempre y para todos, lo es de un modo muy particular en nuestros días y concretamente entre los seglares. Estar en el corazón del mundo significa no buscar excusas para no adquirir un compromiso serio, formal, permanente de santidad y apostolado. Los seglares viven en el mundo, pero no se dejan llevar por sus criterios, sino todo lo contrario, buscan ellos arrastrar a los hombres y mujeres de este mundo tras las huellas de Cristo. Implantar el Evangelio en los diferentes ambientes en los que se desenvuelve la vida de las personas. En la familia, haciendo que sea una verdadera Iglesia Doméstica; en el trabajo poniendo los talentos que el Señor les ha entregado, también la fe, la esperanza y la caridad, al servicio de la sociedad; en los momentos de ocio y descanso, aprovechando el descanso corporal para fortalecer la vida espiritual.

Volviendo al comienzo de esta carta, este curso se acerca a su fin con esta fiesta hermosa de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y María Santísima. La acción de gracias se hace más real en la vida entregada de los laicos que en medio del mundo han sabido encontrarse con Cristo. Y mi agradecimiento se eleva a Dios por el testimonio que dan, también a los pastores, con su generosa disponibilidad al querer de Dios. Y su entrega diaria demuestra que el Evangelio no es algo del pasado, sino algo muy actual y capaz de atraer la mirada y el corazón de los hombres y mujeres de bien.

Pido a Dios, a través de María santísima, Nuestra Señora de la Almudena, y del  patrono de Madrid, san Isidro Labrador, que los cristianos de nuestra diócesis continuemos dando ese mismo testimonio evangélico que el mundo nos exige. Os animo a todos a uniros a mi agradecimiento a Dios por todo lo que hemos vivido, a renovar nuestro empeño por hacer realidad nuestro deseo de ser santos y de entregar a nuestros hermanos los hombres a Cristo Jesús, camino, verdad y vida.

Con todo afecto y mi bendición,

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