XXIII Jornada Diocesana de Enseñanza

Escuela católica, católicos en la escuela

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Un año más, como viene siendo habitual en estas fechas, nuestra Archidiócesis se dispone a celebrar la Jornada Diocesana de Enseñanza, que tendrá lugar en esta ocasión el sábado 8 de marzo. La Jornada os brinda una nueva oportunidad para reflexionar y seguir fortaleciendo vuestra vocación educativa, que debéis de realizar en todo momento con la responsabilidad propia del cristiano;  pero también es motivo para que todos los educadores que venís trabajando por una renovada presencia de la Iglesia en el ámbito académico, podais encontraros, en un clima de convivencia y oración, con el propósito de responder a los nuevos retos que se plantean hoy a la enseñanza católica.

A lo largo de su dilatada historia, la Iglesia se ha preocupado de promover su presencia en la escuela como una forma privilegiada de educar en la vida de fe a los más  jóvenes. Una misión que ha desempeñado desde su convencimiento de aportar con ello algo esencial al desarrollo integral de la persona, objetivo y fin de todo proceso educativo. Convencida de que “el misterio del hombre sólo se esclarece a la luz del misterio del Verbo encarnado” (Gaudium et spes, 22), la Iglesia se hace presente en la escuela para tratar de ayudar al alumno a crecer en todas las facetas de su personalidad, por medio de un claro proyecto educativo que, teniendo su fundamento en Cristo, está orientado a realizar una síntesis entre la fe, la cultura y la vida.

El lema que nos ofrece la Jornada de este año, “ESCUELA CATÓLICA, CATÓLICOS EN LA ESCUELA” desea hacer luz sobre la totalidad de la acción evangelizadora que la Iglesia lleva a cabo en el campo educativo. Es verdad, como afirma el Concilio Vaticano II, “que la Iglesia debe hacerse presente, con su ayuda y su particular afecto, a muchísimos alumnos que se educan en escuelas no católicas; por el testimonio de la vida de aquellos que les enseñan y dirigen, por la actividad apostólica de sus condiscípulos, y, sobre todo, por el ministerio de los sacerdotes y laicos que les enseñan la doctrina de la salvación, de forma adaptada a la edad y a las circunstancias” (Gravissimum educationis, 7), como también lo es “que la presencia de la Iglesia en el campo escolar se manifiesta de modo particular por medio de la escuela católica, cuya nota característica es crear un ámbito de comunidad escolar animado por el espíritu evangélico de libertad y amor, de modo que el conocimiento que gradualmente van adquiriendo los alumnos sobre el mundo, la vida y el hombre sea iluminado por la fe” (Gravissimum educationis, 8). Las cuatro décadas que nos separan de esta declaración conciliar no han disminuido un ápice la importancia que sigue teniendo para la Iglesia su presencia evangelizadora en el mundo escolar, en diálogo constructivo y respetuoso con otras concepciones de la vida.

En el documento “La escuela católica. Oferta de la Iglesia en España para la educación en el siglo XXI” los obispos afirmábamos, tras enumerar los objetivos que debe afrontar la escuela católica, que el más importante de todos ellos es “educar y formar a sus alumnos conforme al proyecto educativo cristiano. Es muy difícil sustraerse a las influencias que van determinando el tipo de educación en la escuela española. Por ello, también la escuela católica, inmersa en este mundo, ha de contrarrestar aquellos condicionantes que dificultan el auténtico desarrollo de la formación integral conforme la concibe el humanismo cristiano” (nº 14). Tras el esfuerzo encomiable que ha realizado nuestro país para alcanzar la completa escolarización de los alumnos, son cada vez más las voces que se alzan pidiendo una mayor calidad en nuestro sistema educativo, sin que la consecución de esta meta nos haga olvidar que no todos los alumnos acceden a la escuela en las mismas condiciones socioculturales y económicas y, por tanto, nuestra obligación de apoyar a los que más lo necesitan. Conviene recordar que el origen de muchas iniciativas de escuelas católicas fue atender las necesidades educativas de tantos niños y jóvenes de familias humildes y sin recursos. Fiel a esta constante preocupación de la Iglesia por atender a la educación de los más desfavorecidos, hoy merecen especial atención los inmigrantes que, en un número cada vez mayor, van insertándose en nuestros colegios, sin olvidar tampoco a los que, padeciendo las nuevas pobrezas de las sociedades de consumo -relativismo moral, crisis de valores, sinsentido vital, desvinculación institucional- pueden también anhelar los valores que se desprenden del ideario educativo cristiano. La escuela católica ha de contribuir a elevar la calidad de la enseñanza haciendo uso de las nuevas tecnologías, pero sin olvidar su  aportación más genuina, un proyecto educativo inspirado en el Evangelio, que “sólo es convincente si lo realizan personas profundamente motivadas, en cuanto testigos de un encuentro vivo con Cristo, por tanto, personas que se reconocen en la adhesión personal y comunitaria al Señor, asumiéndolo como fundamento y referencia constante de la relación interpersonal y de la colaboración recíproca entre educador y educando (Congregación para la Educación Católica, Educar juntos en la Escuela Católica, nº 4).

Ahora bien, tanto la presencia de la Iglesia en la enseñanza por medio de instituciones propias configuradas desde la fe -escuela católica- como la que mantienen aquellos cristianos que consagran su vida a la tarea docente -educadores cristianos- no han sido inmunes a los desafíos que, a lo largo de todo este tiempo, el cambio de los contextos sociocultural, político y económico ha provocado, exigiéndonos respuestas adecuadas a los mismos. Unas respuestas que, lejos de una mera acomodación a la situación del momento actual, con la consiguiente desfiguración de la identidad cristiana, han de seguir proponiendo con renovado vigor el mensaje evangélico como oferta de sentido plenamente válida a las preguntas y expectativas de nuestros alumnos. Nuestra Iglesia diocesana confía plenamente en el trabajo que llevan a cabo tantos educadores cristianos que en la escuela estatal, bien desde la clase de Religión y Moral católica, bien con su presencia en la tarea educativa diaria que viven como una vocación personal en la Iglesia, intentan mostrar a sus alumnos el carácter razonable de la fe, en un diálogo sincero y crítico con la cultura en la que se insertan, aportando valores y criterios que les ayuden a crecer en auténtica humanidad.

Quiera Dios que esta nueva Jornada de Enseñanza avive el ánimo y la esperanza de toda la comunidad educativa. Pongamos en manos de María, Madre de la esperanza y del consuelo, el futuro de nuestra comunidad diocesana y de nuestra querida Ciudad y Comunidad de Madrid.

Con mi cordial afecto y bendición,

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