La educación: Obra de la sabiduría

Mis queridos hermanos y amigos:

Acaba de iniciarse un nuevo curso escolar y el problema de la educación ha vuelto a plantearse en la opinión pública como uno de los que más hondamente afectan al bien de las personas, de las familias y de la propia sociedad. La finalidad y el sentido de la educación en el desarrollo del niño y del adolescente, la relación padres de familia –profesores– centro escolar y, en el trasfondo, el papel de la autoridad pública o del Estado en la ordenación jurídica del sistema educativo, en su gestión económico-administrativa e, incluso, en su regulación pedagógica y didáctica son otros tantos aspectos esenciales del problema, que, de nuevo, han suscitado el interés social y el debate. Debate y discusión entre expertos, representantes de los padres de familia, responsables de la autoridad pública en el campo de la enseñanza y, por supuesto, entre los propios profesores, que son los que más directamente sufren la situación académica, pedagógica y disciplinar que se vive actualmente en los centros de enseñanza primaria y secundaria. Los hechos son conocidos de todos. La preocupación por el presente y el futuro de la enseñanza en España es compartida igualmente por todos los que intervienen en el proceso educativo. La inquietud ha llegado a toda la sociedad.

La forma intelectual de ver el problema y las fórmulas prácticas para su solución, que se proponen, son muy variadas. Hay que mejorar decisivamente el orden y la disciplina en los colegios –se dice–; es urgente restablecer la autoridad de los profesores; se debe de propiciar y alentar la pedagogía del esfuerzo personal del alumno en el estudio y en el curso de su propia formación humana y profesional; se necesitan mayores esfuerzos en la financiación de todo el sistema educativo; su actualización tecnológica no admite demoras; hay que superar el peligro de la dispersión y descoordinación pedagógica y académica de la estructura escolar de España… etc. No es extraño, pues, que, ante esta tan variopinta multiplicidad de los planteamientos del problema, tan crucial para el bien común de toda la sociedad, se haya dado de nuevo voz a la propuesta del “Pacto Escolar”, que tantas y tan repetidas veces ha sido invocado en las tres últimas décadas de historia contemporánea de España por las más variadas y autorizadas instancias de la sociedad y del Estado. Los Obispos españoles y las organizaciones católicas de la enseñanza abogaron por él en toda ocasión. Y tampoco puede extrañar que nos preguntemos: ¿es que nos encontramos al comenzar el curso 2009/2010 ante una urgencia inesperada en el planteamiento del problema por la intervención de hechos o factores hasta ahora desconocidos o de los que no se hubiera tomado conciencia hasta el momento?

Las problemáticas concretas de los sistemas educativos, surgidas en la historia moderna de los países europeos y, desde luego, también en España han tenido siempre que ver con una cuestión básica, insuficiente o parcialmente resuelta: la de la finalidad o sentido de la educación. Hoy, en el actual momento educativo español, vuelve a ser en el fondo nuestra primera y gran cuestión. Cuestión que, a su vez, viene condicionada por la respuesta que se dé a las preguntas: ¿qué es ser hombre y quién es el hombre? ¿cuál es su destino? Si no se tiene claro que “la verdadera educación persigue la formación de la persona humana en orden a su fin último y, al mismo tiempo, al bien de las sociedades, de las que el hombre es miembro y en cuyas obligaciones participaría una vez llegado a adulto” (GE,1), difícilmente se encontrarán caminos despejados de salida para la actual coyuntura, tan crítica, por la que atraviesa lo que en España tradicionalmente hemos llamado “la escuela”. Una claridad que sólo se consigue en plenitud cuando se reconoce toda la densidad del ser y del existir corporal-espiritual que es propio del hombre y que lo define en ultimidad como criatura y con vocación de hijo de Dios. En una palabra, cuando se parte en el proyecto educativo de su vocación trascendente. El marco jurídico vigente –el del artículo 27 de la Constitución Española– ofrece un campo suficientemente delimitado y seguro para abordar con responsabilidad las soluciones justas y acertadas de esta cuestión básica. Determina bien los sujetos personales e institucionales llamados a darles respuesta en libertad y establece la garantía jurídica de que habrán de disponer de los recursos que precisan para ello.

“La cuestión educativa” es, en último término, un asunto que tiene que ver primariamente con ese don que ilumina y ennoblece no sólo la mente y la razón sino también la libertad y el corazón del hombre y que se llama Sabiduría: ¡Sabiduría de la verdad y de la vida! Y, naturalmente, con la capacidad de saber acogerlo. Benedicto XVI diría hoy que esta cuestión, una de las más graves de nuestro tiempo –él ha hablado de “un estado de emergencia educativa”–, sólo tiene un cauce que conduce seguro a su superación: el de “la Caridad en la Verdad” –“Caritas in Veritate” –. En el Evangelio de este Domingo, San Marcos narra cómo el Señor, instruyendo a sus discípulos en la intimidad de su vida en común, les desvela un aspecto esencial de esa Sabiduría: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”. He aquí la clave evangélica para la concepción de una pedagogía capaz de centrarse en la consecución del bien pleno, temporal y eterno del niño: del hombre en esa primera etapa de su existencia, tan decisiva para su formación personal.

A la Madre del Señor y Madre nuestra, a la Virgen Santísima, Virgen de La Almudena, a quien invocamos como “Trono de la Sabiduría”, nos confiamos al afrontar el gran reto de una verdadera renovación de la enseñanza en España: renovación fundada en el conocimiento profundo y completo del hombre y en el reconocimiento y cuidado de la dignidad de cada niño y de cada joven. Pues, en definitiva, la auténtica educación es obra de la Sabiduría.

Con todo afecto y mi bendición.