Mis queridos hermanos y amigos:
Se va a acercando ya la Navidad. El tercer cirio de “la corona de Adviento” se encenderá en todas las Iglesias de nuestra Diócesis y en otras muchas en toda la geografía del mundo católico alumbrando la esperanza en nuestras almas de que el Nacimiento del Salvador está cerca. Para poder celebrar su Fiesta, como lo que es y encierra en lo más íntimo y verdadero de si misma, una “Fiesta de gozo y de salvación”, la Iglesia nos trae a la memoria del corazón aquella hermosa exhortación de San Pablo a los Filipenses: “Hermanos: estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Fl 4,6). ¿Se puede estar siempre alegres en medio de las dificultades, los sufrimientos y las adversidades que nunca nos faltan en ese transitar por los caminos de la tierra con esa estación última e inevitable que es la muerte? Sí, es posible cuando a la luz de la fe la razón descubre que, dejándose guiar por Dios, lo que a primera vista parece un itinerario fatalmente dirigido a la destrucción y a la infelicidad es en realidad la senda de la verdad, de la gracia, de la felicidad y de la vida. La venida al mundo del Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros, nos revela cual es el inmenso valor de nuestro paso por la historia: el de ser peregrinos del cielo; o, mejor aún, el de ser operarios que van labrando con su “sí” al amor creador y redentor de Dios el campo de los hijos de Dios que un día florecerá y fructificará en la bienaventuranza de la gloria. Ese es nuestro destino: el de cada uno de nosotros y el de toda la familia humana. Sigue leyendo