Discurso del Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal-Arzobispo de Madrid París, 22 de abril de 2013

La unidad de la Palabra de Dios y de los sacramentos:
fundamento teológico del Derecho Canónico

 

 Quisiera que mis primeras palabras fuesen de saludo deferente y fraterno a Su Eminencia el Cardenal André Vingt-Trois, Arzobispo de París y Canciller de este Centro Universitario, el Instituto Católico de París, nacido a la historia en 1875 como expresión de una concepción libre de la institución universitaria y que en su larga y fecunda trayectoria ha prestado a la Teología y a las Ciencias eclesiásticas, antes y después del Concilio Vaticano II, excelentes servicios. Sigue leyendo

ORAR POR LAS VOCACIONES.50 Años después de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

Mis queridos hermanos y amigos:

El cuarto Domingo de Pascua la Iglesia invita a sus fieles a contemplar a Jesucristo Resucitado, su Señor, como el Buen Pastor que la guía y conduce a las fuentes de la vida y del gozo eterno. Esa presencia del Señor Resucitado en medio de los suyos es la que les sostiene y anima en su testimonio de que el hombre, pecador y destinado a la muerte, que “camina por cañadas oscuras” a lo largo y a lo ancho de la historia, es amado entrañablemente por Dios infinitamente misericordioso. La Iglesia es ciertamente “el débil rebaño” del Hijo que ha de pedir insistentemente poder “participar en la admirable victoria de su Pastor”. La esperanza de los hijos e hijas de la Iglesia ¡nuestra esperanza! se funda inconmovible en que Jesús Resucitado “ya no muere más”, que es “uno” con el Padre y en que somos como “las ovejas” que escuchan su voz; pero, sobre todo, en que El nos conoce, que no quiere que perezcamos, ni que les seamos arrebatadas de sus manos. Esa presencia amorosa del Buen Pastor la conocemos y percibimos por la fe en el interior de nuestras almas como una llamada a seguirle sin miedo a su ley y sin vacilaciones a la hora de la respuesta de nuestro pobre amor. La llamada es suave, pero penetrante. No admite demoras ni pérdidas de tiempo. Lo que está en juego es nuestra propia vida: ¿la queremos ganar o la queremos perder? ¿queremos que se vigorice y madure para la vida y la felicidad eternas o nos da lo mismo que se descuide y desperdicie en este mundo, fracasando en el tiempo y en la eternidad? ¡No escapemos del “débil rebaño” del “Buen Pastor”! ¡No huyamos! ¡No abandonemos la Iglesia! Allí siempre lo encontraremos invisible y visiblemente en aquellos hermanos a los que El ha constituido por un don especial del Espíritu Santo y la imposición de las manos como pastores de su rebaño, a quienes les ha confiado la misión de hacerlo presente como “cabeza y “pastor” de su Iglesia en la predicación de su Palabra, en la celebración de sus Sacramentos y en la guía y gobierno de su pueblo, para que viva en la caridad y sea su testigo e instrumento de su difusión en el mundo. El “Buen Pastor” guía a su Iglesia, la cuida y apacienta en su caminar por la historia y la vida de la familia humana sirviéndose de los que El eligió y elige como sus Pastores. La Iglesia los necesita hoy tanto o más que en la primera hora de su historia. Necesita a Pedro y a los otros once Apóstoles y a sus Sucesores, Obispos y Presbíteros. Sin ellos, no será posible ni el anuncio fiel del Evangelio, ni la actualización sacramental de los Misterios de la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, ni la santificación de las almas, ni, en último término, el que sus hijos −¡el nuevo Pueblo de Dios!− estén en condiciones de santificar el mundo. El “Divino Pastor” se hace presente y actúa en su Iglesia a través de los Pastores que El llama, consagra y envía para apacentarla y alimentarla en su Amor, que nos salva y que se ofrece a todos: los que no han oído todavía su voz o no quieren oírla. Sigue leyendo

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA – En el Año de la Fe para un mundo de corazones endurecidos

Mis queridos hermanos y amigos:

Con el II Domingo de Pascua concluye la Octava de Pascua. El Misterio de Jesucristo Resucitado, que la Iglesia celebra con gozo desbordante durante toda la semana que sigue al Domingo de Resurrección, se nos revela como un Misterio de infinita misericordia en lo más hondo de lo que aconteció aquel primer día de la Semana Judía con Jesús de Nazareth, el Crucificado en el Gólgota, resucitado de entre los muertos como lo había predicho. En ese Domingo de Gloria de Jesucristo Crucificado y Resucitado ha triunfado para siempre la Misericordia de Dios Padre que en búsqueda del hombre -el hijo pródigo- había enviado al mundo a su Hijo Unigénito para salirle al encuentro y salvarle de su pecado y de su efecto terriblemente destructor: la muerte temporal y eterna. El Hijo amado en la unidad del Espíritu Santo desde toda la eternidad encuentra en la Cruz al hombre perdido, ofreciéndose como víctima propiciatoria por la multitud de los llamados a ser hijos de Dios: Sigue leyendo