A las puertas del tercer milenio, como preparación para el jubileo del año 2.000, Juan Pablo II en su carta apostólica (10-11-94), nos invita a disponernos para esta celebración, en diversas etapas o fases.
Se nos pide que este jubileo sea «una gran plegaria de alabanza y de acción de gracias, sobre todo por el don de la Encarnación del Hijo de Dios y de la Redención realizada por Él. En el Año Jubilar, los cristianos se pondrán con nuevo asombro de fe frente al amor del Padre, que ha entregado su Hijo, -para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna-» Un 16). Es sin duda una invitación a la conversión, que comprende el reconocimiento de nuestro pecado y el deseo de servir más y mejor al Señor en nuestros hermanos.
Para ello, considero que uno de los medios que, primeramente debo ofreceros como Obispo vuestro, es el de facilitaros la práctica de los Ejercicios Espirituales. (P.O.18 y C.I.C. 276. 4).
Los ejercicios espirituales constituyen un hito imborrable en la historia de la espiritualidad. En los ejercicios se formaron grandes hombres de Iglesia, guías espirituales de innumerables fieles. Muchos cristianos de todo estado y condición encontraron en ellos el camino de la conversión y su verdadera vocación de acuerdo con la voluntad de Dios al servicio de los hermanos.
La nueva evangelización, en vísperas del tercer milenio, necesita sacerdotes que sean hombres de oración, con verdadera experiencia de Dios, habituados al encuentro personal con el Señor. El mismo P. Karl Rahner ya había advertido -mucho antes que algún famoso escritor francés de nuestros días-, que el cristiano del futuro o será un místico o no será cristiano.
Lo mismo recordaba Juan Pablo 11 a los obispos austríacos en Viena (24-6-88): «Sed siempre conscientes de que la Iglesia no tiene como misión proteger una colección de doctrinas áridas y convencionales. Lo que la Iglesia enseña no es mera fórmula. Es el fruto de un encuentro vivo con el Señor y es, por ello, puerta hacia Él. Es presentación eficaz de esa verdad, que es camino. Cuando se falsifica la doctrina, la vida se ve afectada por dicha falsificación, cerrándose además caminos. Todas las doctrinas de nuestra vida confluyen conjuntamente hacia una persona viva, Jesucristo. Amamos el conocimiento de la fe, porque en él amamos a Él mismo; la fe es conocimiento engendrado en el amor. Por ello, lo que importa en definitiva es siempre el encuentro personal con Jesucristo. Este encuentro es decisivo, tanto en vuestro caso, como en el de los Sacerdotes, maestros y todos los fieles a vosotros encomendados. Ser custodios de la fe, significa ser custodios de la Vida que trae Jesucristo, la vida en abundancia… Hemos de confrontar continuamente a nuestros fieles y a nosotros mismos con la persona y el mensaje de Jesucristo.»
Amigos y hermanos sacerdotes, sólo desde este encuentro personal con Jesucristo, podremos cumplir con nuestra misión, esencialmente mistagógica, a la que por vocación hemos sido elegidos y enviados por la Iglesia. Sólo si somos hombres de oración podremos ser también maestros de oración -camino para el Camino-.
De nuevo lo subrayaba Juan Pablo 11 en 1982: «El testigo no es un simple maestro que enseña lo que aprendió, sino que es alguien que vive y actúa conforme a una experiencia de lo que cree»; y el sínodo extraordinario de 1985 también nos decía: «La Iglesia se hace más creíble si hablando menos de sí misma, predica más y más a Cristo Crucificado y lo testifica con su vida».
Entendida así nuestra vida, ésta podrá convertirse en una búsqueda permanente de la voluntad de Dios, que desea imitar y seguir al mismo Jesucristo. En la práctica de los ejercicios espirituales, una de las escuelas más probadas para aprender a encontrarse con Él, podremos ejercitarnos en el discernimiento humilde de qué es lo que quiere diariamente de nosotros como colaboradores suyos.
No en vano el concilio Vaticano II, en el decreto Christus Dominus, 16, nos recuerda a los obispos el deber de procurar esta mediación de los Retiros y Ejercicios Espirituales para la vida de los sacerdotes, (P.O. 18), que lejos de caer en una práctica rutinaria deben ser la fuente que anualmente nos reconforte para seguir caminando.
Confío en vuestros buenos deseos de responder con fidelidad a la llamada del Señor en este momento crucial de nuestra historia que exige de nosotros con un apremio excepcional ser testigos valientes de la fe en el Resucitado.
Espero, y os ruego encarecidamente, que no desaprovechéis todos los medios de formación espiritual y pastoral que nuestra Archidiócesis pone a vuestra disposición, y de manera especial las tandas de ejercicios que las diversas Vicarías Episcopales organizan para el próximo curso, y que ya desde ahora se os ofrecen. Tenedlas en cuenta a la vista de vuestras agendas y posibilidades.
Agradezco de antemano vuestra respuesta. Estoy seguro de vuestra generosa disponibilidad y de vuestra participación. Os encomiendo a la Virgen de La Almudena y bendigo de corazón.