Alocución Cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo Emérito de Madrid, antes de la Toma de Posesión de Monseñor Carlos Osoro Sierra como Arzobispo de Madrid

Hoy, en esta celebración solemne de la Liturgia Eucarística, se va a renovar una vez más el don de la sucesión apostólica para nuestra muy querida Archidiócesis de Madrid.  Al Obispo que la ha servido desde el día 22 de Octubre de 1994 hasta hoy, aceptada por nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, la renuncia que le había presentado al Papa Benedicto XVI el 21 de agosto del año 2011 a tenor del canon 401&1, correspondiendo al ruego que en éste se contiene, le sucederá dentro de pocos instantes un nuevo Obispo, nuestro querido hermano D. Carlos Osoro Sierra, hasta hace pocos días arzobispo de Valencia, quien, como enseñan el Concilio Vaticano II y la Echortación Postsinodal «Pastores Gregis» del Papa San Juan Pablo II, la presidirá en la caridad como su Padre, Pastor y Esposo. La Iglesia diocesana de Madrid ha vivido y caminado a lo largo de su joven historia siempre en la Comunión de la Iglesia. De esa experiencia y vivencia fiel de la Comunión en la Palabra del Señor, en sus Sacramentos, especialmente en el de la Santísima Eucaristía, y en el amor fraterno, derramado copiosamente entre los pobres, ¡los más necesitados de alma y de cuerpo!, ha brotado su afán apostólico y misionero y su plena identificación con la llamada de los últimos Papas y de nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, a una nueva y gozosa Evangelización. Sigue leyendo

LA FE CRISTIANA Y EL FUTURO DE EUROPA

Mis queridos hermanos y amigos:

Con este título comienzan en Madrid en la tarde del próximo jueves, día 18 de septiembre, las II Jornadas Sociales Europeas, organizadas por el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (“CECE”) y por la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (“COMECE”). El pasado de Europa, su pasado humano, social, político, cultural y espiritual, es inexplicable sin sus raíces cristianas. Más aún, la idea y la realidad misma de la Europa actual nace en un ambiente profundamente embebido de fe cristiana: el del “mundo carolingio” de finales del primer milenio de historia de la Iglesia que se reforma internamente y que anima poderosamente a  un renacimiento cristiano del ideal y de las estructuras del fenecido Imperio Romano de Occidente. Esa “alma” cristiana del renacer europeo se mantendrá viva con mayor o menor vigor y fecundidad histórica hasta nuestros días. Ni las grandes crisis producidas por las rupturas de la unidad de la Iglesia en los siglos once y dieciséis (la separación del Patriarcado de Constantinopla y la reforma protestante), ni el predominio cultural y político del laicismo en los últimos tres siglos de historia europea, dominados en una buena parte por “la Ilustración” racionalista, consiguieron difuminar del todo en los estilos de vida y en los comportamientos de los europeos la influencia de la visión cristiana del hombre y del mundo. Incluso, en el momento más crítico de la historia contemporánea de Europa, en el borde mismo de la posibilidad de su subsistencia histórica al finalizar la II Guerra Mundial, se recurre a ese patrimonio espiritual del pensamiento cristiano para escapar del abismo del ser o no ser e iniciar una reconstrucción material, económica y social sin precedentes a partir de una concepción cristiana del hombre, de la sociedad y de la comunidad política, de la que se había vuelto a tomar conciencia en los pueblos europeos salidos de la catástrofe, sobre todo, en Occidente. Así, en la década de los años cincuenta del pasado siglo se pusieron los fundamentos de la unidad económica, social y política de los Estados europeos bajo una influencia clarísima de la doctrina social de la Iglesia. Su ulterior evolución y crecimiento, que recobra un fuerte impulso con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, se va librando, por una parte, de las ideas totalitaristas, profundamente materialistas y ateas de la Europa soviética, pero cayendo, por otra, en una concepción de la libertad individual y social marcada por una visión del hombre (por una antropología) igualmente materialista y, al final, radicalmente relativista. Sigue leyendo

DAR GRACIAS A DIOS: en una hora nueva de la Archidiócesis de Madrid

Mis queridos hermanos y amigos:

Dar gracias a Dios es deber primero y fundamental del hombre en toda ocasión y en todo tiempo. En realidad la vida humana se logra cuando puede ser interpretada y realizada como una acción de gracias a Aquél de quien procede todo bien: bien natural y bien sobrenatural. Todo lo que existe sería nada sin el Dios Creador; el hombre sin Él, Creador y Redentor, se vería remitido a la perdición. En saber dar gracias a Dios Padre, que nos ha salvado por Jesucristo su Hijo –¡Hijo de Dios e Hijo de María!– en el amor infinito del Espíritu Santo, consiste la regla de oro para que nuestra vida en la peregrinación de este mundo sea cada vez más plena y más felizmente lograda: ¡verdadera senda de santidad! San Ignacio de Loyola la ha interpretado genialmente cuando en la última meditación de sus Ejercicios “para contemplar amor” invita a orar así a los que los practican: “Tomad Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Vos me lo distéis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro. Disponed de ello a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia que ésta me basta”. Sigue leyendo

CAMINO DE SANTIAGO: ¡Un camino para la peregrinación cristiana!

Madrid, 19 de Julio de 2014

Mis queridos hermanos y amigos:

El próximo día 25 de julio, volvemos a celebrar la Solemnidad del Apóstol Santiago: ¡una gran Fiesta de la Iglesia en España y una Fiesta de España!

El Sepulcro del “Señor Santiago”, muy venerada fórmula de  denominarle en la milenaria tradición jacobea, ha atraído a millones de peregrinos desde todos los rincones de Europa, primero, y, de todo el mundo, ahora en nuestro tiempo, como el lugar donde se toca y se palpa el primer testimonio apostólico de la fe regado por la sangre del martirio. ¡Santiago fue el primero entre los Apóstoles que derramó su sangre por el Señor! La suprema forma de dar testimonio por Jesucristo es la que se rubrica con la prueba del amor evangélicamente más grande: la del “que da la vida por sus amigos”, como Jesús; mejor aún, el que da la vida por el mayor  amigo del hombre, el Amigo del hombre por antonomasia, Jesús: el Hijo de Dios hecho hombre que muere por los hombres en la Cruz salvadora; salvadora del mayor mal que les amenaza: ¡la muerte! ¡la muerte del alma y la muerte del cuerpo! Sigue leyendo

LA VERDAD DE DIOS. ¡Cómo urge conocerla y reconocerla!

Madrid, 14 de Junio de 2014

 

LA VERDAD DE DIOS

¡Cómo urge conocerla y reconocerla!

 

Mis queridos hermanos y amigos:

El domingo pasado concluía el tiempo litúrgico de la Pascua con la solemnidad de Pentecostés. La Iglesia celebraba la nueva actualidad del Misterio de la venida del Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico reunido con María, la Madre del Señor, en el Cenáculo de Jerusalén, cumpliendo su mandato antes de ascender al cielo. Era el don inefable, el que no habían sabido comprender del todo cuando hacían cábalas sobre el triunfo de Jesús, su Maestro, después de la aparente derrota de su Crucifixión y a pesar de haberles mostrado y demostrado que había resucitado. La escena de aquel Apóstol “incrédulo”, Tomás, no parece plausible que la hubieran podido olvidar. Y, sin embargo, dudaban, y dudaban sobre el verdadero significado de aquella historia de su Señor que había venido para llevarles por el camino de la verdad y de la vida, haciéndose el mismo “el Camino” para la salvación. Su obra salvadora culminaba con el envío del Espíritu Santo por el Padre como la respuesta insuperable de su amor infinitamente misericordioso a la oblación de su Hijo amado en la Cruz. El don del Espíritu Santo era y es la respuesta de Dios que nos ama infinitamente y que nos quiere salvar definitivamente. En el don del Espíritu Santo se expresaba de modo insuperable el triunfo de su obra salvadora para el hombre necesitado de un amor misericordioso ilimitado, para poder vencer a la muerte: muerte del alma y muerte del cuerpo. Desde el trasfondo del Misterio salvador se desvelaba el triunfo de Dios: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo: ¡el triunfo de la Santísima Trinidad! Sigue leyendo

Alvaro Portillo

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

El Papa Francisco ha promulgado recientemente el decreto de beatificación del Venerable Álvaro del Portillo. Sacerdote nacido y ordenado en Madrid. Un madrileño universal. La celebración en la que será proclamado Beato tendrá lugar, Dios mediante, el sábado 27 de septiembre en Madrid, en Valdebebas, precisamente en este año en que festejamos el centenario de su nacimiento. Presidirá el Cardenal Amato, Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, como delegado especial del Santo Padre. Al día siguiente se celebrará, en el mismo lugar, la Eucaristía de acción de gracias. La beatificación del Venerable Álvaro del Portillo supone un gran gozo para toda la Iglesia y de modo muy singular para nuestra Archidiócesis. Su figura se une a la de tantos de sus hijos e hijas que en el siglo XX vivieron su específica vocación cristiana heroicamente como una vocación para la santidad. Algunos de ellos se veneran en la Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora la Real de la Almudena. Los santos hacen la Iglesia; y la Iglesia necesita, sobre todo y ante todo, de mujeres y hombres santos. Damos gracias al Señor por tantos madrileños, comenzando por nuestro Patrón, San Isidro, que han vivido entre nosotros, han trabajado, se han entregado a Dios y han sido fieles hasta la muerte alcanzando la santidad. Sigue leyendo

EL DERECHO AL TRABAJO. Un bien imprescindible para el digno desarrollo de la persona y de la sociedad

Mis queridos hermanos y amigos:

Hemos celebrado un año más el día primero de Mayo como Fiesta del Trabajo y, en la Iglesia, como la Fiesta de San José Obrero. En el origen de la Fiesta del Trabajo o el día de los trabajadores, se encontraba un panorama social de la historia moderna de la economía, de la sociedad y del Estado caracterizada por la llamada “revolución industrial”. Una de sus consecuencias más problemáticas es lo que se conoce como la explotación de la clase obrera. El problema de una justa, buena y beneficiosa relación entre el trabajo y el capital se convierte en “la cuestión social” por excelencia del mundo industrializado de los siglos XIX y XX. ¿Era suficiente para resolverla el recurso a una política coherente y a un ordenamiento jurídico, inspirado y conformado por el valor de la justicia? ¿De qué justicia?: ¿una justicia entendida de forma pura y desnudamente contractual? Evidentemente, no. Era preciso ampliar los contenidos y el radio de expresión y de realización de la justicia en la firme dirección de la salvaguardia y promoción de la solidaridad entre las personas, las familias y el conjunto de la sociedad. La medida para que se logre una verdadera justicia social será la consecución del bien común, es decir, el bien resultante de la garantía de unas condiciones de vida que permitan el digno desarrollo personal de todos y de cada uno de los que forman la comunidad política. Entendida ésta no sólo como un Estado soberano, autosuficiente y encerrado en sí mismo, sino como cada vez más intensamente entrelazado e intercomunicado con la comunidad internacional: con todos los pueblos que comprende la familia humana. Superar la cuestión social y resolverla justa y solidariamente implicaba un desafío no sólo social, político e institucional formidable, sino también un reto moral y espiritual ineludible si se quería avanzar por la vía de la verdadera reforma y de la renovación auténtica de la sociedad moderna y contemporánea: ¡de nuestra sociedad! La responsabilidad de los cristianos, más aún, de la Iglesia respecto a la necesaria respuesta a esa dimensión profunda del problema, en el plano de la conciencia moral y de la conversión espiritual, fue asumida pronto por el Magisterio de los Papas del siglo XX y, por supuesto, del Concilio Vaticano II. Su aportación más constante y fundamental fue la de la consideración del trabajo humano y, por lo tanto, del derecho al trabajo como un bien básico y, consiguientemente, imprescindible para el desarrollo digno de la persona humana, inserta en una familia y en una determinada comunidad socio-económica, cultural y política. Ambas, familia y sociedad, con un futuro incierto, si no se promueven y abren las posibilidades de un trabajo digno para todos los ciudadanos capaces de ejercer una actividad justamente remunerada. No será posible hablar de justicia social y de solidaridad y menos de “caridad en la verdad” (Benedicto XVI) si todos los instrumentos y factores económicos, sociales y políticos, nacionales e internacionales (ya “globalizados”) no se empeñan en asegurar a toda persona capaz y dispuesta a trabajar la posibilidad de una ocupación digna: retribuida debidamente y regulada como vía apropiada para su desarrollo personal, libre y comprometido en el ámbito de la familia y de la vida social y cultural de su pueblo abierto a la cooperación internacional. O, dicho con palabras recientes del Papa Francisco, porque “no hablamos sólo de asegurar a todos la comida, o «“un decoroso sustento”» sino de que tengan «prosperidad sin exceptuar bien alguno». Esto implica educación, acceso al cuidado de la salud y especialmente trabajo, porque en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida. El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que está destinados al uso común”. (EG, 192). En la actual situación de la economía mundial globalizada, sin regulación jurídica suficiente y exigente, para defender, promover y garantizar el derecho al trabajo, Benedicto XVI introduce un criterio de comportamiento ético, jurídico y político decisivo: el de que ha de darse el paso eficiente y resuelto a que “en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria”, sin “olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad”. Porque “esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo” (Caritas in Veritate, 36). En definitiva, una exigencia lógica de la experiencia cristiana de la vida como una respuesta de amor a un amor más grande: el de Dios que nos ha salvado por la muerte y resurrección de su Hijo. Sigue leyendo

POR Y PARA UNA SEMANA SANTA MISIONERA 2014

Mis queridos hermanos y amigos:

Hoy iniciamos las celebraciones de la Semana Santa que culminarán con el gozo de la Solemnidad de la Pascua de Resurrección en el Domingo próximo. Es la segunda Semana Santa de “la Misión Madrid”. Vivirla con espíritu misionero es un imperativo personal y pastoral de insoslayable necesidad. Lo es por razones de coherencia interna con la forma de concretar la respuesta de la Iglesia Diocesana a los desafíos del momento histórico por el que atraviesan nuestra sociedad y nuestro pueblo. Momentos críticos para la fe y el testimonio veraz de la esperanza y de la caridad cristianas. Lo es, además, con urgencia renovada por la ardiente llamada dirigida a toda la Iglesia por nuestro Santo Padre Francisco para que avance “en el camino de una conversión pastoral y misionera que no puede dejar las cosas como están” (EG 29). Sí, no podemos dejar que el presente y futuro de nuestros hermanos más necesitados y, sobre todo, el de las nuevas generaciones ¡nuestro propio presente y futuro!  se configuren en la ignorancia del Misterio de la Salvación del hombre que aconteció en aquella semana en la que “Jesús, el Profeta de Nazareth de Galilea” fue entregado a la muerte y a una muerte de Cruz: ¡Jesús, “el Hijo de David”, “el que viene en el nombre del Señor”, “el Altísimo”! (Mt. 21,9-11). Así lo aclamaba el pueblo en el día en que entra triunfalmente en Jerusalén con la intención de celebrar la Pascua de aquel año con su pueblo de un modo radicalmente nuevo. Esa novedad transformadora del contenido, de la forma, del sentido y de la eficacia de la Vieja Pascua del Antiguo Pueblo de Israel la quiere subrayar y anunciar desde el principio de aquellos días en los que se iba ¡en los que iba! a consumar la salvación del mundo. Toda Jerusalén y todos los peregrinos que llegaban a la ciudad santa, desde todos los rincones de la diáspora judía, debían de saber que el Mesías había llegado y de que se disponía a culminar su obra salvadora. La misión de Jesús llegaba a su cumbre y a su triunfo: ¡a lo alto de la Cruz y a la gloria de la Resurrección! Sigue leyendo

Al finalizar el tiempo de cuaresma.

Madrid, 5 de abril de 2014

 “SE HIZO POBRE POR NOSOTROS

PARA ENRIQUECEROS CON SU POBREZA” (2 Cor 8,9)

Al finalizar el tiempo de cuaresma

Mis queridos hermanos y amigos:

En la Semana de Pasión, que se inicia el próximo Domingo de Ramos, la Iglesia vivirá de nuevo en su Liturgia, fuente y expresión más honda de su vida y misión, la nueva actualidad de los días últimos de la existencia terrena de Jesús: los días de su Pasión y Muerte en la Cruz; los días en los que la pobreza por Él asumida por nosotros para enriquecernos –¡para enriquecer a todo hombre que viene a este mundo!–, alcanzó su más profundo y definitivo significado en la entrega de su Cuerpo y de su Sangre como oblación reparadora y salvadora de su amor al Padre misericordioso: ¡el Padre de las misericordias! Nuestro Santo Padre Francisco lo dice muy bien en su Mensaje para la Cuaresma de este año: “La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios” (Mensaje Cuaresma 2014, 1). Sigue leyendo