Con el nuevo año llega también una nueva «Campaña contra el hambre» en el inundo, la número treinta y siete ya, organizada por «Manos Unidas», y que a toda la Iglesia de Madrid nos impulsa en el camino de la caridad. Si no amamos a nuestros hermanos más necesitados, y no lo hacemos de modo eficaz, «¿cómo puede permanecer en nosotros la caridad de Cristo?» (Cf. 1 Jn 3,17). La inmensa pobreza en tantos lugares de la tierra, y el hambre terrible que sigue provocando hoy la muerte de tantísimos hermanos nuestros, no puede dejarnos indiferentes. Especialmente el hambre de los niños, el sufrimiento y la angustia de tantísimos niños en todo el inundo, es un grito del mismo Cristo a cada uno de nosotros: «Os aseguro -nos dice- que cuando dejasteis de dar de comer al hambriento o de beber al sediento, o de alojar al que no tiene techo o de vestir al desnudo, o de visitar al enfermo o al encarcelado… cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeños, conmigo dejasteis de hacerlo» (Cf. Mt 25,3146).
Esta nueva campaña de «Manos Unidas» se convoca con el lema «Diversidad de culturas, igualdad de derechos». Si los más diversos necesitados de la tierra son imagen viva del mismo Cristo, ¡cómo no proclamar la igualdad de derechos de todos los hombres, sea cual fuere su raza, su historia, su cultura… !«Ya no hay distinción -afirma sin ambages San Pablo- entre judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3,28). El amor concreto a los hombres, sin distinción de razas ni de culturas, como lo lleva a cabo «Manos Unidas», es fruto de la novedad cristiana, que nos ha desvelado el valor absoluto de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, cuya dignidad es previa a cualquier otra consideración sobre su raza, sus cualidades, o sus virtudes. El concilio Vaticano 11, al denunciar las excesivas desigualdades económicas y sociales, que «resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional», apela a la revelación cristiana que afirma «la igual dignidad de las personas», la cual «exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa» (Cf. Constitución Gaudium et spes, n. 29). Es la fe en Jesucristo la fuente primera de ese amor que se entrega del todo y a todos, sin distinción; y cuando falta este amor, hemos de preguntamos, antes que nada, por nuestra fe. El Papa Juan Pablo II, ante la cercanía del tercer milenio, nos propone un examen de conciencia sobre las responsabilidades que tenemos los cristianos en relación a los males de nuestro tiempo, y entre otras cosas nos invita a preguntarnos: ¿No es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticia y marginación social?» (Carta apostólica Tertio millennio adveniente, n. 36). Y a la hora de responder, el Santo Padre pone la mirada en la Iglesia del primer milenio y nos recuerda que «nació de la sangre de los mártires» (n. 37), es decir, de una fe en Jesucristo que lleva a dar la vida.
Para responder al inmenso grito de dolor de tantos hombres y mujeres y niños del tercero y cuarto mundo, y responder con el amor que exige la dignidad de todo ser humano, sin distinción de razas ni de culturas, no bastan los buenos sentimientos, o las solas fuerzas humanas: hace falta esa fe que «vale más que la vida» (Cf. Sal 62,4), porque la vida sin ella no tendría sentido ni valor. Os invito, pues, queridos diocesanos, a pedir al Señor el don de una fe verdadera, la misma fe de los mártires, aquella que conduce directamente a la verdadera caridad, que no cierra los oídos ni el corazón al grito angustioso del hambre en el mundo.
Encomiendo también al Señor, con la intercesión de nuestra Patrona, la Virgen de La Almudena, todos los trabajos de cuantos llevan a cabo esta Campaña XXXVII de «Manos Unidas», para que los bendiga y haga fecundos, al mismo tiempo que exhorto a vivir la fe que conduce al amor verdadero a todos los cristianos de Madrid, y a todos los hombres de buena voluntad, que sin duda se están encontrando con Dios al amar de corazón a sus hermanos necesitados.