Plan Pastoral para la Archidiócesis de Madrid 1996-1999

Fortalecer la fe y el testimonio misionero de todo el pueblo de Dios


En la solemnidad de Pentecostés de 1996

ÍNDICE
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INTRODUCCIÓN .

I. LA REALIDAD DIOCESANA.

UN EXAMEN DE CONCIENCIA

A. La Sociedad

B. La Iglesia

II. UNA MIRADA DE FE .

A. Un deber supremo: anunciar a Cristo

B. Dar razón de la fe y de la esperanza cristianas

C. «En comunión con nosotros»

D. «Nos urge la caridad de Cristo»

E. «Luz del mundo y sal de la tierra»

III. OBJETIVOS PASTORALES PARA EL TRIENIO 1997-1999

1. Anunciar el Evangelio a todos, creyentes y no creyentes, y educar la experiencia cristiana en la comunidad eclesial

2. Vivir la comunión -invisible y visible- en nuestra Iglesia particular

3. Vivir las exigencias de la comunión eclesial con los excluidos de los bienes materiales y sociales

4. Hacer presente en el mundo la verdad, la vida y la fuerza transformadora del Evangelio

IV. PROPUESTAS SELECCIONADAS PARA EL CURSO 1996-1997

V. PUESTA EN MARCHA Y SEGUIMIENTO DEL PLAN

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

«Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos» (1 Cor 12,4-7).

Con estas palabras de] apóstol Pablo y en la celebración deÁ día de Pentecostés, os invito a acoger con un corazón nuevo la llamada a evangelizar en la comunión de la Iglesia, el mandato del  Señor de anunciar con la palabra y con la vida la Buena Noticia de Jesucristo.

Este compromiso de evangelización, tal como nos lo reclama la Iglesia y nos lo demandan en Madrid los signos de los tiempos, está en el origen, trayectoria y propuesta final de este Plan Diocesano de Pastoral que ahora quiero presentaras.

INTRODUCCIÓN (Índice)

1. Durante el curso 1995-1996, siguiendo las orientaciones contenidas en mi carta pastoral Evangelizar en la comunión de la Iglesia, el objetivo fundamental en nuestra Iglesia diocesana de Madrid ha sido la conversión personal y comunitaria. Como condición y fruto a la vez de este objetivo, hemos realizado un serio examen de conciencia para reconocer la medida de nuestra fidelidad a la misión recibida de Cristo, descubrir nuestros fallos y pecados y, más allá de éstos, la llamada que Dios nos hace a ser los testigos de su amor salvador para todos los hombres. Naturalmente, este examen de conciencia y el reconocimiento de nuestro pecado sería estéril sin un firme deseo de conversión que se expresa, tanto a nivel personal como comunitario, en la revitalización de nuestra vida cristiana.

2. El examen de conciencia sobre la realidad diocesana ha convocado alrededor de 27.000 fieles cristianos de nuestra Iglesia particular, miembros de parroquias, asociaciones y movimientos, comunidades de vida consagrada y centros de enseñanza. Se han procesado 2.418 encuestas que aportan un total de 1.250.000 datos sobre nuestra sociedad y la comunidad cristiana. El estudio de estos datos, a la luz de la Palabra de Dios y en el contexto próximo de las enseñanzas del Concilio Vaticano 11 y de la carta apostólica de Juan Pablo II Tertio millennio adveniente, ha ocupado el esfuerzo y la atención cuidadosa de la Comisión Diocesana del Plan y de los Consejos diocesanos Presbiteral y Pastoral, en viva interrelación con la amplia consulta en la que han participado nuestras Delegaciones Diocesanas, los Consejos de vicarías, de arciprestazgos y parroquias y, de una forma muy singular, nuestro Consejo Episcopal. El resultado ha sido una amplia y profunda toma de conciencia de los retos pastorales que se nos plantean a la Iglesia en Madrid, hoy, al filo de año 2000, cuando la convicción de vivir un momento histórico, especialmente crucial para la Iglesia y para el mundo, crece más y más. Toma de conciencia que quisiéramos reflejar: en una caracterización sucinta, aunque lo más completa posible de la situación pastoral de nuestra archidiócesis en el momento actual; en una exposición de los principios y criterios teológicos -doctrinales y espirituales- que deben orientamos en nuestra respuesta pastoral y en la presentación final del Plan Pastoral -de objetivos y líneas de acción- para el próximo trienio 1997-99. Añadiremos las propuestas seleccionadas ya para el curso 1996-1997 y unas consideraciones últimas sobre su puesta en práctica.

I. LA REALIDAD DIOCESANA. UN EXAMEN DE CONCIENCIA
(Índice)

3. El servicio que la Iglesia presta, necesita contar previamente con el conocimiento del hombre y de la situación concreta en que vive. Con la mirada atenta a la realidad y desde la fe, los cristianos escudriñamos los signos de los tiempos y analizamos las causas de las situaciones y estructuras de pecado, para saber lo que Dios quiere de nosotros en orden a realizar su salvación en cada momento de la historia. El análisis que en el seno de la comunidad diocesana se ha hecho de la situación socio-religiosa actual, junto con datos procedentes de otros estudios, ayuda a encaminamos en la dirección por la que ha de ir la acción pastoral de toda la Diócesis en los próximos años.

A. LA SOCIEDAD

4. Tres son los problemas sociales señalados como los más importantes en el mundo concreto que nos ro dea: el paro y el empleo precario -muy en primer lugar-, la falta de sensibilidad ante la necesidad de asociarse para resolver problemas comunes y la dificultad para acceder a una vivienda digna. También se ponen de re lieve serios problemas humanos que reclaman nuestra atención: drogadictos, marginados, ancianos solitarios (en una cuarta parte de los hogares de Madrid vive una sola persona, en su gran mayoría anciana), matrimonios en conflicto e inmigrantes que, en Madrid, constituyen la quinta parte del total existente en España. A algunos

de esos problemas, según la reflexión hecha por los grupos, debería responder prioritariamente la Iglesia diocesana: el paro, el acceso a la vivienda, las situaciones especiales de pobreza (matrimonios jóvenes, pensiones insuficientes, hogares monoparentales … ) y las migraciones (situación de los extranjeros, integración de los inmigrantes).

5. La magnitud de estos problemas sociales y humanos se agrava si tenemnos en cuenta los contravalores puestos de relieve en el análisis de la comunidad diocesana; a saber: el consumismo, la vida religiosa empobrecida y la pasividad ante la pérdida de los valores éticos, la incomunicación y la insolidaridad con el prójimo y la pérdida de la propia conciencia moral o del sentido de lo moral y de lo ético, que es fundamental para reaccionar contra toda injusticia y deterioro de la persona: desde las amenazas dirigidas contra el derecho a la vida hasta las que afectan a la dignidad personal de los jóvenes -en el sistema educativo, en el mundo de la diversión y medios de comunicación social, en la búsqueda de su primer empleo…- y las que sufren enfermos terminales, discapacitados, ancianos, desvalidos…

La parte negativa del panorama se completa, si tenemos en cuenta algunos aspectos deficientes de la religiosidad habitual: la existencia de personas que se bautizaron y educaron cristianamente, pero que no practican; el hecho de que las celebraciones religiosas y los sacramentos se releguen a las grandes ocasiones de la vida; y -en menor medida- el fenómeno de desafección a la Iglesia.

Como signos que invitan a la esperanza, la sociedad en que vivimos presenta los siguientes aspectos positivos: el crecimiento del voluntariado, la socialización de una vivienda digna, la utilización de los medios de comunicación y la posibilidad que ofrecen de conocer mejor los problemas humanos, la redistribución de la renta en el estado de bienestar y el aumento de los servicios de ocio.

Entre as situaciones nuevas, que suponen también un avance, se destacan: la mejora de la calidad de vida y el mayor esfuerzo por la capacitación profesional, la mayor expectativa de vida y los avances en el terreno de la salud, la búsqueda de satisfacciones espirituales frente al hastío de la cultura técnica y de la sociedad de consumo.

7. Como valores importantes que se destacan en nuestra sociedad se señalan los siguientes: la defensa de los derechos humanos, la lucha por la justicia junto a la preocupación por los más pobres, la vida familiar, el talante democrático, el interés por la paz y la tolerancia. la amistad.

B. LA IGLESIA

8. La reflexión sobre la situación de la realidad eclesial de nuestra diócesis, en sus acciones pastorales básicas, arroja mucha luz sobre el camino a seguir. Se destaca, como algo negativo, la insuficiente coordinación entre los agentes de pastoral en las vicarías y en la diócesis, así como entre diversos aspectos que afectan a la misión de la Iglesia y a la pastoral de conjunto.

Se estima como positivo el avance en las siguientes realidades pastorales: solidaridad con las misiones, catequesis y celebración del sacramento de la Confirmación, educación en la fe, participación activa en la Eucaristía, celebración de la primera comunión de los niños, la respuesta a las situaciones generales de pobreza. Estas mismas realidades son valoradas también positivamente con relación a su influencia en el anuncio del Evangelio-

9. A estos datos, y con la ayuda de otros estudios de Palabra sociología, conviene añadir los siguientes aspectos. En lo referente al ministerio de la Palabra, preocupa, en un mundo marcado por la increencia y el secularismo, cómo llevar la fe a nuestros contemporáneos, muchos de ellos bautizados, que se han apartado de la Iglesia. Preocupa, también, cómo proclamar el Evangelio a los que se consideran practicantes pero se han instalado en formas de vida cristiana ÁMutilada, en las que se renuncia a elementos esenciales de la misma.

10. En referencia al ministerio de la Liturgia, aunque ha mejorado la celebración de los sacramentos, se detecta que, en su gran mayoría, no llegan a incorporarse a la vida de la Iglesia, ni los padres que piden el Bautismo para sus hijos, ni los novios que solicitan el Matrimonio. También constituye un problema grave la acogida de quienes solicitan los sacramentos de la Iglesia en una situación habitual de alejamiento de la fe o de abandono de la práctica religiosa.

Resulta de especial interés para la comunidad cristiana el análisis de los motivos por los que muchos cristianos no participan en la Eucaristía: falta de identificación con la Iglesia, catequesis insuficiente, celebraciones poco significativas y atrayentes… En cuanto al sacramento de la Reconciliación hay un reconocimiento de la grave crisis por la que pasa y de su repercusión en el deterioro general de la vida cristiana.

Se reconoce también que tiende a aumentar la celebración cristiana de la muerte, así como la asistencia a los funerales, aunque a veces sea por motivos sociales. La fe en el más allá sólo es negada por un 8% de la población, aunque los contenidos de esa fe varían notablemente y, en muchos creyentes, no se ajustan al sentido cristiano de la Resurrección de Cristo.

11. Respecto al ministerio de la Caridad, se constata la valoración positiva que los pobres tienen de Cáritas, porque atiende, y eficazmente, a la necesidad extrema. Esto no debe paliar el dato de que el 10% de los hogares de Madrid (más de 100.000 familias) son pobres, que más de 40.000 personas viven en «extrema pobreza» y que la degradación de los ambientes dondemás presentes están las bolsas de pobreza (vivienda insalubre, drogadicción, delincuencia, insolidaridad vecinal) es mayor en una gran ciudad como la nuestra. Algunas de tales situaciones afectan particularmente a los jóvenes, si además tenemos en cuenta la repercusión que en ellos tiene el problema del paro.

12. La caridad de la Iglesia, actualizada por los cristianos en la vida pública, presenta las siguientes luces y sombras. Aunque se valora positivamente el avance del testimonio cristiano en los diversos ambientes y la función que la Iglesia viene ejercitando en la orientación de la sociedad, se reconoce que falta frecuentemente este testimonio y presencia transformadora en la cultura, la política, el ámbito socio-económico, el mundo obrero, la escuela, la universidad, los centros sanitarios, los lugares de ocio. Se acusa especialmente la ausencia de los católicos en los medios de comunicación social, que tanto influyen en la concepción y configuración práctica de la vida y ocupan una gran parte del tiempo libre y de diversión de las personas y de las familias.

13. Se reconoce también que la familia ha perdido su capacidad de ser escuela de humanidad y vida cristiana, por haber delegado -o, a veces, por serle arrebatadas- funciones básicas como la transmisión de valores y creencias o la responsabilidad de transmitir la experiencia religiosa y la educación cristiana. La familia se ve afectada, además, por el modo de concebir el largo camino escolar -casi un tercio de la vida- en el que domina más la transmisión de información y conocimientos técnicos, que la formación integral de la persona. No obstante, se reconoce el valor permanente de la familia como hogar que acoge y protege a sus miembros, en una sociedad tan competitiva y anónima como la nuestra.

14. Por último, se destaca el papel decisivo que los sacerdotes habrán de tener en la animación y desarrollo de las acciones y puesta en marcha del Plan Diocesano de Pastoral. Como cooperadores necesarios e indispensables del Obispo diocesano son verdaderos pastores de la Iglesia, responsables destacados, en comunión con su Obispo, de su acción evangelizadora y misionera a través del oficio recibido y en el ámbito de las comunidades parroquiales u otras que les hayan sido canónicamente confiadas. Esto les urge a reavivar la gracia y el carisma sacerdotal al servicio del Pueblo de Dios y a compartir con todos los bautizados, según su vocación específica, el trabajo por el Reino de los Cielos. Es preciso, por tanto, revitalizar también en ellos, mediante la formación permanente, la vida espiritual, una buena preparación teológico y la ilusión y entrega a su ministerio apostólico, en un momento tan decisivo para la Iglesia y la sociedad como es el nuestro.
II. UNA MIRADA DE FE (Índice)

A. Un deber supremo: anunciar a Cristo

15. Al contemplar estas situaciones e interpelados por la Palabra de Dios, sentimos cómo resuena de nuevo en lo más íntimo de nuestro ser la llamada a la evangelización. Ahí encuentra la archidiócesis de Madrid -pastores y fieles- su vocación ineludible y su gran gozo.

Las circunstancias del momento presente nos urgen a que «ningún creyente en Cristo, ninguna institución de La Iglesia puedan eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos». Esta urgencia evangelizadora compromete a toda la comunidad diocesana y a cada cristiano en particular a situarse en estado de misión, es decir, a «dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización», de forma que toda su vida esté marcada por su vocación evangelizadora.

16. LA Iglesia diocesana reconoce que el camino normal por el que los hombres de hoy –especialmente los no creyentes, los cristianos alejados y no practicantes- descubren al Dios de Jesucristo es el testimonio vivo de los creyentes: testimonio de fe, esperanza y caridad. De ahí, la urgente tarea de reavivar y fortalecer la fe y el testimonio misionero de todos los bautizados. Este fortalecimiento requiere necesariamente vivir con fidelidad y gozo el haber sido redimidos por Cristo y constituidos en Pueblo suyo que camina por la historia proclamando las maravillas de Dios. Exige, además, la valentía de proclamar con la palabra y las obras la verdad que nos ha hecho libres de las ataduras del pecado y de la muerte.

17. Para fortalecer la fe y el testimonio cristiano es preciso convencerse de que la fe es vida para el hombre (cf Jn 20,30). Proclamar la fe en el Hijo de Dios requiere ofrecer a los hombres la posibilidad de vivir en Aquél que ha muerto y resucitado por ellos. Esto ha de transparentarse en nuestra propia vida convertida a la gracia de Dios: en todo lo que hacemos allí donde Dios nos coloca como testigos suyos, en el anuncio de la Palabra, en la liturgia y en la acción caritativa. Sobre todo, debe aparecer patente en la vida de las comunidades y grupos eclesiales y en las familias cristianas, que con la fuerza de su testimonio interpelarán y atraerán a cuantos buscan con sinceridad el rostro de Dios.

18. La Iglesia en Madrid, por tanto, al evangelizar ha de mostrar que es la misma Iglesia el lugar donde el hombre puede realizar su vocación a una vida plenamente humana, de la que Cristo es el iniciador y el consumador perfecto (cf Heb 12,2): de una vida que colma superabundantemente las ansias de felicidad y de eternidad que anidan en el corazón de todo ser humano. Proponer a los hombres esta vida reclama de no sotros superar la dicotomía entre lo que confesamos y vivimos. Sólo así evitaremos lo que el Concilio Vaticano II considera uno de los más graves errores de nuestro tiempo: la separación entre la fe y la vida. Esta unidad es condición de la credibilidad de nuestro mensaje, que debe ser vivido al mismo tiempo que proclamado.

B. Dar razón de la fe y de la esperanza cristianas

19. Para que nuestra Iglesia pueda realizar, su misión evangelizadora en las circunstancias actuales, mediante cada uno de los bautizados, se requiere un esfuerzo muy notable en la acción catequética y en todas las formas de educación en la fe. Si el cristiano ha de dar razón de su fe y de su esperanza (cf 1 Pe 3,15), es urgente reavivar y educar la experiencia cristiana original: haber acogido a Jesucristo y su Iglesia y haber recibido, junto con los sacramentos de la iniciación, la enseñanza de los apóstoles (cf Hch 2, 42), explicitada por el Magisterio. Cuidar esta formación en todos los niveles y en todas las etapas de la vida debe ser una de las responsabilidades prioritarias de la comunidad creyente; así como afrontar lúcidamente, en comunión con el Magisterio de la Iglesia, los graves problemas y retos que plantea hoy la relación entre la fe y el pensamiento, entre la fe y la cultura.

20. La experiencia cristiana se desarrolla indisolublemente unida a la celebración de los sacramentos. Por eso debemos cuidar la liturgia, «por medio de la cual se ejerce la obra de nuestra redención», «cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza» (cf SC 1 y 9). Es preciso respetar y fomentar su carácter de celebración de los misterios de nuestra salvación, en la que se hace presente y operante el misterio de la Comunión de los Santos del que vive y se alimenta la Iglesia. Así, cuantos participan en ella, se sentirán destinatarios de la bondad y de la gracia de Dios, fortalecidos e iluminados en su caminar presente y sostenidos por la esperanza de la vida eterna. Un cuidado especial merecen aquellas celebraciones en las que participen no creyentes o alejados de la Iglesia, de forma que puedan percibir en la celebración de los misterios cristianos la adecuada expresión del Evangelio de Jesucristo y de la «vocación celeste» (cf Heb 3, 1) a la que estamos llamados.

21. En la Eucaristía la Iglesia aparece como el Cuerpo de Cristo donde cada cristiano ofrece a Dios «el culto razonable» (cf Rm 12, 1) y entrega su vida al servicio de los hermanos. Esta oblación, que ha de hacerse visible en la vida de cada cristiano, encuentra un signo especialmente elocuente en el testimonio de los consagrados. La Eucaristía nos educa, además, en el sentido comunitario de la Iglesia y en la misión hacia quienes todavía no participan de nuestra fe y comunión. Nos hace descubrir la necesidad de la Reconciliación y del Perdón de Dios para acercarnos, con corazón limpio y en paz con nuestros hermanos, al banquete del Señor. Nos educa igualmente en la comunión de bienes, pues al participar del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, reconocemos que cuanto somos y tenemos pertenece al Señor y a los hermanos. Para vivir todas estas realidades es preciso iniciar y cultivar el espíritu y la práctica de la oración, personal y comunitaria, como elemento imprescindible de la experiencia cristiana.

C. «En comunión con nosotros»

22. Hacer visible la comunión de la Iglesia diocesana y su «relación originaria con la Iglesia universal» no es una estrategia humana para conseguir éxitos pastorales. Es, según la voluntad de Cristo, la exigencia radical de nuestra pertenencia a Él y el signo de que ha sido enviado al mundo para implantar en él la vida de Dios. Del testimonio de esta comunión depende que el mundo crea en Cristo, como enviado del Padre (cf Jn 17,21). La comunión es, por tanto, condición indispensable de la evangelización. Es su matriz, su fuerza y su meta, pues lo que la Iglesia pretende al evangelizar es que todos los hombres puedan estar «en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (cf 1 Jn 1, 4). Por su propia naturaleza, la comunión es misioneras. Hacer patente la relación entre las acciones del Plan Pastoral y la comunión que sostiene la Iglesia es de vital importancia para la misión evangelizadora. El mismo Plan ha de ser expresión de esa comunión misionera.

23. El testimonio que la Iglesia ofrece al mundo debe hacer visible lo que la Iglesia es en sí misma: el signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano7. La importancia de hacer más visible este signo nos urge -a toda la comunidad diocesana- a fortalecer nuestra comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo por una vida en fidelidad y santidad, y a mostrarla en torno al Obispo, principio de unidad y de comunión en la Iglesia particular, el cual nos vincula con el Colegio apostólico y con su cabeza visible, el Papa. Nos apremia, igualmente, a vivir con la conciencia clara de que la Iglesia es una, y que la diversidad de sus carismas, lejos de ensombrecer la unidad, manifiesta que todos bebemos del mismo Espíritu para la edificación del único Cuerpo de Cristo (cf 1 Cor 12,13).

24. Para que esta comunión sea efectiva y despliegue «todo su vigor cristiano, su fascinación humana y espiritual irresistibles, la comunidad diocesana necesita recibir un nuevo impulso apostólico y misionero, que potencie la cooperación pastoral de todos, de forma que todas las instituciones, asociaciones y movimientos de la Iglesia se coordinen y apoyen mutuamente en la realización de unos mismos objetivos, al servicio de la gran tarea evangelizadora, que nos urge y reclama cada día. Esto exige reconocer que la Iglesia, misterio de comunión, nos precede en el designio salvífico de Dios, y que es en la Iglesia y para la Iglesia donde nacen y se desarrollan todos los carismas que la enriquecen, a fin de que el mundo crea. Exige, sobre todo, vivir abiertos con docilidad al Espíritu de Dios, que articula y ordena todos los miembros y carismas de la Iglesia hacia la unidad querida por Cristo.

D. «Nos urge la caridad de Cristo»

25. La comunión, visible ya cuando la Iglesia proclama el Evangelio y celebra los sacramentos, se hace especialmente significativa cuando la caridad, por la que Cristo se empobreció a sí mismo para enriquecemos con todos sus dones, nos lleva a hacer lo mismo con los más pobres y necesitados (cf 2 Cor 8,9). Cada cristiano, como imitador de Jesucristo, está llamado a vivir la «opción o amor preferencial por los pobres» como una «forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia»9. Ante los graves problemas sociales y humanos que palpamos en nuestra sociedad nos sentimos llamados a identificamos plenamente con cuantos los padecen y a reconocer en ellos la presencia de Cristo, conscientes de nuestros pecados y de los pecados de nuestros contemporáneos, abriéndonos con humildad y perseverancia a la gracia de la conversión (cf LG 8).

26. Los cristianos, interpelados por los pobres, debemos reflexionar, además sobre nuestro estilo de vida respecto al uso de nuestros bienes. La insolidaridad, la falta de sensibilidad ante los problemas humanos, la aspiración a una vida cada vez más cómoda y confortable a toda costa, y el consumismo, no afectan sólo a los que viven de espaldas a Dios y al evangelio, sino a «amplios sectores de nuestra sociedad, bautizados en su mayor parte» que «llegan a prescindir prácticamente de Dios y de la salvación eterna en su vida pública y privada»10. La Iglesia, y cada bautizado, se hace creíble, especialmente en su relación con los pobres, cuando no se contenta sólo con dar el Evangelio sino la propia vida (cf 1 Tes 1, 8).

27. Esta dimensión de la caridad cristiana, que arranca de la misión de Cristo, enviado a «evangelizar a los pobres» (Cf Le 4,18), y a salvar a los pecadores (Cf Le 15, 1-2) debe caracterizar todo el proceso de educación en la fe y en la experiencia cristiana, de forma que el amor verdadero a los pobres no quede reducido a una acción más de la Iglesia, sino que se convierta en la prueba de que el Señor vive entre nosotros y reclama la misma caridad que le ofreceríamos si pudiéramos contemplarlo necesitado y pobre. Para vivir así, no basta con quererlo. Es preciso recibir de Dios la luz y la fuerza para comprender que la caridad es el «camino mejor» (cf 1 Cor 12, 3 1) para llegar a la meta de la vocación cristiana.

E. «Luz del mundo y sal de la tierra»

28. La nueva evangelización a la que nos llama la Iglesia no se podrá realizar sin la presencia misionera de los bautizados en todos los ámbitos de la vida social, empezando por la familia, donde los padres han de ser los primeros testigos de la fe para sus hijos. Esto exige formar desde el inicio de la vida cristiana en la condición de testigos que confiesan la fe de Jesucristo y de apóstoles que la proclaman de palabra y de obra. Para ello es preciso que cada cristiano, convencido de la capacidad humanizadora del Evangelio, se sienta al mismo tiempo «miembro de la Iglesia y ciudadano de la sociedad humana» esforzándose por mantener la unidad de vida.

29. Es urgente la presencia misionera en ámbitos como la cultura, la política, la economía los medios de comunicación social, la escuela, la universidad y el mundo obrero; esta urgencia nos obliga a redescubrir que «los distintos campos de la vida laical entran en el designio de Dios, que los quiere como el «lugar histórico» del revelarse y realizarse la caridad de Jesucristo para gloria del Padre y servicio a los hermanos». Educar para el testimonio cristiano en dichos ámbitos exige, por una parte, asumir la verdad del Evangelio sobre el mundo y las realidades temporales -explicitada de modo especial en la doctrina social de la Iglesia- y trabajar con empeño y valentía apostólica en la transformación de cuanto impide la realización del plan de Dios en la vida de los hombres.

30. No se podrá realizar esta tarea si los cristianos desvinculan su acción en el mundo de su llamada a la santidad, como incorporación plena a Jesucristo y a la vida que se nos da en su Palabra, en sus sacramentos y en la plena comunión con la Iglesia y su Magisterio. A esta importante tarea, sustentada especialmente por la oración y entrega de quienes viven la dimensión contemplativo de la Iglesia, somos convocados todos los bautizados. En este que hacer los seglares necesitan ser acompañados fraternalmente por los sacerdotes, que deben estar al servicio incondicional del sacerdocio común de los bautizados favoreciendo lo específico de su condición secular. Esta relación fraterna entre los presbíteros y los laicos hará realidad la vocación a la que éstos son llamados: «Así como los sacramentos de la Nueva Ley, que alimentan la vida y el apostolado de los fieles, anticipan el cielo nuevo y la nueva tierra, de la misma manera, los laicos se convierten en eficaces predicadores de la fe en lo que se espera, si unen sin vacilaciones la profesión de la fe con la vida de fe».
III. OBJETIVOS PASTORALES PARA EL TRIENIO 1997-1999
(Índice)

Insertos en nuestra sociedad madrileña, compartiendo fracasos, preocupaciones, esperanzas y logros, con la esperanza de que Dios nos llama a todos a ser sus hijos, en el trienio preparatorio del Año Jubilar, nos sentimos llamados a esforzamos seriamente por hacer visible a Jesucristo en medio de nuestros hermanos, proclamando su Evangelio, celebrando los misterios de su salvación y dando testimonio de su caridad. Para ello necesitamos vivir en estado de permanente conversión (objetivo general del curso 1995-96), siendo fieles a quien nos ha llamado a la Iglesia y nos confía la participación en su misión: Jesucristo, el Señor.

Nos proponemos, por tanto, como objetivo general:

FORTALECER LA FE YEL TESTIMONIO MISIONERO
DE TODO EL PUEBLO DE DIOS

(Cf Tertio millennio adveniente 42)

Para avanzar hacia esta meta, durante estos tres próximos años, queremos prestar atención conjuntamente a los objetivos específicos siguientes:

1. Anunciar el Evangelio a todos, creyentes y no creyentes, y educar la experiencia cristiana en la comunidad eclesial
2. Vivir la comunión -invisible y visible- en nuestra Iglesia particular
3. Vivir las exigencias de la comunión eclesial con los excluidos de los bienes materiales y sociales
4. Hacer presente en el mundo la verdad, la vida y la fuerza transformadora del Evangelio

A continuación destacamos las propuestas, entre las más señaladas, que parecen responder más adecuadamente a cada uno de los objetivos.

1.1. Animar a todos los cristianos para que, en la relación con los que no creen en Jesucristo o viven alejados de Dios, se atrevan a comunicar aquello que da sentido a su vida creyente, y potenciar la convicción de que el encargo de anunciar el Evangelio es una gracia y un deber para todos los miembros de la Iglesia y se puede realizar con sencillez a través de nuestra vida y nuestra palabra.

1.1.1. Organizar, donde parezca oportuno, misiones populares, convenientemente actualizadas en forma y contenidos.

1.1.2. Promover encuentros (culturales, festivos, de solidaridad…) abiertos a la participación de personas alejadas de la fe, en los que pueda percibiese el modo cristiano de vivir

1.2.Acoger responsable y fraternalmente a las personas alejadas de la vida de la Iglesia que acuden a las parroquias a solicitar sacramentos, teniendo en cuenta su situación, reflexionando sobre el porqué de su alejamiento y las circunstancias que les llevan a la Iglesia, invitándoles a la conversión personal y, si es el caso, ofreciéndoles, mediante la predicación y los ritos sacramentales, el Evangelio que tratamos de vivir.

Para ello, elaborar y publicar un Directorio pastoral sobre la acogida a alejados que solicitan sacramentos.

1.3. Acrecentar en las comunidades parroquiales y no parroquiales la preocupación por el anuncio del Evangelio en los países en los que la mayoría aún no conoce a Cristo.

1.4. Ofrecer en todas las comunidades procesos unitarios de catequesis, desde la infancia a la edad adulta, en los que se integre la celebración de los sacramentos de la Iniciación cristiana, con orientaciones sobre etapas y contenidos.

1.4.1. Proponer a quienes solicitan la Confirmación habiendo interrumpido su formación cristiana después de la primera comunión, un proceso auténticamente catecumenal que facilite su incorporación a la comunidad cristiana y a su misión.

1.4.2. Coordinar todas las iniciativas eclesiales -parroquiales o no- que afectan al proceso catequético sacramental de la iniciación cristiana.

1.4.3. Propiciar la contribución de la educación católica en general y el trabajo de las asociaciones apostólicas infantiles y juveniles al proceso básico de educación de la fe.

1.4.4. Apoyar a las familias, escuelas de humanidad, e «iglesias domésticas», especialmente en su tarea de educar cristianamente a los hijos.

1.4.5. Promover y cuidar, en los diversos cauces de formación cristiana de niños y jóvenes, la vocación general cristiana y, en especial, las vocaciones para el sacerdocio y para la vida consagrada.

1.4.6. Organizar, sobre todo en las parroquias, catequesis para los adultos necesitados de la formación cristiana básica.

1.5. Contribuir a una sólida formación cristiana de los niños y de los jóvenes a través de la educación, aprovechando todos los medios posibles de presencia y acción en los centros escolares.

1.6. Cuidar todas las celebraciones litúrgicas, sobre todo la Eucaristía dominical, y crear equipos de animación litúrgico que faciliten la comprensión de] lenguaje simbólico de los ritos y su significado sacramental, y favorezcan la participación de toda la asamblea en la actualización de los Misterios que se celebran.

1.6.1. Valorar la presidencia en las celebraciones litúrgicas y favorecer la preparación y revisión de las homilías, teniendo en cuenta los Misterios que se celebran en el contexto del Año Litúrgico, la exégesis de los textos bíblicos y las condiciones de vida de la comunidad.

1.6.2. Ofrecer ejercicios espirituales y retiros en los tiempos litúrgicos especiales, que ayuden a cultivar la oración personal y comunitaria, y a desarrollar la vida cristiana.

1.7. Potenciar la formación permanente integral de presbíteros y agentes pastorales en función de las necesidades de la misión, cuidando la vinculación con la Iglesia diocesana, gradualidad, coordinación y complementariedad de los diversos cauces.

2.1. Discernir, potenciar y armonizar los auténticos carismas que el Espíritu suscita en la Iglesia diocesana en orden a la evangelización.

2.2. Propiciar el conocimiento del misterio de la Iglesia -Palabra, sacramento, sucesión y ministerio apostólicos, vida comunitaria-, y la estima de los bienes que comporta la comunión eclesial, tanto en la Iglesia diocesana como en la Iglesia universal.

2.3. Fomentar entre los presbíteros la conciencia de que, presididos por el Obispo, forman un único presbiterio.

2.4. Incrementar la participación de las congregaciones religiosas en la acción pastoral diocesana, valorando su dimensión apostólica y colaboración real, y favoreciendo por parte de todos el reconocimiento de la eclesialidad de su trabajo.

2.5. Cuidar que los procesos Normativos que ofrecen los movimientos, asociaciones, comunidades y centros de enseñanza, incorporen eficazmente a sus miembros en la acción pastoral de la Iglesia particular.

2.6. Potenciar en parroquias, arciprestazgos, vicarías y en la archidiócesis la coordinación y complementariedad de los distintos proyectos y acciones a través de los Consejos pastorales, impulsando decididamente la corresponsabilidad.

2.7. Seguir avanzando en la responsabilización de todos respecto del sostenimiento y autofinanciación de la Iglesia, y potenciar los Consejos Económicos y el desarrollo de sus tareas en los diferentes niveles.

2.8. Fortalecer la comunicación cristiana de personas, bienes y re entre las comunidades de la archidiócesis y de ésta con el Tercer Mundo.

3.1. Sensibilizar a toda la comunidad hacia y a partir de los problemas de los marginados, comenzando por el propio entorno. Esto incluye acercarse a las personas y a sus ambientes, conocer los hechos, analizar las causas tanto personales como estructurales, considerar el deterioro humano, discernir los obstáculos que presentan a la evangelización y decidir el tipo de intervención más apto de acuerdo con lo que piden la justicia y la solidaridad cristianas.

3.2. Prever cauces adecuados para la formación de la conciencia de los cristianos ante las realidades temporales, urgiendo su acción, con conocimiento de causa y criterios evangélicos, al servicio de la vida y de las personas. de los derechos humanos y de la justicia social.

3.2.1. Difundir la doctrina social de la Iglesia con materiales sencillos.

3.3. Reforzar los equipos de Cáritas y, en general, de acción social, cuidando la formación de sus miembros, de modo que puedan animar la acción caritativa de toda la comunidad diocesana y parroquias como elemento integrante del proceso evangelizador.

3.3.1. Cuidar la idoneidad y formación de los voluntarios, de manera que su servicio contribuya no sólo a paliar una necesidad ocasional sino a un cambio en las estructuras personales y sociales, y les ayude a configurar toda su vida en el seguimiento de Jesucristo como auténticos servidores.

3.4. Cuidar y potenciar la cooperación y la coordinación en los barrios y en el conjunto de la archidiócesis del trabajo de las distintas personas e instituciones eclesiales que trabajan al servicio de personas marginadas.

3.5. Procurar que la acción socio-caritativa de la comunidad eclesial se coordine con los organismos civiles que trabajan en este campo, esforzándose por aportar lo específico de su presencia en él.

3.6. Acoger a los trabajadores inmigrantes, ayudando en lo posible a los que sufren necesidades materiales y, sobre todo, res petando y valorando su cultura, y abriendo procesos de integración en la sociedad y en nuestras comunidades.

4.1. Fomentar el compromiso activo -individual y asociado- de los laicos en el mundo de la familia, el trabajo, la acción política y sindical, la enseñanza, la cultura, las expresiones artísticas y los medios de comunicación, en orden a lograr una organización más justa y solidaria de la sociedad, y más acorde con la dignidad de la persona,

4.2. Crear cauces, sobre todo en parroquias o arciprestazgos, para que los laicos que dan testimonio de la fe a través de su participación en organizaciones civiles puedan intercambiar sus experiencias, debatir y sentirse acompañados, iluminados y apoyados por la comunidad.

4.3. Establecer en todos los arciprestazgos el Servicio de Orientación e Información para el Empleo (SOIE), animando el apoyo mutuo de los que acuden a él, cuidando el análisis de las situaciones, alentando las iniciativas, por pequeñas que sean, y reconociendo su propio protagonismo en el proceso por el que pasan.

4.4. Impulsar asociaciones familiares que promuevan el apoyo a matrimonios en dificultades, el derecho a la vida, la educación de los hijos de acuerdo con las convicciones religiosas y morales de los padres, e impulsar en este que hacer a las asociaciones apostólicas orientadas a estos fines.

4.5. Cuidar la formación de quienes, voluntarios o profesionales, acompañan a los enfermos en hospitales o en casa, de modo que su servicio les ofrezca atención espiritual, ayuda para paliar la dureza de sus situaciones y el consuelo de sentir la compañía de la Iglesia en los momentos de la enfermedad y de la muerte.

Con el fin de articular este Plan con el ritmo y los grandes objetivos que propone el Papa en Tertio millennio adveniente para la Iglesia universal, iremos realizando cada año tanto los objetivos específicos como las acciones propuestas, desde una referencia viva a las personas de la Trinidad, que inspire y oriente el conjunto de nuestro trabajo pastoral:

Año 1997: Incorporados a Cristo, el Hijo enviado (cf Redemptor- hominis)

Año 1998: Animados por el Espíritu (cf Dominum et vivificatem)

Año 1999: Reunidos en torno a la mesa del Padre (cf Dives in misericordia)

Esta referencia trinitaria servirá no sólo para enmarcar anualmente las acciones del Plan sino para revitalizar en la comunidad diocesana el dinamismo de la iniciación cristiana, que conlleva la profundización en las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y la vivencia de los sacramentos del Bautismo, Confirmación, Reconciliación y Eucaristía.

IV. PROPUESTAS SELECCIONADAS PARA EL CURSO 1996-1997 (Índice)

De todas las propuestas señaladas anteriormente, tras el estudio realizado por las Delegaciones Diocesanas y nuestro Consejo Episcopal, y después de consultar al Consejo presbiteral y al Consejo diocesano de pastoral, hemos escogido algunas más concretas para el trabajo pastoral del próximo curso.

En sintonía con las orientaciones de Tertio millennio adveniente para 1997, nos proponemos fortalecer nuestra adhesión a Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre (cf Heb 13,8). Queremos caminar en comunión con ƒl, enviado del Padre para evangelizar a los pobres y anunciar a todos la Buena Nueva de la salvación.

1. Anunciar el Evangelio a todos, creyentes y no creyentes, yeducar la experiencia cristiana en la comunidad eclesial (cf II. Una mirada de fe, nn. 15-21)

Llama la atención en los datos recogidos el empobrecimiento y la languidez de la vida cristiana de muchos bautizados. Parecería que el conocimiento de Jesucristo ni los ilumina ni los fortalece ni los alegra, ni cambia su vida. A veces la pertenencia a la Iglesia es sentida como una rémora para la creatividad y el crecimiento, cuando se entienden al estilo del mundo y no de acuerdo con lo que es propio de la libertad de los hijos de Dios. En algunas comunidades la rutina va trivializando la esperanza y el impulso misionero.

En contraste, nos viene a la memoria la alegría de los discípulos por haber conocido, contemplado y palpado a Jesucristo, Palabra de la Vida, Y su deseo de que también otros pudieran compartir sugozo (cf 1 Jn 1,1-4). Recordamos igualmente aquella breve frase que resume los efectos de la predicación y las curaciones del diácono Felipe en Samaría: «la ciudad se llenóde alegría» (cf Hch 8,8). Los frutos de la conversión eran patentes.

También es unarealidad en parroquias y movimientos de nuestra Iglesia madrileña la alegría, la creatividad apostólica, el crecimiento en la caridad y en lasantidad, las iniciativas pastorales que son fruto de la acogida del Evangelio. A pesar de los obstáculos, -de nuestras debilidades y pecados- Dios va realizando sus trabajo en medio de nosotros.

Al contemplar todo esto desde la visión teologal de la fe, nos sentimos llamados este año, sobre todo, a cultivaren nuestras comunidades la verdadera experiencia de la fe y recobrar la alegría de anunciarla y compartirla.

Líneas de acción

1. 1. Animar a todos los cristianos para que, en la relación con los que no creen en Jesucristo o viven alejados de Dios, se atrevan a comunicar aquello que da sentido a su vida creyente, y potenciar la convicción de que el encargo de anunciar el Evangelio es una gracia y un deber para todos los miembros de laIglesia, y se puede realizar con sencillez a través de nuestra vida y nuestra palabra.

Acciones concretas

a.- Elaborar un directorio pastoral sobre laacogida a alejados que solicitan sacramentos.

b.- Organizar, donde parezca oportuno, misiones populares, convenientemente actualizadas en forma y contenidos

c.- Promover encuentros (culturales, festivos, de solidaridad…) abiertos a laparticipación de personas alejadas de la fe, en los que pueda percibiese el modo cristiano de vivir.

1.2. Ofrecer en todas las comunidades procesos unitarios de catequesis, desde la infancia a la edad adulta, en los que se integre la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana, con orientaciones sobre etapas y contenidos.

Acciones concretas

a.- Cuidar y renovar todo lo relativo a los materiales básicos para la catequesis de acuerdo con las orientaciones de la Iglesia.

b.- Organizar, sobre todo en las parroquias, catequesis para losadultos necesitados de la formación cristiana básica.

2. Vivir la comunión -invisible y visible- en nuestra Iglesiaparticular (cf 11. Una mirada de fe, nn. 22-24)

En las consultas realizadas se ha señalado con bastante unanimidad que la vivencia de la comunión eclesial parece diluirse en no pocos de nosotros, a medida que se amplia el horizonte de las relaciones: es más intensa en las comunidades inmediatas, pero decrece en las vicarias y sobre todo en el nivel diocesano. Se destaca igualmente la falta de coordinación de los servicios que se prestan, el desconoció miento de los organismos que han de visibilizar y servir a la comunión, el desconocimiento también de muchos de los carismas activos en la Iglesia diocesana e incluso, en algunos casos, el alejamiento entre diferentes grupos.

Si se han constatado con fuerza estas situaciones, es porque, sentimos el peligro de que se frustre en nosotros algo esencial de la experiencia cristiana.

ÀCómo no van a resonar con fuerza las palabras de san Pablo: «todos nosotros hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo; y todos hemos bebido también el mismo Espíritu» (cf 1 Cor 12, 13)?

Líneas de acción

2.1. Propiciar el conocimiento del misterio de la Iglesia -Palabra, sacramentos, sucesión y ministerio apostólicos, vida comunitaria- y la estima de los bienes que comporta la comunión eclesial, tanto en la Iglesia diocesana como en la Iglesia universal.

2.6. Potenciar en parroquias, arciprestazgos, vicarías y en la archidiócesis la coordinación y complementariedad de los distintos proyectos y acciones a través de los Consejos pastorales, impulsando decididamente la corresponsabilidad.

Acciones concretas

a.- Creación de Consejos pastorales de parroquia y arciprestazgo donde no existan, y revisión de su funcionamiento donde ya los hay.

b.- Potenciar la realidad pastoral del arciprestazgo y la figura del arcipreste.

3. Vivir las exigencias de la comunión eclesial con los excluidos de los bienes materiales y sociales (cf. 11. Una mirada de fe, nn. 25-27)

Las situaciones de marginación que hemos contemplado y analizado, nos revelan lo difícil que resulta a muchos hombres y mujeres con los que convivimos, llevar una vida como corresponde a su dignidad de personas. Más difícil aún les resulta a muchos de ellos poder descubrir en la práctica el cariño con que Dios los ama. Su clamor llega a los oídos y al corazón del Padre.

«Cristo fue enviado por el Padre a anunciar la Buena Noticia a los pobres… a sanar a los de corazón destrozado (cf Le 4, 1 S), a buscar y salvar lo que estaba perdido (cf Le 9, 1 0). Tambiénla Iglesia abraza con amor a todos los que sufren bajo el peso de la debilidad humana; más aún, descubre en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y sufriente, se preocupa de aliviar su miseria y busca servir a Cristo en ellos» (cf LG Se).

Linea de acción

3.1. Sensibilizar a toda la comunidad hacia y a partir de los problemas de los marginados, comenzando por el propio entorno. Esto incluye acercarse a las personas y a sus ambientes, conocer los hechos, analizar las causas tanto personales como estructurales, considerar el deterioro humano, discernir los obstáculos que presentan a la evangelización y decidir el tipo de intervención más apto, de acuerdo con lo que piden la justicia y la solidaridad cristiana.

Acciones concretas

a.- Reforzar los equipos de Cáritas y en general de acción social cuidando la formación de sus miembros de modo que puedan animar la acción caritativa de toda la comunidad, diocesana y parroquias, como elemento integrante del proceso evangelizador.

b.- Cuidar la fon–nación e idoneidad de los voluntarios de manera que su servicio contribuya no sólo a paliar una necesidad ocasional sino a un cambio en las estructuras personales y sociales, y les ayude a configurar toda su vida en el seguimiento de Jesucristo como auténticos servidores.

4. Hacer presente en el mundo la verdad, la vida y la fuerzatransformadora del Evangelio (cf II. Una mirada de fe, nn. 28-30)

La comunidad diocesana percibe con claridad la notable y muy significativa ausencia de cristianos en la vida pública -cultural, social, económica, política- que sean capaces de impregnarla del espíritu evangélico y de orientarla hacia el verdadero servicio a las personas y, por lo tanto, a la mayor gloria de Dios.

Seguramente no nos falta generosidad, sino comprender con mayor claridad la vocación a la que estamos llamados todos los cristianos, lucidez cristiana para ver en qué consiste el verdadero servicio al hombre y al bien común, y fortaleza apostólica, para salir de los caminos fáciles, los rutinarios, y buscar los exigentes, los nuevos, los de hoy.

Somos luz que no ha de esconderse. «Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16).

Línea de acción

4.1. Fomentar el compromiso activo -Individual y asociado- de los laicos en el mundo de la familia, el trabajo, la acción política y sindical, la enseñanza, la cultura, las expresiones artísticas y los medios de comunicación, en orden a lograr una organización más justa y solidaria de la sociedad, y más acorde con la dignidad de la persona.

Acciones concretas

a.- Crear cauces, sobre todo en parroquias o arciprestazgos, para que los laicos que dan testimonio de la fe a través de su participación en organizaciones civiles puedan intercambiar sus experiencias, debatir y sentirse acompañados, iluminados y apoyados por la comunidad.

b.- Establecer en todos los arciprestazgos el Servicio de Orientación e Información para el Empleo (SOIE), animando el apoyo mutuo de los que acuden a él, cuidando el análisis de las situaciones, alentando las iniciativas, por pequeñas que sean, y reconociendo su propio protagonismo en el proceso por el que pasan.

V. PUESTA EN MARCHA Y SEGUIMIENTO DEL PLAN (Índice)

La promulgación del Plan Diocesano de Pastoral abre un proceso de programación en vicarías, arciprestazgos, parroquias, delegaciones y movimientos. Esta programación debe ser fiel tanto a su objetivo general como a sus objetivos específicos, aun cuando en ella haya que tener en cuenta -con flexibilidad- las circtinstancias concretas y las necesidades de los ámbitos en que se realiza.

Como en toda programación, convendrá especificar qué acciones se realizarán, qué personas las llevarán a cabo y con qué medios y recursos se cuentan para ello. También ayudará señalar los momentos oportunos para su revisión periódica. Ocasión excelente para perseverar en las actitudes de examen de conciencia y conversión del corazón, tan decisivas para que fructifique la luz y la gracia que viene del Señor en nuestra vida y acción apostólicas.

La programación se realizará cada año pastoral. El seguimiento de esa programación durante un año y la evaluación que se haga al final de él, junto con el caminar concreto diocesano y el de la Iglesia universal, nos darán pie para la programación del año siguiente.

Para que la aplicación del Plan Diocesano responda con mayor efectividad evangelizadora a los retos que nuestro examen de conciencia ha detectado y sintonice lo más íntimamente posible con los grandes objetivos que el Santo Padre nos ha marcado en la carta apostólica Tertio millennio adveniente para los próximos tres años, seleccionaremos cada curso cuatro líneas de acción -una por cada objetivo específico-, como acciones que asume de forma especialmente relevante el propio Arzobispo con todos sus colaboradores más inmediatos en orden a vertebrar toda la acción pastoral diocesana; y que ha de tenerse en cuenta, por tanto, en todas las programaciones específicas de los distintos grupos y sectores de la pastoral diocesana. En el apartado anterior se señalan ya las que hemos elegido para el curso próximo 1996-97.

El Plan y sus líneas prioritarias, fruto de una tan amplia consulta a toda la diócesis, habrán de ser referencia vinculante para todas las comunidades e instituciones eclesiales, Áincluidas las que pertenecen al ámbito de la vida consagrada, a la hora de formular sus propios planes pastorales. Se conjugará así lo específico de cada carisma o realidad pastoral con la común tarea evangelizadora de la Iglesia diocesana. Esto exigirá un gran esfuerzo de coordinación, y sobre todo un gran sentido de comunión eclesial. Es evidente que a los organismo diocesanos les toca asumir una especial responsabilidad en estrecha unión con el propio Pastor de la Diócesis. Si el Espíritu «se nos da a cada uno para el bien común», deseo y pido que ƒl fortalezca en nosotros esa comunión y audacia apostólica que requiere el momento presente de nuestra Iglesia en Madrid.

Bueno es recordar que no se trata de que todos lo hagamos todo,pero sí de hacerlo todo entre todos, de suerte que a lo largo del trienio 1997-2000 nos vayamos acercando lo más posible por todos esos caminos, que el Señor nos vaya marcando, al objetivo general de nuestro Plan diocesano, de forma que el Evangelio sea anunciado de nuevo en Madrid.

El Plan de Pastoral es un instrumento al servicio de la evangelización en nuestra diócesis. Nos compromete a todos en las líneas de acción propuestas y, sobre todo, en una conversión de actitudes que nos haga testigos vivos del Evangelio que anunciamos. Con él queremos responder a los designios amorosos de Dios y al clamor de nuestros hermanos, humildemente, con renovada fidelidad y entrega apostólicas, confluyendo con todos los dones que hemos recibido del Señor en una vivencia de la comunión eclesial, verdaderamente misionera y evangelizadora aquí y ahora, en la Iglesia particular de Madrid, cuando se acerca el Tercer Milenio de nuestra era. Precisa, por ello, de otro seguimiento: el seguimiento interior, espiritual, oculto, el seguimiento a través de la oración de toda la Iglesia Diocesana. El papel de las almas consagradas a la contemplación y a la oblación constante de sus vidas, como ocurre singularmente con nuestras comunidades femeninas de clausura, es absolutamente decisivo para que se fortalezca de verdad la fe y el testimonio misionero de todo el Pueblo de Dios en Madrid.

Como a los primeros apóstoles, nos dice hoy el Señor: «Paz a vosotros. Como el Padre me envió, así os envío. Recibid el Espíritu Santo» (cf Jn 20, 19-23). Ojalá nos suceda como a los apóstoles, que no fueron los mismos antes de la Resurrección del Señor y después de Pentecostés.

Pongo el Plan Diocesano de Pastoral bajo la protección de Nuestra Señora de la Almudena, la llena del Espíritu; la que supo acudir presurosa a la casa de su prima Isabel, necesitada de apoyo y consuelo; la que auxilió a los novios en las bodas de Canaá de Galilea; la que nos recibió en la persona de Juan al pie de la Cruz; la que acompañó a «los Doce» con Pedro a la cabeza, el día de Pentecostés.

Con mi afecto y bendición,

26 de Mayo de 1996

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