El bien más preciado
Mis queridos hermanos y amigos:
En el último tramo de este año dedicado a Jesucristo, el primero de los tres preparatorios al gran Jubileo del 2000, celebramos la fiesta de la Almudena con la mirada fija en su Hijo, como Ella, que nos dice a toda la comunidad diocesana: Haced lo que El os diga. Toda nuestra vida y todos nuestros trabajos, encaminados justamente a servir a la gloria de Cristo, los pondremos de modo especial este día, 9 de noviembre, en manos de la Virgen. Ella intercederá por todos, pastores y fieles, ante su Hijo, para disponernos con un corazón nuevo a la celebración de los 2000 años de su nacimiento.
Nos disponemos, pues, a celebrar mañana, con gozo y esperanza, la solemnidad de nuestra Patrona, Santa María la Real de la Almudena. Ya, esta misma tarde, a las ocho y media, me encontraré en la catedral con los jóvenes madrileños, convocados, como en años anteriores, a la Vigilia de oración que sirve de pórtico a la gran fiesta de mañana domingo, y que sin duda será un momento de gozo y de esperanza, los sentimientos más propios de la auténtica juventud, que ha sido redimida por Cristo.
En efecto, sólo aquel que no envejece puede llamarse joven en el pleno sentido de la palabra. Y sólo Cristo nos hace participar de esa juventud verdadera, que es la gracia de Dios, que -en palabras de la Escritura- vale más que la vida. Sencillamente, porque Él es la consistencia misma de la vida, y el sentido de la vida. Sin Él, necesariamente, la juventud se marchita. ¿Acaso no están llenas nuestras calles de jóvenes envejecidos, de chicos y chicas de pocos años, pero faltos de alegría y de esperanza? Quienes estuvimos en París, en unión de jóvenes de todo el mundo, junto con el Papa Juan Pablo II, el pasado agosto, aún tenemos viva en la mente y en el corazón la explosión de juventud verdadera que fueron aquellas Jornadas inolvidables, que a todos nos renovaron el gozo de vivir. Por una sola razón: la presencia de Cristo, el hijo de María, en medio de nosotros, y que hace nuevas todas las cosas..
De este modo, queridos jóvenes cristianos de Madrid, renovados por la fe y el amor, sois para tantos compañeros y amigos vuestros -quizás con mayores cualidades humanas que vosotros, pero que viven desorientados y sin rumbo- una esperanza real de juventud, porque vosotros, siendo fieles al don recibido, podéis ser instrumentos para que el Señor les devuelva el gusto de vivir.
Esta tarde, junto a la Madre de Jesús y Madre nuestra, vamos a orar por todos los jóvenes madrileños, y por los jóvenes del mundo entero, para que Ella los proteja y los guíe hasta su Hijo, y para que a ninguno de ellos le falte la ayuda de nuestra caridad. Vivimos en una sociedad que está llena de cosas, pero éstas, sin Cristo, son incapaces de aportar un gramo siquiera de felicidad auténtica. La felicidad está en Él, como lo pudimos experimentar de un modo extraordinario en la Jornada mundial de París, y como cantaba el evangelio de la pasada celebración de Todos los Santos: Dichosos vosotros, que lloráis y tenéis hambre y sed de justicia y de vida, porque el Reino de los cielos, con que sois consolados y saciados, está en medio de vosotros, y ese Reino es Jesucristo resucitado, vivo y presente en su Iglesia.
La felicidad que nace de aquí, plena de alegría y de esperanza, es el bien más preciado, al que tienen derecho todos los hombres y mujeres del mundo. El modo elegido por Dios para entregarles ese Bien es, precisamente, el testimonio de vuestra vida de cristianos, que en la medida en que es verdadera no podréis ocultarla. Todos pueden verla, y en todos puede despertarse el deseo de vivir, y vivir en plenitud, que les reclama su corazón; y entonces os preguntarán, igual que al principio le preguntaron Juan y Andrés a Jesús. Como Él, también vosotros podréis decirles: ¡Venid y veréis!
Las celebraciones de mañana tendrán su momento cumbre en la Misa de la fiesta de nuestra Patrona, en el corazón mismo de nuestra ciudad. A todo el pueblo cristiano de Madrid invito de corazón a esta solemne concelebración eucarística, que como el pasado año tendrá lugar en la Plaza Mayor, a las 12 de la mañana. A los pies de la Virgen de la Almudena quiero poner toda la vida y todos los trabajos de los madrileños, para que la Madre los bendiga. Y especialmente quiero poner bajo su amparo maternal los gozos y esperanzas de los jóvenes, para que hallen su verdadero cumplimiento, el de esa juventud que no envejece. María sin duda alcanzará de su Hijo, para los jóvenes de edad y para todos, ese Bien que vale más que la vida. Quiera el Señor que todos sepamos acogerlo como Ella, con el mismo ¡Hágase! de Ella en Nazaret, y a lo largo de toda su vida terrena, hasta el mismo pie de la Cruz.
Con mi saludo cordial y bendición