Mis queridos hermanos y amigos:
En el anuncio de Consistorio público que el Santo Padre hacía en la hora del rezo del Ángeles del domingo 18 de enero pasado para la creación de nuevos Cardenales incluía el nombre del Arzobispo de Madrid, que os habla. ¡Una reiterada muestra de la exquisita benevolencia personal y de la estima pastoral con que Juan Pablo II mira a la Archidiócesis de Madrid! Si el Pastor de la Iglesia particular de Madrid ha sido llamado por el Pastor de la Iglesia Universal para incorporarle al Colegio Cardenalicio, eso significa que se le pide no solamente al Arzobispo elegido sino también a toda la comunidad diocesana una mayor, más generosa y más comprometida disponibilidad para vivir la misión y la comunión eclesiales con el corazón estrechamente unido al ministerio del Sucesor de Pedro y con él abierto a las necesidades de toda la Iglesia en cualquier parte del mundo.
El servicio específico que se espera del Colegio de los Cardenales y de todos y cada uno de sus miembros es el de la asistencia al Papa en todos aquellos asuntos o tareas que él quiera encomendarles para el bien de toda la Iglesia, en el tiempo y en la forma que él considere conveniente. Se trata, sin duda, de un servicio eminente a las exigencias de la Catolicidad y Apostolicidad de la Iglesia
Yo estoy seguro que todas vuestras muestras de afecto, tan entrañables, y que me han llegado acompañadas siempre por la promesa y el ofrecimiento de vuestra oración, representan el signo inequívoco de un fino sentido de responsabilidad eclesial que brota de vuestro gran amor a la Iglesia y al Papa. Os doy por ello las gracias más sentidas y os quiero corresponder con todo mi afecto en el Señor.
Estas sencillas palabras de gratitud os las debía desde los primeros momentos en que se conocía la noticia de la convocatoria del Consistorio por el Santo Padre. El viaje a Cuba, acompañándole en su ya histórica y providencial Visita Pastoral a la Isla, impidieron que lo pudiera realizar hasta hoy, precisamente cuando están frescos todavía la herida y el inmenso dolor que han producido en lo más hondo del alma el último asesinato de los terroristas de ETA. Su víctima: un joven matrimonio sevillano que deja huérfanos de padre y madre a tres niños de corta edad. Los asesinos han puesto las cotas de la maldad a una altura de odio y de iniquidad al hombre difícilmente superables. Nos encontramos ante un abismo de desprecio que se nos desvela cada vez más como un envanecido desafío a Dios y a su Ley y como una burla siniestra de la Cruz y de la Sangre de Cristo. En ese Cristo Crucificado debemos de buscar el consuelo, la fortaleza y la esperanza, en primer lugar para esos niños que hasta ahora sólo sabían de amor y que muy pronto han gustado los frutos del odio; para sus familiares; para el Partido Popular, al que pertenecía el Concejal asesinado, y para toda la sociedad española; y para la Iglesia que llora de nuevo la muerte por asesinato de dos de sus buenos hijos.
¡No hay duda, si permanecemos en el Amor de Cristo sería, sacrificada y perseverantemente vencerá el Don de la Vida, el que se nos ha dado ya y con promesa de victoria final e indestructible en su Resurrección!
Con esa esperanza, y con la oración expresada hoy domingo de forma comunitaria en todas las celebraciones de la Eucaristía por las víctimas del nuevo atentado terrorista, por el final de sus crímenes y por el bien de España, propongámonos delante de Jesucristo Resucitado actuar y comportarnos primero en nuestra vida privada y familiar y, luego, en la vida pública como protagonistas activos, incansables y entusiastas de «la Cultura de la Vida».
Con todo afecto y mi bendición,