MEMORIA Y FIESTA EN EL DÍA DE LA VIRGEN DE LA ALMUDENA, CINCUENTA AÑOS DESPÚES DE SU CORONACIÓN
Majestades:
Excmo. Sr. Nuncio de Su Santidad:
Excmo. Sr. Arzobispo Castrense Sres. Obispos de Getafe y Alcalá y Sres. Obispos Auxiliares:
Queridos Sacerdotes concelebrantes:
Excmo. Sr. Presidente de la Comunidad Autónoma:
Excma. Sra. Ministra:
Excmo. Sr. Alcalde:
Excmas. Autoridades:
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
«Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habito dentro de ti» – dice el Señor – (Za. 2,14).
La celebración de la Eucaristía se la define y vive por la Iglesia desde los primeros y fundacionales momentos de su existencia –los de la comunidad cristiana primitiva– como un «MEMORIAL»: El Memorial de la PASCUA DEL SEÑOR. En el Sacramento de la Eucaristía juega, por consiguiente, un papel constituyente la memoria, una MEMORIA del todo singular: por el carácter excepcional y único del acontecimiento del pasado y de la persona que lo protagonizó, y que en la Liturgia Eucarística se quiere rememorar con admiración y gratitud; y, sobre todo, porque mediante el ejercicio eclesial de la MEMORIA eucarística ese acontecimiento se hace presente y actual en medio de nosotros, como lo que fue, es y será eternamente: el acontecimiento de la Salvación, el de que Dios ha salvado al hombre por la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
En la Memoria eucarística la Iglesia a lo largo del Año Litúrgico va fijando su atención en los distintos aspectos del Misterio de la Persona, Vida y Obra de Jesús; pero también integrando en ella su propia memoria: la de las personas y acontecimientos eclesiales que en su propio pasado hicieron excepcionalmente transparente y operante la presencia de su Cabeza y Señor. En primer lugar recuerda la Iglesia a la que es su miembro más excelente, su Madre, la Virgen María; y luego a los Santos y Santas, a aquellos de entre sus hijos e hijas en cuyas vidas se refleja con luz inmarcesible el rostro de Cristo y el poder de su Espíritu. En esa historia de los Santos se va edificando ella misma como el Cuerpo de Cristo, un nuevo pueblo de hijos de Dios y una comunión de hermanos. Como la primicia de una nueva humanidad. Con María, la Madre de Cristo, la Reina de los Santos, se ha comenzado a escribir con trazos indelebles la nueva historia del hombre… ¿Cómo expresar y vivir esta experiencia, «su memoria eucarística», sino en forma de Fiesta y de celebración solemne y gozosa en la que resuenen al unísono la alabanza, la acción de gracias y la súplica?
La Archidiócesis de Madrid y Madrid celebran hoy así la «Memoria» de su Patrona, Nuestra Señora la Real de La Almudena, como una gran Fiesta, la Fiesta por excelencia de la Iglesia Diocesana. Este año con acentos especiales: los del cincuenta aniversario de su coronación canónica. El Sr. Alcalde ha renovado el Voto agradecido del Concejo de la Villa y Corte de Madrid a su Patrona, comprometido solemnemente el 8 de septiembre de 1646 después de un año dramático para el ciudad. Los madrileños de toda condición la vuelven a rodear de las flores de su veneración y cariño sin que falten a la cita los que son sus mas egregios e ilustres conciudadanos SS. Majestades los Reyes de España y su Real Familia. Estos cincuenta últimos años de piedad mariana y de culto cada vez más entrañable a la Virgen de la Almudena nos han demostrado particularmente una cosa: que, por Ella, se ha hecho en la Iglesia y en la ciudad de Madrid más realidad el cumplimiento de la Profecía de Zacarías: «Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti –oráculo del Señor–«. Porque si algo hemos aprendido año tras año en este día con corazón agradecido y jubiloso ha sido que esa Virgen constituye una clave esencial para comprender toda la verdad de la historia de Madrid, su dimensión «interior», la que se entreteje con los hilos trascendentes, los más hondos y permanentes de la existencia humana: los del conocimiento y sabiduría de Dios y los del respeto, estima y amor al hombre.
GRATITUD A LOS HOMBRES Y EUCARISTIA EN «LA ALMUDENA» DE 1998
Dejadme recordar dos hitos de esta historia mariana, todavía fresca en el recuerdo, de la Iglesia en Madrid, presidida por la figura de María, la Virgen de la Almudena: su declaración como Patrona principal por S.S. Pablo VI el 1 de junio de 1977 y la consagración de su Catedral por Juan Pablo II el 15 de junio de 1993. El recuerdo –el mío y de la Archidiócesis de Madrid– quiere expresarse hoy antes que nada en la forma eminentemente cristiana de la gratitud. Se la debemos en primer lugar a nuestro Santo Padre que nos visitó por segunda vez en aquel día memorable. Se la debemos a todos los que hicieron posible la reanudación de las obras. El apoyo de SS. Majestades los Reyes de España fue decisivo para que la iniciativa del entonces Pastor de esta Iglesia diocesana, el Emmo. Sr. Cardenal D. Angel Suquía, su clero y fieles, encontrasen la simpatía y colaboración de amplios sectores de las instituciones y de la sociedad madrileña. No podemos olvidar tampoco ni la participación activa, aunadora de tantas voluntades y esfuerzos del entonces Presidente del Gobierno en 1985, ni la colaboración primera de los responsables de la Comunidad Autónoma y del Ayuntamiento de Madrid en esos años; que ha sido continuada por sus sucesores con gran generosidad y magnanimidad. Y no podemos, sobre todo, olvidar al pueblo de Madrid, a su veneración y amor a la Virgen de La Almudena que se convirtió en el imán del interés y la ayuda de los órganos de la opinión pública y de numerosas personas y entidades de la sociedad madrileña. A todos les decimos ahora en esta mañana luminosa de «La Almudena» de 1998: ¡Gracias de corazón! Gratitud que incorporamos a nuestra Acción de Gracias eucarística en honor de nuestra Patrona.
LA DEVOCION A LA VIRGEN DE LA ALMUDENA Y EL DON DE LA FE EN DIOS
Porque lo que los madrileños recibieron como fruto más precioso de la devoción creciente a su Patrona, la Virgen de La Almudena, fue la experiencia sobrenatural de la cercanía de Dios. En ella, la «hija de Sión» por excelencia, habita Dios con una intimidad y una irrevocabilidad como el hombre nunca habría podido soñar. El mismo Hijo Unigénito de Dios tomó carne en su seno y se hizo hombre en ella. María al engendrarlo se convierte para siempre en su Madre. La Fe verdadera en Dios ha sido aprendida en Madrid desde hace casi dos milenios por la vía, cálidamente humana, de la luz y el amparo maternal de María: de Santa María Madre de Dios.
La fe en Dios significa el primero y más valioso don en la existencia del hombre. Cuando la pierde, se pone al borde del precipicio de la desesperación y de su perdición. Las propuestas culturales formuladas a espaldas de Dios o como si Dios no existiese no han sido nunca ni serán pistas que puedan llevar a la humanidad por caminos de verdadero progreso humano en la justicia, en la solidaridad y en la paz.
La Iglesia diocesana de Madrid celebra con especial alegría esta Fiesta de La Almudena de 1998 cincuenta años después del Día de su Coronación Canónica, precisamente porque sabe ahora más lúcidamente, con «el sabor» de las experiencias inequívocas y ciertas del Espíritu, que a su intercesión y acompañamiento materno por encima y a través de los avatares de su historia, los más dramáticos y dolorosos, los más personales y familiares, debe la gracia inmensa de la Fe en Dios; de haber sido fiel en anunciarla, proclamarla y testimoniarla con obras y palabras en esta ciudad tan querida.
LA DEVOCION A LA VIRGEN DE LA ALMUDENA Y EL RESPETO Y AMOR AL HOMBRE
Pero es que además, simultáneamente, aprendimos en MARIA, Madre de Dios y Madre nuestra, como mora ya Dios con los hombres, acampando entre ellos y haciéndolos su pueblo: «Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor» (Ap. 21,3-5ª). Mirando a María, la Madre de Jesús, no solamente hemos descubierto lo que es y vale una verdadera madre para que el hombre acceda a la existencia y la comprenda como una vocación para el amor y la vida, sino también lo que vale y es el hombre a los ojos de Dios. La Virgen nos ha enseñado, sobre todo, como le «duele» a Dios el pecado de los hombres y cuanto le cuesta su salvación. Dios Padre nos entrega a su Hijo por Ella, y Jesús lleva a su Madre María hasta el momento y lugar de su Crucifixión. Y la Madre no solo no impide ni se opone a que el Hijo de sus entrañas suba a la Cruz para consumar su oblación al Padre por la salvación del mundo, sino que se deja acompañar por Juan, el discípulo amado, para acercarnos así a todos nosotros, a los llamados a ser también sus hijos –al hombre mismo–, a la Cruz, al Crucificado; es decir, al lado de la fuente del perdón, de la misericordia sin límites, del amor victorioso sobre el pecado y sobre la muerte.
Los cristianos de Madrid desde muy pronto –ahí están para simbolizarlo las figuras humildes, limpiamente evangélicas, de Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza-, por medio de la intercesión y el ejemplo de la Virgen, han ido madurando en el sentido auténtico del respeto y estima del hombre como un hermano al que se le debe no sólo justicia sino amor paciente, generoso, hasta el punto de dar la vida por él, si preciso fuere. En esta semana trágica, de tanto dolor para los países hermanos de Centro-América, lo han puesto de manifiesto volcándose a su favor con toda clase de auxilios.
Sí, la Iglesia Diocesana de Madrid se goza con MARIA, La de la Almudena, especialmente en este día por habernos enseñando con suprema discreción como hay que ver y apreciar al hombre, indicándonos la recta e infalsificable perspectiva para conseguirlo: la de Cristo, su Hijo Crucificado y Resucitado; y como hay que traducirla en la práctica: viviendo los mismos sentimientos de su Corazón traspasado por la lanza del soldado. Es la lección de más auténtica y comprometedora humanidad que hemos recibido. La que nos permite, sin huidas posibles, entender y practicar en la vida diaria y en todos los escenarios del mundo la verdad de que al hombre se le trata como se le debe solamente cuando se le trata y AMA como a un hermano.
Valorar, afirmar, reconocer en la teoría y en la práctica al hombre como hermano –creatura llamada a la filiación divina– representa la máxima riqueza ética y moral de la humanidad. Cuando se debilita o se pierde, no hay programa político o social capaz de sustituirla; cuando se produce una situación así, entonces suele tener éxito y ponerse de moda la tesis tan terrible del «homo homini lupus» –del hombre «lobo para el otro hombre»–.
HIJOS DE MARIA Y HERMANOS DE LOS HOMBRES
Mucho hemos pecado contra el amor fraterno en la historia de la Iglesia y de la ciudad de Madrid los cristianos y los que no lo son. Sin embargo, muchos e innumerables han sido los que han sabido amar a sus hermanos, gastándose y desgastándose por ellos. El heroísmo de su caridad ha pasado casi siempre inadvertido, anónimo, aunque muchos de sus nombres están inscritos en el catálogo de los Santos. En un inmediato ayer, todavía vivo en el recuerdo de la comunidad diocesana, contamos a las Beatas Ana María Mogas, Carmen Sayés, y al Beato Faustino Míguez … y tantos y tantos otros.
Por todo ello, por habernos mirado con ojos de inmensa ternura como a sus hijos queridos a lo largo de una historia milenaria, queremos en esta mañana consagrar de nuevo la Archidiócesis de Madrid al Corazón Inmaculado de María, la Virgen de La Almudena, nuestra principal Patrona ante Dios, esta Iglesia que peregrina con todos los madrileños por los caminos de la salvación y de la paz. Y ya desde este momento le rogamos y suplicamos: Madre nuestra llévanos a tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, en el umbral del tercer milenio de su Nacimiento, para que por El con El y en El podamos guardar viva y fecunda la Fe en el Dios verdadero, para nosotros y para nuestros hijos; y, así, la sabiduría y la practica del amor al hombre, nuestro hermano.
AMEN.