Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
El terrorismo sigue azotando de forma inhumana y cruel y con una frecuencia inusitada a nuestra sociedad: asesinatos, secuestros, extorsiones… El recuerdo de los atentados, los rostros de las víctimas, la desolación de familiares y amigos, persiste con hondo dolor en nuestra memoria. Actualmente es el problema más angustioso y el que más amenaza los fundamentos del bien común: el respeto a la vida y a la posibilidad de la convivencia en paz.
El terrorismo es intrínsecamente perverso, porque dispone arbitrariamente de la vida de las personas, atropella los derechos de la población y tiende a imponer violentamente sus ideas y proyectos mediante el amedrentamiento, el sometimiento del adversario y, en definitiva, la privación de la libertad social. Las víctimas del terrorismo no son sólo quienes sufren físicamente en sí mismos o en sus familiares los golpes de la extorsión y de la violencia; la sociedad entera es agredida en su libertad, su derecho a la seguridad y a la paz». Es una gravísima inmoralidad.
El fenómeno del terrorismo pone de manifiesto hasta qué punto puede degradarse la persona humana en lo más íntimo de su ser. Quien deja a un lado los valores morales y, en vez de dejarse atraer por la verdad y el amor (por la comunión con Dios, que es en definitiva a lo que estamos llamados), pretende sólo afirmarse a sí mismo y a sus propias ideas, como si fuera dueño absoluto de la vida, termina, al margen de Dios, disponiendo de la vida de los demás.
Ante la lacra del terrorismo y la perversión humana que lo genera, acuden a nuestra memoria las palabras con que el Señor recrimina a Caín: «¿Qué has hecho?. Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el cielo». Desde el principio no deja Dios de recordarnos que la vida humana le pertenece sólo a Él.: «Al hombre le pediré cuenta de la vida de sus semejantes». La fe y la confianza en el Dios de la Vida nos mueve a pedirle con insistencia que ilumine las mentes y cambie los corazones de los terroristas, y de cuantos los alientan y protegen, para que se conviertan y dejen de atentar contra sus semejantes; que comprendan que ningún proyecto político vale nada, comparado con el valor de la vida humana.
La paz es don del Espíritu Santo. Se lo da a quienes, buscándolo en la escucha perseverante de la Palabra y en la oración, se disponen a recibirlo y cultivarlo.
Por esto, siguiendo el acuerdo tomado en la última Asamblea de la Conferencia Episcopal Española y habiendo oído el parecer favorable de mi Consejo Episcopal se dispone:
1. Que en todas las celebraciones litúrgicas de nuestra Archidiócesis de Madrid en las que hagan preces públicas, se incluya lo siguiente:
«Por España, para que cese y desaparezca el terrorismo y todo germen de violencia, los terroristas se conviertan, los amenazados y los que ya han sido heridos en cualquier forma experimenten la ayuda cristiana, las víctimas alcancen el descanso eterno, sus familiares el consuelo y el amor fraterno, y todos la paz de Dios, roguemos al Señor».
2. Que a lo largo de todo el año 2001 en cada Vicaría, una parroquia un día cada semana, celebre una Vigilia de Oración por el cese del terrorismo y el establecimiento de la paz
3. Que en los monasterios de vida contemplativa de la Archidiócesis, tal como se prevé en la carta que el Ilmo. Sr. Vicario para la Vida Consagrada, una vez al mes en cada uno de ellos se tenga una hora de adoración ante el Santísimo Sacramento por el cese del terrorismo y por la paz
4. Que los sacerdotes inviten a los fieles a que, tanto en la oración personal como en la oración común de las familias cristianas y de las comunidades religiosas, supliquen al Señor y a nuestra Madre la Virgen por esta misma intención.
Con todo afecto y mi bendición,