Colegiata de San Isidro; 15.V.2001; 12’00 horas
(Hech 4,32-35; Sal 1; St 5,7-8.11.16-17; Jn 15, 1-7)
Mis queridos hermanos y amigos:
La Fiesta de San Isidro, Patrono de la Archidiócesis, de la Ciudad y de la Comunidad de Madrid es siempre ocasión para rememorar y refrescar las raíces cristianas de MADRID, aquellas de las que ha surgido y se ha alimentado la realidad eclesial y humana que lo ha constituido e identificado hasta nuestros días. No hay mejor modo ni momento más apropiado, por otro lado, para hacerlo que la celebración de la Eucaristía, el sacramento primordial de la memoria actualizadora del acontecimiento cristiano por excelencia: la Pascua de la Pasión, Muerte y Resurrección de Ntro. Señor Jesucristo.
Avivar las raíces cristianas de Madrid en la memoria de San Isidro Labrador
En lo mejor de los orígenes históricos de Madrid se encuentran la figura y vida de un sencillo hombre del campo, llamado Isidro -con toda probabilidad por haber nacido en el día de San Isidoro de Sevilla de 1082-, casado con una humilde sirvienta de Torrelaguna conocida por María, y que trabajó como pocero y labrador al servicio de vecinos más pudientes en aquel Madrid del s. XII: alcázar para los ejércitos castellanos y situado en el cruce de la pugna cristiano-musulmana por Toledo, pero modesto en sus proporciones urbanas y demográficas y claramente rural. A los ojos de los que quieran ver a Isidro Labrador en perspectivas del poder y del triunfo humanos, su biografía, la que se puede trenzar con los hilos de la buena tradición histórica, no ofrece nada extraordinario que destacar o que narrar. Y, sin embargo, una ola de creciente devoción fue envolviendo su recuerdo desde el instante de su muerte, sin solución de continuidad, hasta hoy mismo, con un momento culminante: el que cristaliza y alcanza su apogeo en el período pujante del Madrid, Villa y Corte de la Monarquía en cuyos territorios no se ponía el sol. Devoción que incluye desde el principio fama, piedad popular, veneración e intercesión. En realidad, lo que se encuentra de verdaderamente extraordinario en la historia de la relación Isidro Labrador-Madrid es justamente que se haya dado y la forma tan unánime, tan sentida y clamorosa en la que se ha expresado. ¿Por qué la Corte, la Villa, y el Pueblo de Madrid han considerado a Isidro Labrador tan suyo? La respuesta de los hechos -del pasado y del presente- está al alcance de cualquier observador mínimamente imparcial: por el reconocimiento de lo que era y es: UN SANTO. De hecho ese hijo singular de Madrid fue configurador de su alma a lo largo de todo el itinerario multisecular en el que se despliega urbana y culturalmente como capital del Reino al ser el espejo limpio e inequívoco de fe y de vida cristiana en el que siempre se han mirado los madrileños cuando, obligados por la historia compleja de glorias y responsabilidades patrias, se prestaban a enderezar de nuevo sus vidas, San Isidro era su lección viva de por dónde iban las vías del bien, de, la honradez y de la generosidad compartida, o lo que es lo mismo, del Evangelio reconocido y practicado como el camino de Dios para ellos, sus familias y su pueblo,
Los rasgos evangélicos en la figura del Santo Patrono de Madrid
En la memoria de la Iglesia y del Pueblo de Madrid aparece la figura de Isidro, el labrador de los Vargas, como el que ora y se afana en el trabajo, armonizando admirablemente la alabanza a Dios y el servicio a los hombres. Parece como si en él se hiciese ejemplo convincente y atrayente, accesible para todo cristiano, la máxima benedictina del «ora et labora!’. En San Isidro se ha podido encontrar realizada y luminosa aquella estampa del labrador «que aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía», que nos presenta Santiago como modelo del cristiano que aguarda con la paz del alma y la paciencia del corazón la venida del Señor (St 5, 7-8). De aquí que concibiese su labor y su familia como un don, cuyos frutos materiales y espirituales había de repartir con los hermanos. En la casa de Isidro no faltaba nunca un sitio para el pobre. ¿Cómo no evocar, pues, mirándole a él y al papel que su hogar jugaba en el Madrid humilde de cristianos mozárabes -una población de escasamente dos mil habitantes, conviviendo probablemente con musulmanes-, la primitiva comunidad cristiana formada en tomo a los Apóstoles y a Pedro en la que «nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía» (Hech 4, 32)? Y., sobre todo, ¿cómo no descubrir la savia de la que se nutria su vida: la fe en Jesucristo, presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, al que visitaba diariamente en las varias Iglesias de su Madrid natal, entre las que sobresalía como la más principal la dedicada a Santa María de La Almudena? De Isidro, el Labrador, se podía decir con plena verdad que se había adherido a Cristo con todas las fibras de su ser como el sarmiento a la vid; que habla permanecido en Cristo y que las palabras de Cristo -las del Evangelio- habían permanecido en él (Cfr. Jn 15, 1-7). Y de que en su fidelidad a la voluntad de Dios, practicada como la máxima primera de toda su existencia, Manía, la Virgen y Madre, había jugado un papel decisivo.
Todos esos rasgos evangélicos, que han caracterizado la personalidad y la vida del humilde labrador madrileño Isidro en la hora naciente de Madrid, son en definitiva los que han fascinado siempre a sus gentes y la razón del porqué de su patronazgo no sólo sobre la comunidad de los cristianos madrileños sino también sobre la comunidad ciudadana. Por eso Madrid celebra su día, especialmente desde el año de su canonización en 1622, como una fiesta; fiesta litúrgica con el centro y culmen de la Eucaristía; y fiesta popular, llena de color y de alegría, inspirada –con mayor o menor coherencia y explicitud- en la conciencia cierta de que en el camino de la salvación, que nos ha abierto Jesucristo Resucitado, nos animan y confirman el ejemplo y la intercesión de San Isidro.
Avivar las raíces cristianas de Madrid: sus implicaciones, retos y tareas al comienzo del nuevo Milenio
Avivar las raíces cristianas de Madrid a la luz de San Isidro, su Patrono, en el año del comienzo de un nuevo milenio, entraña retos y tareas ineludibles para la Iglesia, pero que importan yafectan a toda la sociedad civil.
– En primer lugar, el reto del «ora et labora»
Madrid se encuentra hoy en un momento de gran dinamismo socioeconómico, cultural y humano. En la ciudad y en la región se proyecta y opera febrilmente en todos los ámbitos de la vida privada y pública, El progreso colectivo y el triunfo profesional se presentan y valoran como los grandes ideales y motores de la existencia. Los ritmos de trabajo son frecuentemente extenuantes. Se vive incluso el tiempo libre agitada y agotadoramente… Se corre demasiado.
¿No sería bueno, imprescindible, para la salud del alma y del cuerpo, para el verdadero bienestar de la persona, un poco de sosiego, de silencio, de recogimiento, en una palabra, de oración? ¿Pero es que, además, piensa alguien que va a ser posible orientar la actividad hui-nana de acuerdo con la dignidad del hombre desde posiciones adoptadas al margen de Dios: olvidándolo o incluso actuando contra El? Ciertamente no. Siempre que en la historia se ha tratado de suplantar a Dios por «ídolos» de toda especie, los resultados han sido frustrantes y, no rara vez, trágicos para la humanidad. Cuando el hombre pierde el horizonte de la vida eterna, no sabe que hacer con la existencia terrena, dilapida las posibilidades de la vida en este mundo.
La imagen de Isidro, el que labra los campos de las riberas del Manzanares acompañado y apoyado por los ángeles, guardada con tanto amor y humor en el corazón de la piedad popular, resulta un paradigma para los cristianos madrileños de hoy día y para toda la Iglesia.
¡Oremos de nuevo privada y públicamente, busquemos el Reino de Dios por encima de todas las cosas… y lo demás se nos dará por añadidura! No, no disminuyen los frutos del trabajo del hombre, cuando se tiene tiempo para Dios. Todo lo contrario: se incrementan su rendimiento y la calidad humana y ética de sus resultados.
– El reto del amor fraterno
Madrid se presenta hoy -y numerosos, venidos de todos los rincones de España, somos testigos de ello- como una ciudad abierta y acogedora donde se franquean muchas puertas a los que buscan trabajo, quieren fundar una familia y realizar los más nobles sueños e ideales en el campo de la ciencia, del arte, de la cultura, del deporte, etc. La solidaridad, al menos como postulado de la conducta privada y del comportamiento social, no se discute. Pero también en el Madrid del 2001 cuesta a muchos encontrar el primer empleo y recuperar la pérdida sin culpa propia del puesto estable de trabajo; y las dificultades de orden económico, sociolaboral y ético son muy considerables para muchos jóvenes a la hora de contraer matrimonio y fundar un hogar. En Madrid se multiplican imparables las crisis del matrimonio y la quiebra de las familias con las secuelas conocidas de desorientación moral y marginación social, tantas veces gravísimas, para niños y jóvenes. No van a menos los pobres sin techo y una creciente presencia de inmigrantes pide acogida respetuosa y generosa, digna del hombre.
El recuerdo del matrimonio San Isidro y Santa María de la Cabeza y de su amor esponsal exquisitamente fiel a Dios y a la familia con la puerta siempre abierta de su hogar para el vecino y el hermano necesitado y un cubierto más para el pobre en la mesa diaria es igualmente un poderoso estímulo espiritual y un reclamo de la caridad de Cristo para todos nosotros. Urge impregnar de amor fraterno, personalmente ofrecido, cercano a todo prójimo, las relaciones sociales que vertebran este Madrid de comienzos del tercer milenio, necesitado de alma y de experiencias verdaderas de amor auténtico y generoso, si quiere de verdad crecer en solidaridad, justicia social y en la nobleza de la acogida de los próximos y de los lejanos,
– El reto de la transmisión de la fe en Jesucristo
El segundo milenio de la historia de Madrid está signado, sin dada alguna, por la personalidad carismática de San Isidro Labrador. Ha sido éste un tiempo netamente cristiano. «La comunidad de los cristianos» y «,la comunidad de los ciudadano? -por usar la conocidísima expresión de Karl Barth- poco menos que se han identificado en este milenario tramo histórico de su pleno desarrollo material y cultural. Al iniciarse el nuevo milenio, la comunidad cristiana de Madrid continúa formada por la inmensa mayoría de sus ciudadanos. Los madrileños se confiesan normalmente católicos. Sus grados de adhesión a la Iglesia son muy diversos, aunque, sin embargo, la conciencia de la responsabilidad cristiana sigue viva y operante en muchos. Los que se sienten impulsados por ella, sí escuchan atentos y dóciles la voz del Espíritu, percibirán una acuciante llamada: la de ser testigos del Evangelio de Jesucristo con obras y palabras en medio de la sociedad madrileña y la de estar presentes en ella como transmisores de la fe cristiana a las nuevas generaciones. Pues sin esa fe, acogida y conformada en su plenitud católica, no se logrará abrir esos nuevos espacios para las personas y las familias madrileñas en los que les sean posible vivir renovadoramente la síntesis salvadora de la adoración de Dios y del amor al hombre.
Y no podemos ni debemos olvidar ni silenciar en esta Eucaristía de San Isidro, el Patrono que vela desde el cielo por Madrid;, en la Comunión de los Santos, a las víctimas del último atentado de ETA ocurrido en la confluencia de la calle Goya con Serrano en la noche del pasado viernes al sábado: heridos, cuantiosos daños materiales… el sobresalto y la angustia de los vecinos de la zona. Todos los madrileños –con sus instituciones públicas y los responsables de las mismas- nos sentimos solidarios con ellos, como sí nos hubiese ocurrido directamente a nosotros. La solidaridad cristiana nos compromete y obliga a mantenemos unidos en la prevención y en la erradicación definitiva de las acciones terroristas, a mantener firme y claro el juicio moral sobre su radical maldad y ¿cómo no? a perseverar en la oración.
También San Isidro, el de la piedad eucarística, el del amor a la Virgen, nos remite a la fuente espiritual de donde debernos beber, a donde acudir ante los retos actuales que nos plantean los nuevos tiempos: a Jesucristo Resucitado -vid de la que debemos ser sarmientos- que hoy renueva el sacrificio victorioso de su Pascua en esta Eucaristía que celebramos, invocando sobre todos los madrileños la protección de su Madre, Santa María de La Almudena, seguros de su intercesión y de la de su santa esposa María de la Cabeza.
Amén.