A los familiares de nuestros misioneros y misioneras diocesanos
«Los misioneros diocesanos evangelizan el mundo y revitalizan la Iglesia local»
Solemnidad de la Ascensión del Señor
Mis queridos padres y familiares de los misioneros y misioneras madrileños:
Acabo de escribir a nuestros misioneros madrileños, como es habitual con motivo de esta Jornada dedicada a ellos, mi carta de cariño y de aliento en su hermosa tarea de llevar el Evangelio a todos los rincones de la Tierra, -y -a continuación -me dirijo también a vosotros para manifestaros mi unión profunda-en el afecto, y en, la oración por ellos. Su marcha a pueblos lejanos es, sin duda, un sacrificio grande para vosotros, pero al mismo tiempo es motivo de acción de gracias al Señor por el don precioso de su vida y de su vocación misionera, que ha nacido y crecido en el seno de vuestras familias. Por ello también quiero daros las gracias, en mi nombre, en el de mis obispos auxiliares, y en el de toda la diócesis de Madrid, y enviaros mi aliento en vuestra vida cristiana y apostólica, que ciertamente cuenta con el precioso estímulo de¡ testimonio de vuestros hijos, hermanos y familiares misioneros.
Todos estamos llamados a «transmitir la fe», que en este curso constituye un objetivo prioritario para toda nuestra comunidad diocesana, corno he recordado en la Carta Pastoral que, según es también habitual en esta Jornada, he dirigido a los fieles madrileños. En ella invito a todos a la oración, y de un modo especial quiero hacerlo a vosotros, para que el Señor «no deje de golpear con la gracia de (a vocación misionera los corazones de tantos jóvenes en nuestras parroquias, colegios y comunidades—» No tengáis miedo de hacer esta petición para que las nuevas generaciones en vuestras familias estén dispuestos a seguir gozosos la llamada de Dios.
A todos -grandes, jóvenes y chicos- os encomiendo a la protección de María, a quien nosotros honramos y amamos bajo el titulo familiar de Nuestra Señora de la Almudena. Que Ella os ayude a transmitir, en medio de vuestras familias y en medio de¡ mundo, con gozo y libertad, la belleza incomparable de nuestra fe cristiana, como el primero y más indispensable tesoro de la vida.
Con todo afecto y mi bendición,