Solemnidad de la Ascensión del Señor
«Los misioneros diocesanos evangelizan el mundo y revitalizan la Iglesia local»
Mis queridos diocesanos:
En la proximidad ya de la solemnidad de la Ascensión del Señor, en la que celebramos su regreso al Padre, después de haber muerto y resucitado por nuestra salvación y la de todos los hombres, dejándonos el mandato de ir al mundo entero a predicar el Evangelio, haciendo discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todas sus palabras (cf Mt 28,19-20), según costumbre cada vez más acendrada, recordamos con mucha alegría y honda gratitud a nuestros misioneros y misioneras diocesanos, a todos los que, sin dejar de formar parte de nuestra Iglesia particular de Madrid, han salido de ella hacia todos los rincones de la Tierra siguiendo, con amor grande, la voz de Aquel que es el Amor mismo y les ha llamado a participar en su misión universal.
Es todo el pueblo cristiano el responsable de transmitir su fe a las generaciones jóvenes, que son especialmente numerosas en latitudes distantes de la nuestra. Teniendo muy en cuenta este principio fundamental -que constituye el objetivo de nuestra actividad pastoral a lo largo del presente curso-, es de toda justicia reconocer el enorme potencia[ que supone, para llevar el Evangelio de Jesucristo a todos los pueblos, el nutrido contingente de nuestros misioneros y misioneras, exponentes de primer orden de la inquietud evangelizadora de las comunidades de que proceden, partes integrantes de nuestra Iglesia particular de Madrid. Y quiero al mismo tiempo, en nombre de toda la archidiócesis, agradecerles su gozosa disponibilidad para la misión universal de la Iglesia, y en definitiva bendecir y dar gracias al Señor, junto con todos ellos, por el don precioso de sus vidas, tanto de los sacerdotes, religiosos y religiosas, como de los laicos y de familias enteras, cada día más numerosos, que son motivo de santo orgullo, y a la vez estímulo de santidad, para toda la comunidad diocesana.
Siempre es hora de dar gracias a Dios Padre (cf. Ef 5, 20) por todos los beneficios que de Él recibirnos, pero especialmente hoy es preciso que le expresemos nuestra gratitud más intensa por el regalo -a nuestra Iglesia diocesana y, a través de nosotros, al mundo entero- de los misioneros. Hemos pasado «semanas de tribulación», como señalaba en mí discurso inaugura¡ de la última Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, con motivo de las descalificaciones y las acusaciones injustas vertidas contra la Iglesia y sus pastores, que sin duda han causado dolor, pero el mayor de todos que hemos» sentido los obispos ha sido el que «nos han producido las informaciones y opiniones desorbitadas, y no pocas veces malevolentes e hipócritas, basadas en datos sacados de contexto relacionados con los tristísimos, pero contados, casos de abusos sexuales perpetrados por unos pocos clérigos de¡ sufrido y querido continente africano. Se ha pretendido aprovechar la ocasión -añadía- para echar una mancha de escándalo y descrédito sobre la vida y el trabajo de tantos miles y miles de misioneros y misioneras que allí, y en todo el mundo, siguen consagrando totalmente su existencia al servicio de Cristo y de los hermanos, en frecuentes ocasiones incluso a riesgo diario de sus vidas». En esta Jornada dedicada especialmente a nuestros misioneros, quiero renovarles el aliento, el apoyo, la confianza y la oración, mía y de toda la Iglesia diocesana de Madrid.
Damos, pues, gracias a Dios Padre, bien rendidas, al tiempo que deseo proponer a nuestros misioneros y misioneras como modelos de fe y de entrega total a Dios y a los hermanos, que enseñan con sus vidas y sus muertes -no son excepción hoy día los misioneros mártires- la gran lección de] amor sin límites, el amor de Cristo, que sobrepuja todo conocimiento (cf. Ef 3, 19). Y a Él le pido -y os ruego a todos le pidáis- que no deje de golpear con la gracia de la vocación misionera los corazones de tantos jóvenes en nuestras parroquias, colegios y comunidades de todo tipo, iluminando y fortaleciendo sus vidas al servicio de la nueva evangelización, a la que tan vivamente nos urge la llegada de[ tercer milenio cristiano, que necesariamente lleva nuestro pensamiento y nuestro corazón a los comienzos de la Iglesia, como el Papa Juan Pablo II, en su Carta apostólica «Novo millennio ineunte», ha reiterado con especial énfasis- «He repetido muchas veces en estos años la llamada a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés». Y añade el Santo Padre- «Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos especialistas, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios» (n. 40).
A María nuestra Madre, la Reina de los Apóstoles, a la que honramos y amamos bajo el título familiar de Nuestra Señora de la Almudena, encomiendo especialmente a la comunidad diocesana de Madrid, para que todos vivamos cada día con mayor plenitud nuestra vocación a la misión universal de la Iglesia, alentados con el precioso testimonio de nuestros misioneros y misioneras.
Con mi afecto y mi bendición para todos,