Día de la Caridad
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
En la solemnidad del «Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo», fiesta grande de la Eucaristía, del Amor infinito de Dios a los hombres, que se entrega en el Don de Sí mismo corno Pan de Vida eterna Y Bebida de Salvación, la Iglesia celebra el «Día Nacional de la Caridad»Nadie tiene amor más grande -dice el mismo Señor Jesucristo- que Aquel que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13), y este Amor, grande, inmenso, a la medida de los deseos infinitos de todo corazón humano, es el que se hace presente en el misterio eucarístico. La presencia viva y real de Cristo en. la Eucaristía expresa, de modo eminente, el amor que Dios nos tiene, el Amor que es Él mismo -«Dios es Caridad», ha dejado escrito San Juan (1 Jn 4,8)-, y alimenta en nosotros la urgencia de esta Caridad que «ha derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5), y que hemos de vivirla, de modo privilegiado, a favor de los más pobres y desfavorecidos de la sociedad.
La Eucaristía es el signo supremo de ese amor más grande»; Cristo se queda con nosotros como alimento de salvación, y al comerlo nuestra vida se’ va transformando en Él, se va cristificando, es decir, se va haciendo verdadera y plenamente humana según la medida de los hijos de Dios, Participando del Amor de Cristo nos convertimos en signos vivos, en medios del mundo, de este Amor que constituye la esencia misma de la vida verdadera: «Os doy un mandamiento nuevo -nos dice-, que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Él nos ha amado dándose a Sí mismo- «Tomad y comed… Éste es mi cuerpo» (Mt 26,26 y par.), así hemos de entregamos quienes nos hacemos una cosa con -Él participando de la Eucaristía, dándonos a nosotros mismos, del todo y a todos, sin distinción, y más especialmente a quienes más lo necesitan, los pobres, que son sacramento de Cristo, extraordinariamente cercano y visible: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 255,40).
El lema de este Día Nacional de Caridad, «De ti depende que nadie sea excluido», nos invita, siguiendo la voz del Papa, a hacemos cercanos y solidarios: «No debe olvidarse que nadie puede ser excluido de nuestro amor desde el momento en que. con la Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre». Y sigue diciéndonos el Santo Padre: «Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de las contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no sólo a millones y millones de personas al margen del progreso, sino a vivir en condiciones de vida muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana. ¿Cómo es posible -pregunta Juan -Pablo II- que en nuestro tiempo haya todavía quien se muere de hambre, quien está condenado al analfabetismo, quien carece de la asistencia médica más elemental, quien no tiene techo donde cobijarse?» (Novo Millennio Ineunte, 49-50). No hace falta marchar al tercer mundo. Aquí, en Madrid, junto a nosotros, la pregunta está viva, es acuciante y no puede menos que remover desde lo más hondo todo corazón bien nacido. En nuestra sociedad no dejan cada día de hacernos la pregunta tantos y tantos excluidos de ese «bienestar» con que se ha dado en calificarla: los parados, los drogodependientes, los inmigrantes, los ancianos, los enfermos mentales, los diferentes.
Hace dos mil años que Cristo, el Hijo de Dios, se acercó a nosotros ungido por el Espíritu, para dar la Buena Noticia a los excluidos. Se acercó a ellos, compasivo, derribando los prejuicios y maneras que les separaba de la sociedad. «De ti depende», de nosotros depende… En nosotros Cristo continúa hoy su misión de amor, desde su presencia eucarística, que pide de cada uno de nosotros, miembros de su Cuerpo, la auténtica respuesta al gran desafío del tercer milenio ya comenzado, que de modo tan certero ha sabido concretar el Papa Juan Pablo II en «la imaginación de la caridad». En esta solemnidad del Corpus Christi, como ya lo hiciera en mi Carta pastoral con motivo del último Jueves Santo, el «Día del Amor fraterno», quiero recordar con fuerza las palabras del Santo Padre en su Carta apostólica Novo millennio ineunte: «Es la hora de la nueva imaginación de la caridad, que promueve no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno. Por eso –continúa el Papa- tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sienten como en su casa» (n, 50).
Que la intercesión de Nuestra Señora, la Virgen de la Almudena, nos, ayude a acoger a su Hijo como ella, y a ofrecerle al mundo, en primer lugar a los más pobres, como el Alimento de la Salvación.
Con todo afecto y mi bendición,