Queridos hermanos y hermanas:
Cercana la festividad del glorioso patriarca San José, la Iglesia diocesana se dispone a celebrar, un año más, el «Día del Seminario». Es un tiempo propicio para acentuar nuestra atención y solicitud por todos aquellos jóvenes que, habiendo escuchado la llamada del Señor «para que estuvieran con Él» (Mc 3, 14), se preparan con ilusión y generosidad para, en» su día, ser enviados a predicar el Evangelio de la salvación con la autoridad misma de Jesucristo en el ejercicio del sacerdocio ministerial. Entre la llamada y el envió, el Seminario adquiere su verdadera significación como escuela apostólica en donde es posible «revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce» (PDV, 60).
El Día del Seminario atañe a todos los cristianos de Madrid. El futuro de la Iglesia diocesana está en relación directa y decisiva con el número y la calidad de los actuales candidatos al sacerdocio, y con las vocaciones que el Señor quiera suscitar en nuestras comunidades, asociaciones y movimientos. Toda vocación sacerdotal viene de Dios y es un verdadero regalo para la Iglesia, pero es responsabilidad de todos cuidar del nacimiento y crecimiento de estas vocaciones, y velar con la oración la compañía espiritual y la cercanía humana y cristiana por aquellos hermanos que, en el Seminario de hoy, se forman para ser los pastores de mañana.
La escasez de vocaciones sacerdotales es causa de honda preocupación para muchas Iglesias. Si es verdad que toda vocación es fruto de la libre y soberana iniciativa de Dios, también lo es que su acogida, gestación y crecimiento, están condicionados por el vigor espiritual de la vida cristiana.
«La Iglesia es «casa de la santidad» y la caridad de Cristo, difundida por el Espíritu Santo, constituye su alma. Por ella todos los cristianos deben ayudarse recíprocamente en descubrir y realizar su vocación.» (Juan Pablo II, Mensaje para la XXXIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones). A la luz de estas palabras, ¿nos podemos contentar con una vida cristiana superficial y mediocre, como, nos advierte el Papa (cf NMI, 3 1)? ¿No será la debilidad del testimonio cristiano la sordina que apaga la llamada de Dios? ¿De qué valen el lamento o la tristeza por la escasez de vocaciones sacerdotales, si no se averiguan sus posibles causas y se buscan remedios adecuados? La celebración del «Día del Seminario» constituye una excelente ocasión para preguntamos por la autenticidad y coherencia de nuestra vida cristiana, para pedir al Señor la gracia de la conversión a la santidad, y, así fortalecidos, irradiar el testimonio luminoso y veraz de Cristo, verdadera urgencia para las generaciones jóvenes.
La obediencia al mandato del Señor «Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9,18) reclama sin cesar nuestro interés y nuestra responsabilidad pastoral por las vocaciones sacerdotales, amén de la solidaridad con otras Iglesias y una prudente previsión del futuro pastoral. Sin embargo, el momento presente de la Iglesia diocesana estimula la acción de gracias a Dios y alienta nuestra esperanza. En el presente curso académico 153 seminaristas se disponen a entregar sus vidas como sacerdotes de Jesucristo en el Seminario Conciliar de Madrid, y cerca de un centenar integran el Seminario diocesano misionero «Redemptoris Mater». Son jóvenes de este tiempo, llamados por el Señor en el seno de sus familias y comunidades, muchos con un proyecto profesional prometedor, y todos dispuestos «a revivir, en la forma más radical posible, la caridad pastoral de Jesús, o sea, el amor del Buen Pastor «que da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11) » (PDV, 40)
No se debe descuidar el cultivo de los posibles «gérmenes de vocación» -así los denomina el Concilio Vaticano 11 (OT, 3)- de los niños y adolescentes. Recordemos que Samuel, uno de, los grandes profetas de Israel, escuchó la voz de Dios siendo todavía un muchacho (cf. 1 Sam 3, l). Con la pedagogía apropiada a cada edad, los niños y adolescentes deben crecer en el conocimiento de Cristo Señor, Maestro y Amigo, y descubrir en Él la vida como amor y donación, el significado del servicio gratuito a Dios y a los hermanos y la riqueza insuperable de los valores evangélicos que fundamentan la existencia en verdad y en libertad. En esta misión educativa los padres, sacerdotes y educadores tienen una responsabilidad ineludible. Para ayudarles en esta tarea, el Seminario Menor diocesano sigue empeñado en cuidar y desarrollar los brotes de vocación sacerdotal, de manera que se integren en el crecimiento de los más jóvenes y les capaciten para dar al Señor una respuesta generosa.
No son fáciles los tiempos actuales ni para la sociedad ni para la misión de la Iglesia, Por eso mismo son tiempos de esperanza para los discípulos de Jesús que peregrinamos por los avatares de la historia confiados en la palabra del Evangelio, «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rom 1,16). El lema de la campaña de este año nos invita a contemplar a nuestros seminaristas, mayores y menores como «semillas de esperanza». Es cierto que Dios sigue sembrando su palabra en la tierra buena de «aquellos que la oyen, la acogen y dan fruto» (Me 4, 20). Es cierto que Dios cumple su antigua promesa de no dejar sin pastores a su pueblo (cf. Jet 3,15): nos ha dado a Jesucristo para siempre, y nos sigue regalando nuevos sacerdotes. Cuando la Iglesia diocesana se dispone a renovarse en Cristo mediante el Sínodo ya en preparación, la «semilla de esperanza» que es cada uno de nuestros futuros sacerdotes nos anima en la fe, y nos espolea a trabajar en comunión. en el rejuvenecimiento del rostro de la Iglesia -esposa de Cristo eternamente joven- para hacerla capaz de afrontar y responder a los problemas presentes y venideros con el Evangelio, única palabra de salvación.
La celebración del «Día del Seminario» nos brinda, de nuevo, la oportunidad de hacer eficaz la cercanía y el afecto hacia nuestros seminaristas. Con tal motivo, muchas parroquias recibiréis su visita y su testimonio. Al recibirles con toda solicitud, que vuestra oración los encomiende a la gracia de Cristo y a la acción de su Espíritu, «protagonista por antonomasia de su formación» (PDV, 69). Ofrecedles, además, la generosa aportación económica para los múltiples gastos derivados. de su conveniente preparación. Y rogad a Dios y a nuestra madre, la Virgen de la Almudena para que alguno de vuestros hijos o de vuestros feligreses, sea regalado con la llamada del Señor al seguimiento apostólico.
Os bendice con todo afecto,