Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Se ha iniciado ya la fase preparatoria del Sínodo Diocesano con la constitución de la Comisión Preparatoria y de la Secretaría General. Iniciamos «el caminar juntos», tan característico del hacer y del vivir sinodal de la Iglesia, en la Fiesta de la Epifanía del Señor y lo proseguirnos con todo el compromiso de gozosa esperanza que nace de la celebración de la Pascua de Resurrección, Porque ciertamente lo que nos guía en este camino y lo que enciende nuestro corazón para emprenderlo con ilusión, que no conoce desmayos ni abandonos, es Él, Jesucristo Resucitado, el Salvador del hombre.
Se trata de que lo conozcamos mejor, de que sepamos ver su rostro con ojos de una fe más limpia y más nueva, de que los ojos del alma y del corazón se nos llenen más y más de su luz, para que puedan verla más, nítida y radiante todos aquellos que nos rodean, los que comparten, en la sociedad madrileña, ese gran común camino, que es el de la humanidad, Se trata de que crezcamos en la vida nueva, la de su gracia, la de los dones de su Espíritu, a la que hemos resucitado con Él el día de nuestro bautismo, con nuevas victorias sobre el pecado a través de un sí a las enseñanzas de su Evangelio, más decidido y más encarnado. Se trata, en una palabra, de seguirle con mayor fidelidad, con una más plena identificación con Él a la vista de nuestras propias debilidades y de las necesidades, de las angustias y -por qué no- de las alegrías de nuestros hermanos de Madrid: de los alejados de Él y de los no creyentes, de los que sufren los males del cuerpo y las tragedias del alma. Son muchos y de muy variada naturaleza los pobres de Madrid en este umbral del siglo XXI que acabamos de cruzar.
La dimensión sinodal de la constitución de la Iglesia, entrañada en su realidad de Misterio de Comunión, afecta de una manera propia y específica al Colegio Episcopal con su Cabeza, el Obispo de Roma, el Sucesor de Pedro, en los distintos niveles y grados de su vivencia y realización. Pero también, de una forma análoga, a la configuración del Presbiterio Diocesano con su Obispo. En uno y otro plano -en el de la Iglesia Universal y de la Iglesia Particular- se íntegra y articula la participación de los fieles consagrados y laicos según las formas propias de su vocación y misión, en la Iglesia y en el mundo, enraizadas en su Bautismo y Confirmación. «Lo sinodal» entendido en su sentido amplio -de «caminar juntos» o, dicho con otros términos, de vivir en comunión eclesial- acompaña el día a día del quehacer eclesial, el peregrinar del Nuevo Pueblo de Dios por el inmenso campo de la historia humana que busca futuro salvador.
Pero alcanza una especial significación y una intensidad singular cuando la historia do los hombres leída a la luz del Evangelio, de la Palabra del Cristo, transmitida por la Iglesia, y experimentada en la pugna espiritual por la acogida de su gracia, llega a un momento en la vida de la comunidad eclesial en el que se hace preciso detenerse en un examen común de conciencia, de humilde búsqueda de conversión, de un propósito más decidido y definido de santidad y de un renovado compromiso apostólico para un evangelizar de nuevo. La Iglesia Universal ha vivido este momento en su historia reciente con el Concilio Vaticano II. Y ha querido por la voz del mismo Concilio. y en aplicación del mismo, y por el impulso constante de los Romanos Pontífices, Pablo Vi y, de un modo extraordinariamente actual, Juan Pablo II, que lo vivan también las Iglesias particulares. Recuérdese su recientísima Exhortación Apostólica Novo Millenio Ineunte al concluir el Año Jubilar 2000, Estamos convencidos de que esa hora le ha llegado a nuestra Iglesia Particular, la Archidiócesis de Madrid, como nos lo han confirmado todas las consultas realizadas en los organismos diocesanos y las voces y sugerencias de muchos sacerdotes, consagrados y fieles, tan estimulantes espiritual y apostólicamente.
Las razones pastorales son patentes. En la historia de nuestra joven diócesis -erigida en 1.885- se han celebrado Sínodos Diocesanos en 1909 y en 1948. La aplicación del Concilio Vaticano II ha discurrido en Madrid dentro de un proceso social y eclesial, lleno de movilidad do las estructuras pastorales y marcado por la apuesta por un diálogo comprometido con todas ‘las realidades de la sociedad madrileña, sobre todo con las de los más necesitados. Diálogo complejo, plural, no exento de tensiones, aunque siempre generoso. Nuestro último plan trienal de pastoral, que nos dispuso para -una fecunda celebración del Año Jubilar 2000, y su desarrollo ulterior en los dos últimos cursos, nos ayudó a descubrir la crisis de fe y, consiguientemente, de vida cristiana en la que se debaten muchos de nuestros hermanos. El reto de la nueva Evangelización se nos ha planteado en sus mismos fundamentos y en su mismo origen: como el reto de la transmisión de la Fe. De la fe en Jesucristo Resucitado y en Su Evangelio de la Vida: la única Buena Noticia capaz de salvar radical y plenamente al hombre, Nos va mucho -yo diría, todo- en el empeño. ¿,No será pues la hora del Sínodo Diocesano?
La respuesta -y positiva- no parece que pueda admitir dudas cristianamente razonables y prudentes. Lo que importa es celebrarlo debidamente como un proceso que ha de vivir toda la Iglesia Diocesana en el Espíritu y dejándose guiar solamente por Él: el Espíritu Santo, el que nos ha enviado el Hijo, el Verbo que se hizo !hombre, murió en Cruz y Resucitó por nuestra salvación. Habrá de vivirlo pues como un proceso auténticamente espiritual, -que no «espiritualista»- y que por ello e inexcusablemente ha de venir envuelto en la oración intensa y constante, hecha plegaría, de todos sus fieles, singularmente de aquellos que han consagrado su vida a la oblación silenciosa, a la contemplación amorosa y a la súplica por todos los miembros de la Iglesia, Cuerpo y Esposa de Cristo. La espiritualidad del proceso sinodal se verificará tanto cuanto más discurra en la lectura y escucha atenta de la palabra de Dios, transmitida apostólicamente por la Iglesia y su magisterio, y se actualice fielmente en la comunión de vida con la Iglesia Universal y su Pastor supremo. Y quedará probada en su autenticidad evangelizadora si so actúa con la mirada y actitud generosa del que busca al hombre en sus necesidades, las de este tiempo, en toda su integridad y gravedad. El ejercicio de la caridad fraterna hacia dentro y fuera de los ámbitos eclesiales explícitos, donde se desarrollará el acontecimiento sinodal que se avecina, ha de ser el signo distintivo que lo presida, y la medida o regla de oro del imprescindible comportamiento de todos los sinodales.
Preparemos el Sínodo con este estilo de apertura personal y comunitaria a la gracia: la de una auténtica conversión pascual a Jesucristo y a su Evangelio salvador, transida de profunda eclesialidad y de compromiso apostólico. Participemos todos en la gran consulta diocesana en los distintos foros y/o fórmulas que se propongan. Oremos humilde y perseverantemente al Buen Pastor, al Señor y Cabeza de la Iglesia, en la comunión del Espíritu Santo, para que haga de este tiempo sinodal de la Iglesia Particular de Madrid un tiempo de gracia y de salvación para todos los madrileños. ¡Que nos llene de nuevo el impulso misionero, que tan rico y heroico se ha manifestado en nuestras antepasados y que sigue mostrándose tan generoso y operante hoy a través del testimonio de muchos de nuestros hermanos y hermanas en todas las fronteras de la acción misionera de la Iglesia!
A nuestra Señora de La Almudena, la Virgen, Modelo y Madre de la Iglesia, en esta advocación que nos la hace tan próxima y tan madrileña, le confiarnos este nuestro camino sinodal, cuya preparación hemos iniciado ya, para la Gloria de Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo y la salvación de los hombres.
Con todo afecto y mi bendición,