Carta Pastoral para el día de la Iglesia Diocesana

«La Iglesia con todos y entre todos»

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Con el lema «la Iglesia con todos y entre todos» celebraremos el domingo 17 de Noviembre el día de la Iglesia Diocesana, una jornada que nos ayuda a vivir con mayor intensidad nuestra pertenencia a la Archidiócesis de Madrid.

El lema escogido para este año nos recuerda dos aspectos fundamentales de la vida eclesial, que aparecen ya en los orígenes del Cristianismo. La Iglesia está con todos los hombres y se edifica entre todos. Si leemos con atención el libro de los Hechos de los Apóstoles, que describe la vida de la primera comunidad cristiana, observamos que la Iglesia se acerca a todos los hombres sin distinción, sin acepción de personas: hombres y mujeres, judíos y griegos, esclavos y libres, cultos e ignorantes, ricos y pobres. A todos les ofrece los dones de la salvación y a todos busca con la misma caridad de Nuestro Señor Jesucristo. De ahí que lo que caracteriza a la Iglesia es precisamente su apertura a todos los hombres. La única condición para entrar en ella es creer en el Señor Jesús, muerto y resucitado, y bautizarse en él para recibir el perdón de los pecados.

Es verdad que la Iglesia, imitando al Señor, tiene un amor de predilección por los pobres, huérfanos y viudas, extranjeros y desposeídos de este mundo, a quienes se acerca con la compasión de Cristo haciendo visible su mismo primado de caridad. A ellos dedica muchos de sus recursos y medios de vivir, que son, por otra parte, el fruto de la caridad y de la comunión de bienes que distingue a la comunidad de los creyentes. A lo largo de la historia de la Iglesia, son muchas las iniciativas, instituciones y obras de justicia y caridad que han nacido al calor de este amor preferencial por los pobres. Y es aquí donde aparece con claridad el segundo aspecto de la Iglesia al que se refiere el lema de este año: la Iglesia se edifica entre todos. Ciertamente, con todos y entre todos.

La expansión de la Iglesia, signo inequívoco de su catolicidad, de su envío a todas las gentes, exige que todos los que formamos parte de ella, contribuyamos a su mantenimiento. Para ello, es preciso conocer todas las necesidades de la Iglesia Diocesana que superan las de cada comunidad parroquial y las de otras comunidades -religiosas, laicales- así como las de las asociaciones y movimientos apostólicos. La Diócesis no es sólo la geografía en que se vive; es la comunidad eclesial por excelencia, presidida por un obispo, sucesor de los apóstoles, en la que vive la única Iglesia de Cristo. Una diócesis, para realizar su misión conforme al plan de Dios, tiene que edificar templos -necesidad grave y urgente en nuestra Archidiócesis de Madrid-, mantener el Seminario, sostener instituciones de educación y de caridad, realizar planes pastorales que requieren esfuerzos económicos notables, como es el caso, por ejemplo, de los medios de Comunicación social. Todo ello pertenece al ámbito propio de la evangelización y misión apostólica. Vivir en una Diócesis lleva consigo, por tanto, participar de todas estas inquietudes y hacer todo lo posible por realizarlas.

Este curso, en el que impulsamos con gozo e ilusión, los trabajos del Sínodo Diocesano, podemos entender mejor la necesidad que tenemos de fortalecer nuestra conciencia de Diócesis y de vivir con pasión nuestro acercamiento a todos los hombres para llevarles el evangelio de Cristo e invitarles así a la comunión de fe y de vida que constituye a la Iglesia. Con todos y entre todos quiere decir que la Iglesia no descansará nunca mientras haya personas que no conozcan a Cristo Redentor; y, por ello, todos los cristianos tenemos que vivir nuestra condición de Cuerpo de Cristo, aportando cada uno, según sus propias posibilidades, la energía que el Cuerpo necesita para ser un organismo vivo, dinámico, capaz de transmitir a otros el don de la salvación.

Sed generosos, queridos diocesanos. Generosos en la oración y en la entrega a Cristo y a los hermanos. Generosos en la limosna y en la caridad fraterna. Dad con alegría de vuestros propios bienes para que la Iglesia pueda ser signo del amor y de la comunión de los hombres con Dios y entre sí. No escatiméis esfuerzos a la hora de edificar la Iglesia y de hacer de ella la casa abierta a todos los hombres que buscan la verdad y la felicidad. Dios premiará vuestra generosidad y os colmará con una medida insospechada: la medida de su amor que supera todo cálculo y que Jesucristo define como el ciento por uno aquí, y, además, la vida eterna.

Que Santa María, la Virgen de la Almudena, os ayude a vivir el amor a la Iglesia de la que ella es su modelo perfecto, por la fe incondicional en Dios, por la esperanza que guió siempre su vida y por la caridad que la mantuvo como madre ardiente y fiel junto a Cristo y junto a los hombres.

Con todo mi afecto y bendición,

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