¿Qué quieres que haga?»
(Act 22,10).
Queridos hermanos y hermanas:
Con estas palabras adoptadas como lema para la campaña de este año de gracia, nos disponemos a celebrar el «Día del Seminario», coincidiendo con la solemnidad del Patriarca San José, Patrono de la Iglesia universal. Quiere ser este día para toda la Iglesia en Madrid una jornada de agradecimiento y, de esperanza a Dios, nuestro Padre, por el don de las vocaciones sacerdotales que no cesa de regalarnos. Y, al mismo tiempo, recuerdo y estimulo para que crezca y arraigue la convicción de que «todos los miembros de la Iglesia, sin excluir ninguno, tienen la responsabilidad de cuidar las vocaciones.» (PDV 41).
Las palabras del lema están tomadas de la respuesta de Saulo de Tarso a Jesucristo, cuando éste se le aparece en el camino de Damasco. Derribado al suelo y vencido como celoso perseguidor de los cristianos, Saulo es interpelado por una Voz muy diferente a las voces acostumbradas. Una voz con la autoridad del Señor y la dulce queja del Siervo perseguido en sus hermanos: «¡Yo soy Jesús Nazareno a quien tú persigues!». Una Presencia luminosa que irrumpe en la vida, fascina el corazón, y reclama para si al agraciado: «Levántate y vete a Damasco; allí le dirán lo que tienes que hacer». Ha nacido el apóstol con una nueva identidad y una nueva misión. Quien, como Saulo, pedía cartas comendaticias para extender la persecución, de ahora en adelante, encabezará las suyas con legítimo orgullo «Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios…» (2Cor 1, 1)
Salvadas las circunstancias de la persona y su tiempo, la vocación de Pablo constituye un paradigma de toda vocación sacerdotal. Tras el rostro de cada uno de nuestros seminaristas, hay una historia personal de encuentro con el Señor, que actualiza de forma original «el inefable diálogo entre Dios y el hombre» (PDV 36), imprescindible en toda llamada al seguimiento apostólico. La 1ibre y amorosa iniciativa del Señor suscita la prontitud de la respuesta: «Señor ¿qué quieres que haga?». Sólo El puede reclamar para sí la totalidad de una vida joven. Solamente Cristo posee la autoridad de Dios para cambiar los proyectos legítimos que orientan el ejercicio de la libertad humana por un Amor más grande, como en el caso de Pablo, y de Pedro y Andrés, de Santiago y Juan: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mc 1,16-20).
Se habla con preocupación de la crisis de vocaciones que afecta a no pocas Iglesias del mundo occidental. ¿Es que el Señor ha dejado de llamar al seguimiento apostólico? No, ciertamente: el número y la calidad humana y cristiana de nuestros seminaristas son buena prueba de ello, aún cuando todavía sean insuficientes para salir al paso de las necesidades pastorales del futuro, y de la fraternal colaboración con otras Ig1esias. Sin embargo, la llamada del Señor puede no ser escuchada a causa de ciertos valores del ambiente cultural y socia1 que impregnan la educación de los jóvenes, velando su corazón a la vida del Evangelio. Además, la intención tan actual de hacer de la Iglesia una realidad socialmente insignificante impone visiones desviadas o frívolas, cuando no malintencionadas, del ministerio sacerdotal, dificultando su cordial acogida como un bello proyecto de vida por parte de los.
No todas las dificultades vienen de fuera. ¿Acaso la escasez de vocaciones no pone en evidencia la falta de vigor en la fe de algunas comunidades y miembros de la Iglesia? Consciente de ello, el Papa Juan Pablo II vincula la pastoral vocacional con la revitalización de la vida cristiana: Más que nunca es necesaria una evangelización que no se canse de presentar el verdadero rostro de Dios -el Padre que en Jesucristo nos llama a cada uno de nosotros- así como el sentido genuino de la libertad humana como principio del don de si mismo» (PDV 37).
En esta dirección camina nuestro Sínodo diocesano, felizmente iniciado en su fase preparatoria. Como os manifestaba en mi última Carta Pastoral: «Es tiempo de un sincero examen de conciencia personal y comunitario. No admite demoras. Es preciso preguntarse cuál es la voluntad de Dios respecto a nosotros, la Iglesia Diocesana de Madrid en este momento de su historia, aún joven a fin de que sepamos responder con toda generosidad a la llamada del Señor y de su Evangelio, y de este modo, nos dispongamos a asumir nuevos compromisos apostólicos» (El Tercer Sínodo Diocesano, Madrid, Noviembre, 2002, pág. 7). Con la confianza puesta en la renovación del Espíritu Santo, sacerdotes y religiosos, educadores y padres de familia, fieles laicos -adultos y jóvenes- de parroquias y movimientos, «con la cara descubierta, reflejando como en un espejo la gloria del Señor» (2Cor 3,18), podemos, ciertamente, promover y esperar el don abundante de las vocaciones sacerdotales, imprescindibles para afrontar e1 reto urgente de la transmisión de la fe a las generaciones presentes y futuras.
Animados con esta esperanza, seguimos empeñados en poner los mejores medios para el cultivo y la formación de las vocaciones sacerdotales en todas la edades. Están a punto de finalizar las nuevas instalaciones del seminario menor en un noble y antiguo edificio escolar, ubicado en la Pza. de San Francisco, y rehabilitado para tal fin. Para cultivar los posibles «gérmenes de vocación» (Conc. Vat. II; OT, 3) de niños y adolescentes, y con la pedagogía apropiada a su edad, el Seminario Menor les ofrece, además de una educación integral y cristiana en su propio Colegio, la posibilidad de una residencia en la que aprendan a descubrir la vida en Cristo como donación, gratuidad y servicio, y en alegre compañerismo, crezcan en libertad generosa y responsable.
Hace diez años, el Seminario Conciliar tenía la inmensa gracia de recibir al Santo Padre. Juan Pablo II en un encuentro memorable con los candidatos al sacerdocio de toda la Iglesia en España para dar las gracias a Dios «por el don precioso de la vocación al sacerdocio v la vida consagrada», y regalándoles una bella exhortación que subrayaba los aspectos sustantivos de la formación sacerdotal (Juan Pablo II, Alocución a los seminaristas en el Seminario de Madrid, Junio 1993). ¿Cabe mejor recuerdo y más viva conmemoración que la preparación de su próxima visita? Estoy, seguro de que la presencia del Papa entre nosotros y el testimonio de su vida venerable, radicalmente entregada al servicio de Cristo, de su Iglesia y de toda la humanidad, será clara referencia y estímulo sacerdotal para nuestros seminaristas, y ejemplo vigoroso para que muchos jóvenes descubran la belleza incomparable del seguimiento apostólico del Señor.
La celebración del «Día del Seminario» acercará hasta muchas de vuestras parroquias a los seminaristas para compartir con vosotros el testimonio de su historia vocacional. Como signo de afecto hacia el Seminario, acogedlos cordialmente; orad con ellos y por ellos, y ofrecerles vuestra generosa aportación económica para los múltiples gastos derivados de su necesaria formación. Seguid rogando «al Dueño de la mies que envíe operarios para su mies» (Mt 9,3 8), y encomendad a la intercesión poderosa de la Virgen, Nuestra Señora de la Almudena a nuestros seminaristas y sus formadores.
Con mi gratitud por todas las atenciones que brindáis a los futuros sacerdotes, os bendigo con todo afecto en el Señor,