Colegiata de San Isidro; 15.V.2003; 12:00 horas
(Hech 4,32-35; Sal 1; St 5,7-8.11.16-17; Jn 15, 1-7)
Mis queridos hermanos en el Señor:
Los ecos de la Visita del Papa en la Fiesta de San Isidro: ¡Gracias Madrid, gracias, pueblo de Madrid!
Celebramos la Fiesta de San Isidro, nuestro Patrono, en este año del 2003, tan denso de acontecimientos para la Iglesia y para el mundo, fresca en el alma de todos los madrileños la emoción humana y espiritual de la Visita del Santo Padre hace poco más de ocho días, y grabados en el recuerdo sus mensajes a la juventud y al pueblo de España. Madrid fue el lugar escogido para esa excepcional cita de Juan Pablo II con los españoles, y Madrid, su Iglesia diocesana y su pueblo, supieron recibir y acoger al Papa y a los peregrinos venidos de todos los rincones de la patria con la proverbial apertura de la Iglesia y de la sociedad madrileñas, plena de cordialidad cristiana y de elegancia y amabilidad ciudadanas. La acogida resultó especialmente cálida con los jóvenes. La inmensa riada juvenil que afluyó a «Cuatro Vientos», sin precedentes en la historia en nuestra ciudad, para el encuentro de oración, suscitó y concitó una simpatía general.
Permítaseme, pues, aprovechar esta ocasión solemne de la Fiesta de San Isidro para agradecer al pueblo de Madrid y a las instituciones y autoridades madrileñas, su desprendida, fina y entrañable hospitalidad. Madrid supo abrir las puertas de su corazón de par en par al Papa, el Vicario de Cristo en la tierra, con muestras de veneración y afecto verdaderamente conmovedoras, junto con los peregrinos de toda España, sus Obispos y sacerdotes. Ha aflorado espléndida la más clásica y mejor tradición de la hospitalidad madrileña, enraizada en la milenaria historia de su fe cristiana. ¡Gracias, pueblo de Madrid! ¡Muchísimas gracias! El Señor Resucitado os lo pagará con abundancia de nuevas gracias y frutos evangélicos de conversión y de vida nueva según el modelo de San Isidro Labrador.
Las enseñanzas del Papa en la Vigilia de los Jóvenes y en la solemnísima Eucaristía de las Canonizaciones de los nuevos cinco Santos españoles nos ofrecen nueva luz para acercarnos este año a la figura de nuestro Patrono con los ojos del alma más y mejor clarificados por la fe pascual y con el corazón bien dispuesto a responder pronta y generosamente a las exigencias de la esperanza y del amor cristiano ante las necesidades materiales y espirituales del momento presente. La Palabra de Dios que hemos proclamado -especialmente el Evangelio de hoy-, leída y meditada a la luz de lo que nos ha dicho el Papa, se torna extraordinariamente significativa y penetrante a la hora de discernir el camino de un futuro venturoso para Madrid.
«Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada» (Jn 15,5)
Uno de los rasgos más ejemplares en la vida de San Isidro Labrador es el de su espíritu de oración. Es bien conocida su piedad personal, practicada con sencilla asiduidad y centrada en la visita diaria a la Iglesia de Santa María y a otras Iglesias de la Villa. En ese clima de oración, que lo rodeaba durante toda su jornada en casa y en el campo, le venía a él la savia íntima del Espíritu que le mantenía unido a Cristo con una fidelidad inquebrantable, como un «sarmiento» a «la Vid», permaneciendo siempre en Él sin corte ni separación alguna. Lope de Vega pondrá en labios de San Isidro la siguiente oración, con la belleza inigualable de sus versos:
Señor, enseñad mi fe,
sed vos el maestro mío,
enseñadme sólo vos,
porque solamente en vos
lo que he de saber confío…
No nos equivoquemos: no hay otra fuente de vida verdadera, que salte hasta la eternidad, que la del trato interior con Jesucristo Resucitado, de amigo a amigo, como diría Santa Teresa de Jesús. Sólo posible bajo la guía del Espíritu Santo: reconfortados con sus dones y conducidos de la mano de la Virgen María. En esa intimidad, que se va experimentando en el tiempo, madura la cosecha de las Bienaventuranzas, que granará eternamente en la gloriosa Comunión de los Santos.
El Papa, al inicio de la Vigilia Mariana de «Cuatro Vientos», se lo aclaraba a los jóvenes con una aplicación muy luminosa al estado actual de la cultura que les envuelve y condiciona poderosamente: «el drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación -les decía Juan Pablo II-. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma». La actualidad de las palabras del Papa es patente. Los jóvenes las comprendieron bien, definiéndose como «la juventud del Papa». Su respuesta afirmativa, como un clamor, subrayaba el acierto del diagnóstico de Juan Pablo II. Su validez para la sociedad madrileña que celebra este «San Isidro» del año 2003 no es menos evidente.
¡Hay que despejar caminos para esta «juventud del Papa» en el Madrid del siglo XXI! Caminos de oración contemplativa y de vida renovada en el Espíritu -de vida auténticamente espiritual-, como nos los han mostrado San Isidro Labrador y esa innumerable procesión de los Santos madrileños de los siglos XIX y XX que culmina con los cinco canonizados de la Plaza de Colón. Nadie puede poner en duda razonable que en el Madrid de hoy se ora mucho; pero tampoco que se debe orar mucho más y con mayor intensidad. Nuestras raíces cristianas están en juego.
«TENED PACIENCIA, HERMANOS, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca» (St 5,7-8)
Los devotos de San Isidro Labrador saben bien lo que se cuenta de él, el criado de los Vargas, que oraba y labraba la tierra auxiliado por los Angeles; y como la envidia y las acusaciones de sus compañeros quedaron refutadas por la bella estampa que le es dada contemplar al amo: la yunta de bueyes, la de Isidro, se movía acompañada por otras dos de color blanco que araban con ritmo vigoroso y resuelto a derecha e izquierda de la del Santo. La confianza en el cuidado providente de Dios, alimentada por un como innato sentido de la presencia del Señor Resucitado en todas las circunstancias de la vida -personal, familiar y profesional- hacía de Isidro un testigo excepcional de la esperanza cristiana. El estilo de su vida, manso y paciente, irradiaba la esperanza humilde, pero firmemente segura, de que el patrimonio de la fe en Cristo y de una existencia configurada según su Evangelio constituía el don más precioso para él y para los suyos: su familia y sus vecinos. Un don que habría de cultivarse siempre.
El Papa al concluir la Eucaristía de las canonizaciones nos recordaba en sus emocionadas palabras de despedida, dirigidas a todos los españoles: «Sois depositarios de una rica herencia espiritual que debe ser capaz de dinamizar vuestra vitalidad cristiana, unida al gran amor a la Iglesia y al Sucesor de Pedro». ¿No será esta también la principal herencia que nos ha dejado San Isidro Labrador a los madrileños, que el Madrid del siglo XXI habrá de cuidar con primor si quiere mantener abierto el horizonte de la esperanza para sus hijos, pase lo que pase, sean cuales sean los retos y desafíos que nos depare el futuro? Cuidándola con la esperanzada paciencia del «labrador espiritual» que abre los surcos del alma a la lluvia temprana y tardía de la gracia es como se logrará ahondar en la tarea de la consolidación y promoción de la justicia, de la solidaridad y de la paz con perspectivas de éxito.
«En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía» (Hech 4,32)
En la vida de San Isidro Labrador, el ejemplo de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén se hizo verdad, verificable diariamente por el Madrid del siglo XII, sumergido en una época de decisivos acontecimientos dentro de la historia de la liberación de España. En la casa de San Isidro y Santa María de la Cabeza siempre había puerta abierta para el vecino necesitado, y plato cubierto en la mesa familiar para el pobre que pudiera asomarse a ella, esperada o inesperadamente. La caridad del matrimonio era proverbial.
Juan Pablo II, en la Eucaristía de la Plaza de Colón, al animar a los católicos españoles a ser testigos de Jesucristo Resucitado en la sociedad actual nos ponía delante de los ojos los testimonios de caridad cristiana de los cinco santos que acababa de canonizar. Sus vidas resplandecían por el amor incondicional y la entrega heroica a los pobres de su tiempo. El día anterior en la Vigilia de «Cuatro Vientos» había exhortado enérgicamente a los jóvenes a ser «operadores y artífices de la paz»: «responded a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor. Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo y de intolerancia. Testimoniad con vuestras vidas que las ideas no se imponen, sino que se proponen». El sentido del mensaje era evidente: si se avivan las raíces cristianas de un pueblo, los frutos de la justicia solidaria y el amor fraterno no se dejan esperar; si se es consecuente con la fe recibida a través de una historia cristiana, casi bimilenaria, como es el caso de España, no hay miedo: las nuevas generaciones sabrán superar con valentía esos riesgos de desprecio al hombre que nos amenazan.
San Isidro, nuestro Patrono, con su limpia experiencia de amor humilde y sencillo a Jesucristo y con la heroicidad de la vida diaria, sembrando de obras de caridad el ambiente de su familia, de su trabajo y de su ciudad, testimoniaba sin alardes la primacía de la vida interior, la escondida con Cristo en Dios. De él, de su ejemplo e intercesión, se alimenta incesantemente la frescura inmarchitable de las raíces más hondas y auténticas del pueblo de Madrid: su alma cristiana, su catolicidad que se despliega y fructifica en un amor sin límites.
De la Fiesta de San Isidro Labrador, en el año de la Visita del Santo Padre a nuestra ciudad, vuelve pues a brotar nueva luz y nueva gracia para ese permanente y siempre actual desafío de impregnar de Evangelio las relaciones humanas, la convivencia social, la acogida a los emigrantes y el servicio a todos los que necesitan de consuelo, compañía, trabajo, solidaridad y paz en Madrid: esta querida ciudad nuestra, abierta a todos los cielos de España, y convertida en un magnífico «altar» de una de las Eucaristías más emocionantes de su historia: la presidida por el Santo Padre en la Plaza de Colón el domingo cuatro de mayo.
María, la Virgen de La Almudena, fue para San Isidro Labrador «la madre cercana, discreta y comprensiva», como la presentaba Juan Pablo II a los jóvenes de «Cuatro Vientos; y además, «la maestra para llegar al conocimiento de la verdad a través de la contemplación»: la verdad de su Hijo, el Crucificado y Resucitado por nuestra salvación. ¡Que nuestro Patrono y su esposa, Santa María de la Cabeza, nos ayuden a nosotros, los madrileños de hoy, a buscar y a encontrar en Sta. María, la Madre de Dios y Madre nuestra, la mano amorosa que nos lleve a Jesús, fruto bendito de su vientre!
A m é n .