«La Iglesia con todos y al servicio de todos»
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Un año más me dirijo a vosotros para exhortaros a celebrar la jornada de la Iglesia Diocesana que tendrá lugar el próximo 16 de noviembre bajo el lema «la Iglesia con todos y al servicio de Iodos». Y quiero hacerlo desde la convicción de que la Iglesia, reunida en el nombre del Señor, tiene inmensos motivos de celebración. Celebramos la presencia de Dios y de su Hijo Jesucristo entre nosotros; celebramos su gracia y su misericordia; celebramos la caridad que nos une en una misma familia en la que todos nos reconocemos hermanos; celebramos la vida que nos viene de Dios y nos da la certeza de que caminamos hacia la casa del Padre; celebramos, en último término, que la muerte ha sido vencida.
Todos estos dones hacen de la Iglesia una casa de salvación abierta a todos los hombres. De ahí, que la misión primera de la Iglesia sea anunciar y comunicar a los hombres la salvación que lleva dentro. Todo lo que existe en la Iglesia tiene esta finalidad: convocar a los hombres a la salvación, abrirles las puertas de la vida. Al celebrar la jornada de la Iglesia diocesana, os pido a todos que contempléis la diócesis de Madrid desde esta perspectiva: los templos y complejos parroquiales sin los cuales es imposible hacer comunidades cristianas misioneras; su Seminario y Facultad, donde se forman los futuros pastores y quienes buscan adquirir conocimientos teológicos; las instituciones de caridad y de enseñanza, preocupada, por el bien integral de la persona y por la educación que nos hace hombres libres y responsables de nuestro destino; los medios de comunicación social propios que nos permiten llevar el evangelio el mensaje cristiano a todos los ámbitos de la sociedad. Todas estas realidades conforman la casa común, la Iglesia concreta que, como os decía, busca comunicar a los hombres la salvación. Sin estas mediaciones, instituciones e instrumentos de trabajo, la Iglesia no puede, sencillamente, estar con todos y al servicio de todos.
Os amino, pues, a dar gracias a Dios por la Iglesia y por el misterio que lleva dentro. Somos dichosos por haber conocido a Cristo, el Señor y por formar parte de su Cuerpo. Pero esta dicha es para la humanidad entera. No podernos guardarla para nosotros olvidándonos de quienes todavía no han oído hablar de Cristo y no forman parte de su Pueblo. Por ello. es preciso construir entre todos la casa común, respondiendo cada día a los retos que la sociedad nos plantea. Os pido, queridos diocesanos, responsabilidad en la cooperación que va desde la oración al sostenimiento económico de la Iglesia. Esta no es una comunidad invisible sino que, al igual que el Hijo de Dios en el misterio de su Encarnación, vive entre los hombres, formada por hombres y se desarrolla con los mismos medios humanos y económicos que cualquier otro tipo de realidad social. Amad y ayudad a la Iglesia; servidla con la entrega de vuestras propias personas, de vuestro tiempo y de vuestros medios, según las posibilidades de cada uno; edificadla con el ejercicio de la vida cristiana, de sus virtudes y exigencias morales; y vivid en ella con el gozo de haber sido escogidos para ser heredad del Señor y para comunicar a los hombres las maravillas de Dios que envió a su Hijo Jesucristo para que viviera con nosotros y al servicio de todos los hombres.
Con todo afecto y, mi bendición,