LA SAGRADA FAMILIA: «UN MARAVILLOSO EJEMPLO»
Catedral de La Almudena; 28.XII.03, 19,00h.
(Si, 3,2-6.12-14; Col. 3,12-21; Lc. 2,41-52)
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
La Iglesia, nos invita hoy, en el día de la Sagrada Familia, a mirar a la Familia de Nazareth, la formada por Jesús, María y José, como «maravilloso ejemplo» propuesto por Dios, Nuestro Padre, a los ojos de su Pueblo. Así se desprende de la oración-colecta de la liturgia que sitúa esta Fiesta, tan significativa para la vida de la Iglesia contemporánea, en el contexto de la celebración del Misterio de la Natividad del Señor. Porque, efectivamente, es imposible abstraer el acontecimiento de la Encarnación y, sobre todo, del Nacimiento del Hijo de Dios de lo que significa la singularidad absolutamente única de esta familia: de la Madre María, Virgen Inmaculada y Purísima que concibe al Hijo de Dios por obra y gracia del Espíritu Santo cuando se haya desposada con José, y que da a luz a Jesús cuando ya ambos se hallaban unidos para siempre en un matrimonio totalmente virginal. En esa familia, sin par, considerada antes y después del parto del Hijo, nace y crece el Niño Jesús «en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y los hombres» (Lc. 2,52).
A la vista del carácter innegablemente excepcional -digámoslo con toda verdad, sublime- de los rasgos que configuran lo más íntimo de la vida y misión de la Familia de Nazareth, es comprensible que se formule la pregunta de como se puede querer convertirla en modelo asequible a la familia normal: a la familia nacida de la carne y de la sangre, formada por pecadores, por hombres y mujeres sometidos a incontables debilidades y flaquezas, a los que cuesta tanto vivir la pasión como amor, el amor como fidelidad y la fidelidad como generosa donación mutua para la procreación de nueva vida. De hecho muchos se lo han preguntado y lo siguen preguntando.
La respuesta no puede ser más sencilla: la Familia de Nazareth se constituye y forma en incondicional obediencia a la voluntad amorosa de Dios, dándonos a su propio Hijo al servicio de la realización en el tiempo de su último y definitivo designio salvador. El Hijo de Dios, autor de la vida, el vencedor del pecado y de la muerte, nos es dado a través de María, como Hijo suyo, uniéndose en cierta manera a todo hombre, por obra y gracia del Espíritu Santo en un acto de amor inefable que supera toda capacidad de comprensión humana. La fecundidad espiritual del matrimonio de María y José no podía ser ni mayor ni más sublime. Su amor no admitía otro modo de ser vivido y expresado que él de la unión virginal. La Familia de Nazareth abría así por esta vía sobrenatural el camino para la posibilidad de la experiencia plena del matrimonio y de la familia humana como santuario del amor y de la vida, venciendo todos los contratiempos y ataques de los que ha sido, es y será objeto en el futuro por parte de todos los que desconocen y/o menosprecian el Evangelio de la Salvación y de la Vida. El matrimonio y la familia necesitan más que nunca de la Sagrada Familia para reconocer eficazmente su propio origen, su sentido más íntimo y los elementos interiores y exteriores que los configuran según el plan de Dios, el Creador y Redentor del hombre. Por que no hay que olvidarlo: ¡el matrimonio, unido indisolublemente por el amor, el verdadero, el de la donación mutua de los esposos que florece y fructifica en la vida de los hijos, ha sido instituido por Dios y conformado por su Ley, la Ley nueva, Ley de la gracia, que posibilita su cumplimiento íntegro y gratificador!
CUANDO SE IGNORA LA VERDAD DEL MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA INSTITUIDOS POR DIOS LAS CONSECUENCIAS SON DRAMATICAS
Ignorar esta verdad espiritual y moral, verdad constitutiva del matrimonio y de la familia, ha sido una tentación constante de la historia, agravada en nuestro tiempo hasta límites de una radicalidad insospechada. No sólo se afirma la competencia política, jurídica y cultural del hombre para modelar matrimonio y familia como materia sujeta a su libre disposición según criterios de un pragmatismo social, más o menos razonable, aunque tocado de egoísmo –lo que ha venido siendo habitual en las sociedades y comunidades políticas vertebradas por el laicismo agnóstico de los últimos dos siglos –sino que además no se vacila ante su completa manipulación. Al pretender equiparar a la familia, nacida y entrañada en el matrimonio indisoluble del varón y la mujer, a uniones de todo tipo, incluso, a las incapaces por naturaleza para tener hijos, se termina por la destrucción institucional sistemática de la célula primera de la sociedad. Las dramáticas consecuencias del rechazo del modelo de Dios no se han hecho esperar. Estan a la vista de cualquier observador y conocedor objetivo de lo que está pasando en el momento actual de Europa: sociedades avejentadas, amenazadas por una más que probable quiebra de los sistemas de su seguridad social, crecientemente insensibles a las exigencias de la solidaridad mutua, nacional e internacional, hoscas y sin pulso creador, en las que se multiplica el dolor y sufrimiento de los niños y de los jóvenes por las rupturas de sus padres y la pérdida del insustituible ambiente familiar que se crea y se recrea al calor del hogar paterno.
LA RESPUESTA DE LA FE Y DE LA ESPERANZA CRISTIANAS
El cuadro esbozado podría parecer sombrío, pero no falso o irrealista, capaz, por lo tanto, de estimular la respuesta de la fe y de la esperanza cristianas en la línea doctrinal y pastoral del Magisterio de los Papas de la primera mitad del siglo XX, recogida y renovada por el Concilio Vaticano II y presentada y actualizada con valiente y heroica clarividencia por Pablo VI y Juan Pablo II. Del Papa, que el Señor ha regalado a su Iglesia hace 25 años, procede esa fórmula humana y espiritualmente tan genial del Evangelio de la Vida que integra todos los aspectos de la visión cristiana del matrimonio y de la familia a la luz del Misterio de la Sagrada Familia. El que celebramos con nuevo gozo en este último Domingo del año 2003 junto a Jesús, María y José. El modelo al que los matrimonios cristianos han de dirigir una y otra vez su mirada si quieren acertar y avanzar en el cuidado de las virtudes domésticas y de su unión en el amor: en el suyo, el esponsal, y en el de sus hijos. Modelo para imitar pero, sobre todo, modelo que habrá de guiarlos y animarlos en el seguimiento y acogida amorosa de la gracia y la voluntad misericordiosa de Dios, revelada en Jesucristo. La oración frecuente en el seno de la familia, unida en el rezo del Santo Rosario a la Familia de Nazareth, les preservará de traiciones y desmayos y les impulsará al testimonio cotidiano en el que consiste la aportación específica de los matrimonios y de las familias cristianas a la Nueva Evangelización. Su contribución propia e imprencindible. La Iglesia no se encontraría en condiciones ni de experimentar hacia dentro de sí misma toda la riqueza del amor esponsal de Cristo, ni, por consiguiente, de llegar con la siembra del Evangelio a esos surcos donde se planta y crece la vida y el amor humano, sin el apostolado específico de los esposos cristianos.
EL TESTIMONIO DEL AMOR FECUNDO DE LA FAMILIA CRISTIANA
En una cultura como la nuestra donde se ensalzan y difunden con un despliegue publicitario sin precedentes modelos de conducta personal y colectiva, marcados por la ruptura de la relación «amor y vida» y por la subyacente banalización hedonista de la experiencia del amor, entre el varón y la mujer, cuando no de su inversión antinatural, reduciéndola a mero contacto sexual, sólo se abrirá paso la Buena Noticia del «amor que nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios» por el testimonio de vida de las familias cristianas y del tesoro del amor que encierran: divino -humano. El primer ámbito de verificación del mandamiento de ese amor del que nos habla la primera carta del Apóstol San Juan y por el que seremos reconocidos como discípulos suyos, es el de la familia, comunidad íntima de vida entre padres e hijos. Si falta el amor propio de los hijos de Dios en la constitución del matrimonio y en la formación de la familia, si falla en su realización práctica…, pronto se irá notando como se debilitan los lazos de la solidaridad humana y ciudadana y como se degrada y fractura la sociedad misma.
Las familias cristianas se encuentran en la realización de su vocación enfrentadas a situaciones y retos sociales y culturales de enorme dificultad, desconocidos hasta ahora. ¡Cuántas familias numerosas, por ejemplo, han experimentado la desaprobación y el rechazo público por parte de ciudadanos que en definitiva van a depender en sus años de enfermedad y vejez de la contribución generosa de los hijos de esas familias en el sostenimiento de la seguridad social! En esta coyuntura histórica de tanta contradicción y perplejidad para la familia cristiana, ayuda especialmente el modelo de la Sagrada Familia y su experiencia singular de obediencia a la voluntad de Dios. ¡Cuánto sufrieron María y José al caer en la cuenta de que habían perdido a su Hijo en el camino de regreso de Jerusalén a casa y cuanto se alegraron al encontrarlo en el Templo sentado en medio de los maestros de la Ley! Las explicaciones del que ya era todo un muchacho, -¡explicaciones para asombro por las referencia divinas que contenían!- no las comprendieron de momento. Su madre, sin embargo, «conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón». El curso ulterior de los acontecimientos, que marcarían la vida de su Hijo hasta llegar a la Pascua de crucifixión y Resurrección, la irían desvelando cuanta razón tenía aquel misterioso Jesús de los doce años, que ella tanto amaba.
———–
¡Fiémonos de los planes de Dios como Ana, la madre de Samuel, como María y José! Son los planes del Padre compasivo y misericordioso que nos ha salvado por su Hijo en el Espíritu Santo. Basta saber cual es su mandamiento y cumplirlo: «que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó». Entonces «cuanto pidamos, lo recibimos de él». Sí, entonces, cuanto pidan las familias cristianas se cumplirá
AMEN