Queridos hermanos y hermanas:
Con la mirada del alma puesta en la próxima celebración de las fiestas pascuales, estamos recorriendo el camino de la penitencia cuaresmal. Como en años anteriores, la solemnidad de San José nos ofrece el modelo del justo que vive de la fe (cf. Rom 1,17), a quien Dios escogió para ponerle al frente de su familia según la carne. Ciertamente, la figura del glorioso Patriarca constituye un modelo estimulante para cuantos deseamos purificarnos en este tiempo de gracia para vivir con mayor fidelidad bajo la voluntad de Dios en la obediencia de la fe. Especialmente en este día, su dedicación paternal al cuidado y la educación de Jesucristo, el Sumo y Eterno Sacerdote, nos evoca, en cierta manera, la solicitud por nuestros seminaristas en la tradicional celebración del “Día del Seminario”.
Está muy vivo en la conciencia el recuerdo de la presencia del Santo Padre entre nosotros para canonizar a cinco nuevos santos españoles; dos de ellos sacerdotes, cuyo testimonio de total fidelidad a Cristo enriqueció la vida cristiana del Madrid de su tiempo: San Pedro Poveda y San José Mª Rubio. Dos ejemplos de santidad sacerdotal forjada en circunstancias tampoco fáciles para la vida de la Iglesia. Dos rostros concretos y cercanos en el tiempo, que reflejaban el del Buen Pastor. Dos modelos a imitar, también en nuestros días, por aquellos que escuchan la llamada del Señor. En la persona del Papa y en sus palabras se actualizaba el testimonio de estos santos sacerdotes y se ofrecía como camino de santidad a cuantos, conmovidos y entusiastas, participábamos del encuentro con los jóvenes en Cuatro Vientos: “…la evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas consagradas. Ésta es la razón por la que deseo decir a cada uno de vosotros, jóvenes: si sientes la llamada de Dios que te dice: «¡Sígueme!», no la acalles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida.”
La llamada del Papa nos interpela a los cristianos adultos: ¿cómo hacer posible la respuesta generosa de los jóvenes a la llamada del Señor? Ante todo, pidiendo en la oración “al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38). Toda vocación sacerdotal es un don de la gracia de Dios que debe ser implorado con confianza, humildad y perseverancia. Así nos lo enseña el Señor y así lo vienen practicando numerosos grupos, personas y comunidades religiosas. Os invito a que en todas las parroquias y grupos cristianos, personal y comunitariamente, se ore frecuentemente por las vocaciones sacerdotales: por los actuales seminaristas y por aquellos a los que el Señor se digne llamar al ministerio apostólico.
Esta oración, además, puede prestar luz y criterio para crear el marco adecuado que permita responder a la llamada del Señor. Con la oración, las familias aprenderán a educar a los hijos en la escuela de Cristo y “a vivir como verdaderas «iglesias domésticas» en cuyo seno se puedan percibir, acoger y acompañar las diversas vocaciones”, como dice Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica “Ecclesia in Europa” (EE, 40). Si los padres sois verdaderamente cristianos, ¿no os sentiréis agraciados si el Señor elige a uno de vuestros hijos para el sacerdocio? Si les deseáis procurar un futuro feliz, ¿cómo no imaginarlo también en el servicio sacerdotal a Cristo y a los hermanos?
En la historia de cada vocación suele aparecer la mediación de un sacerdote, cuyo ejemplo ha suscitado en los jóvenes la admiración y el deseo de imitación. A los sacerdotes se nos encomienda el ministerio de la oración en favor de nuestro pueblo y sus necesidades, y en consecuencia, también velar “por dejar a alguien que tome su puesto en el servicio sacerdotal” (PDV, 74). Además, en su ejercicio perseverante renovamos cada día nuestra identidad y se hace más vivo y transparente el testimonio de la propia vida. La oración nos permite configurarnos con los mismos sentimientos de Cristo Sacerdote y servir de referencia para otros que buscan el designio de Dios sobre sus vidas. En este sentido advierte el Papa a los sacerdotes: “En efecto, si la imagen que dan de sí mismos fuera opaca o lánguida, ¿cómo podrían inducir a los jóvenes a imitarlos?” (EE, 40). Irradiar un testimonio fiel, convencido y gozoso del propio ministerio es, sin duda, una excelente animación vocacional.
La experiencia nos dice que allí donde se promueve una verdadera y sólida formación cristiana, surgen las vocaciones. Y no puede haber verdadera formación cristiana si ésta no se alimenta de la oración y de la vida de la Iglesia. Los educadores cristianos, agentes necesarios de la pastoral vocacional, deben tenerlo en cuenta: “Sólo cuando a los jóvenes se les presenta sin recortes la persona de Jesucristo, prende en ellos una esperanza que les impulsa a dejarlo todo para seguirle, atendiendo su llamada, y para dar testimonio de él ante sus coetáneos” (EE,39)
En el “Día del Seminario”, deseo, pues, volver a insistir sobre la urgente necesidad de incluir la pastoral vocacional en el seno de la vida cristiana ordinaria como una viva responsabilidad de toda la Iglesia diocesana. Providencialmente, este día coincide en el tiempo con los trabajos preparatorios del Sínodo diocesano, en dónde se somete a la consideración de todos los grupos esta urgente necesidad: “¿Qué acciones deben realizarse en parroquias, asociaciones, movimientos, colegios, etc., para favorecer las vocaciones sacerdotales, por parte de sacerdotes y laicos?” (Cf. Sínodo diocesano, Cuaderno 4, pg. 89). ¡Sigamos pidiendo al Espíritu de Dios que el don de la sabiduría nos ayude suscitar caminos renovados para la Iglesia en Madrid! ¡También en la promoción de nuevos y santos sacerdotes!
Dirijamos, pues, nuestra atención al Seminario. Puede ocurrir que, en el conjunto abigarrado de una gran ciudad como Madrid, esta institución pase ordinariamente desapercibida como el “pequeño rebaño” del Evangelio (cf. Lc 12,32). No debe ser así para los hijos de la Iglesia, pues en todos y cada uno de los futuros sacerdotes, el Señor ha sembrado un potencial de gracia y generosidad que asegura la fecundidad de la misión en el próximo futuro. Son fruto de la gratuidad de Dios, y gratuitamente desean dedicarse, como Jesús, al servicio del Evangelio. Se saben propiedad de Jesucristo, y desde él, expropiados para todos vosotros: estilo y forma del Buen Pastor que les hace dichosos en su entrega total y para siempre. Así hacen suyo este dicho de Jesús que Pablo trasmite a sus sucesores en el ministerio, “Hay más alegría en dar que en recibir” (Act 20, 35), que, como experiencia del sacerdocio apostólico, preside la campaña del “Día del Seminario”.
Si como antes aludía, es verdad que “no se puede pasar por alto la preocupante escasez de seminaristas y de aspirantes a la vida religiosa, sobre todo en Europa occidental” (EE, 39), también lo es el que la Provincia eclesiástica de Madrid sigue siendo agraciada con más de trescientos seminaristas. Contemplarlos ensancha el corazón, renueva la esperanza en la fuerza eficaz del Evangelio y, en medio de las dificultades de los tiempos presentes, actualiza la palabra poderosa del Señor: “¡Ánimo!, soy yo; no temáis” (Mt 14, 27)
Lejos de instalarnos en la autocomplacencia, esta realidad nos invita a dar las gracias a Dios, a proseguir la siembra vocacional, y a cuidar con todo afecto y generosidad a los futuros sacerdotes. En el “Día del Seminario” se harán presentes entre vosotros: orad con ellos y por ellos, y ofrecedles vuestra aportación económica para los múltiples gastos que, hoy, conlleva una buena formación. Encomendad a la intercesión poderosa de la Madre de Cristo Sacerdote, Nuestra Señora de la Almudena, a nuestros seminaristas, a sus formadores, y a cuantos su Hijo se digne llamar al seguimiento apostólico.
Con mi gratitud por todas las atenciones que brindáis a los futuros sacerdotes, os bendigo con todo afecto,