Catedral de Valencia, 9.V.2004; 8,00 horas
(Ap. 21,1-5a; Sal. Judt. 13.18bc-19; Rom. 12,9-13;Jn. 19,25-27)
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
¡Gratitud y gozo! Estos son los sentimientos que me embargan el alma al presidir esta solemnísima “missa d’Infants” en el día de la Patrona de la Ciudad y Región de Valencia, la Beatísima Virgen María, Madre de los Desamparados, la Virgen más amada por los valencianos.
Gratitud a mi querido hermano, el Sr. Arzobispo de Valencia, por hacerme este honor fraterno de concelebrar con El y con su Obispo Auxiliar y otros hermanos en el Episcopado, oriundos de estas tierras valencianas, bendecidas por el don impagable de una fe bimilenaria, regada por la sangre de sus mártires de ayer y de hoy y fecundadas por el testimonio de la vida santa de tantos de sus mejores y mas insignes hijos. ¿Cómo no hacer memoria de San Vicente, el diácono mártir de la Iglesia naciente en Valencia, en los albores de la era cristiana (a. 304) y de los mártires del siglo XX recientemente beatificados por Juan Pablo II? Y… de San Vicente Ferrer, San Juan de Ribera y Santo Tomás de Villanueva, Pastores modelo para la grey que les fue confiada en momentos bien cruciales de la historia espiritual y temporal de Valencia y de España…; y de las figuras espléndidas en frutos de santidad, laicos y consagrados contemporáneos igualmente declarados beatos en los pasados años del Pontificado del Papa actual. La presencia de numerosísimos sacerdotes de la Archidiócesis valenciana, amigos y hermanos en el cuidado pastoral del Pueblo de Dios, significa un nuevo y valioso motivo para agradecer vuestra invitación, querido Sr. Arzobispo.
Pero me mueve sobre todo, a deciros ¡Gracias! desde lo más hondo del alma el poder presidir esta Misa Mayor del pueblo cristiano de Valencia, acompañado por sus autoridades; precisamente en un año en que la Iglesia y la Ciudad de Madrid os han sentido -y os sienten- especialmente cerca. Los valencianos nos habéis acompañado desde los primeros y más horribles minutos del atentado terrorista del 11 de marzo con muestras incesantes de solidaridad humana y cristiana que nunca olvidaremos. Vuestra oración a “la Mare de Déu dels Desamparats” nos ha hecho percibir y experimentar su “amparo” maternal en los instantes más dolorosos y en los más consoladores de ese tremendo día: cuando había que identificar a las víctimas destrozadas por los efectos de la explosión y sanar a los heridos, y en las situaciones en las que el heroísmo de la caridad explícita y anónima de incontables ciudadanos se desplegaba abundante y generosa en los lugares de la tragedia, en los centros sanitarios y en las barriadas y domicilios de los fallecidos. ¡Caridad de la buena y amor cristiano de finos quilates el de los hermanos de Valencia! Esa ha sido vuestra actitud. Os correspondemos y os corresponderemos con el conocido estilo abierto y generoso de tantos madrileños que os visitan a lo largo del año, sobre todo, en el período de las vacaciones veraniegas. Me adelanto yo mismo ofreciendo hoy esta Santa Misa de los Infantes por la Iglesia Diocesana, las familias y el pueblo de Valencia: por los vivos y por los difuntos.
Y ¡gozo! por poder compartir con vosotros la alegría interior y exterior, marcadamente cristiana, que brota de una Fiesta, cuyas expresiones litúrgicas y las de la piedad popular que la envuelven y encarnan, rezuman júbilo pascual del Señor Resucitado. En la imagen de “la Mare de Dèus dels Desamparats”, nos lo presenta María y ofrece en sus años de niño, tomado en brazos, mejilla con mejilla, como Aquel que nos salva. ¡El es el único Señor y Salvador del hombre! El único tesoro de su Madre. Vuestra alegría se renueva año tras año, cada segundo domingo de mayo, siempre en tiempo de Pascua, al experimentar con la fe, la esperanza y el amor a vuestra Patrona, la certeza de que Ella os ampara como ninguna madre es capaz de hacerlo sobre la tierra, incluso con sus hijos más queridos y, simultáneamente, al poder presentarle a Ella, esa Madre querida de los Desamparados, los mejores propósitos y súplicas de los que son capaces vuestra devoción y veneración filiales. ¡Hoy es vuestro día con la Virgen! Hoy es un día excepcionalmente apto para dar testimonio ante los ojos del mundo del consuelo, la esperanza y el gozo que sienten los hijos de Valencia al honrar y celebrar a la Madre del Resucitado, siendo fieles a la mejor tradición de sus padres que han visto en Ella desde hace siglos la Virgen Bendita de los Desamparados.
“MUJER AHÍ TIENES A TU HIJO. LUEGO DIJO AL DISCIPULO: AHÍ TIENES A TU MADRE”
En Juan, Jesús nos dirige su mirada compasiva y misericordiosa a todos nosotros. Pero hoy de un modo muy actual y cercano a vosotros, los cristianos de Valencia, los que rodeáis su Altar en esta “plaça de la Mare de Deu”, en este domingo luminoso y primaveral de su Fiesta. También mira a los que se han alejado de Ella y de El mismo, a los que no lo han conocido nunca ni quieren reconocer hoy. Y se vuelve a su Madre, como lo hizo aquel día a los pies de la Cruz -a la que adoramos ya como Cruz Gloriosa-, y la dice: Mujer ahí tienes a tus hijos de Valencia. ¡Ampáralos! Sus necesidades del cuerpo y del alma no son pocas. Las conoces bien ¡Tráelos a mí! Tráelos a mi gracia y a mi ley, la ley Nueva del Evangelio, la ley del Amor misericordioso que perdona, sana, recrea, ennoblece al hombre hasta alturas insospechadas y lo hace bienaventurado en la tierra y en el cielo. Y, en Juan y como a Juan, nos dice a nosotros: ahí tenéis a vuestra Madre. Acogedla en casa. Nadie que posea un corazón contrito y humillado puede decir con verdad que no dispone de “casa” para recibir a la Virgen de los Desamparados. Y ninguna familia de Valencia, sea cual sea su condición económica, cultural y humana, debería de excusarse ante la indicación del Crucificado, respondiéndole: no tengo sitio en mi casa para Ella.
Abrir las puertas de la propia casa a María, la Reina del Cielo, exige cuidar la vida de oración al lado de Ella y con Ella; entrar en “su Escuela” como enseñaba el Santo Padre a los jóvenes de España en la Vigilia de “Cuatro Vientos” hace un año. Exige que la oración en familia, centrada en torno al rezo del Santo Rosario, vuelva al seno del hogar, a los usos y experiencias diarias de su vida en común, a inspirar, en una palabra, toda la experiencia familiar. Los niños y los jóvenes -¡nuestros hijos!- tienen derecho a conocer a esa Madre que los quiere amparar con fina e insuperable ternura, a poder acogerse y confiarse a Ella en esa difícil y compleja singladura de los primeros años de la andadura en el mundo, cuando madura la personalidad humana y cristiana y cuando se toman las grandes opciones que deciden para siempre el destino temporal y eterno de la persona humana ¡Que a ningún niño valenciano se le robe la devoción y el amor a María, la Madre de los Desamparados! ni en su casa, ni en la escuela, ni en los medios de comunicación social ni en las diversiones. Y ¡por supuesto! que en su parroquia y en los grupos cristianos, a los que pertenezcan, se encuentren con testigos abundantes y maestros verdaderos de auténtica piedad mariana.
“QUE VUESTRA CARIDAD NO SEA UNA FARSA: ABORRECED LO MALO Y APEGADOS A LO BUENO”
Al entrar María en el corazón de las personas y de las familias, brilla la caridad, crece y cuaja el verdadero amor. La verdad del amor se mide por el amor que nos tuvo a nosotros Cristo. La medida del amor a uno mismo se ha quedado chata y enfermiza, tentados como estamos siempre de egoísmo: ¡te doy amor si me das amor! No, nos basta ese criterio, individualista y egocéntrico, para descubrir lo que significa y es el amor por esencia. Para amar, hay que seguir a Cristo y amar como El lo hizo, dando la vida por sus amigos, dando la vida por el hombre, aún siendo enemigo: ¡pecador! “Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo; con cuanta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida” (Rom. 5,10-11).
En eso consiste el amor: en que amemos como Cristo nos amó. Por ejemplo, cuando en Roma, la ciudad imperial, envilecida por el vicio generalizado y escéptica hasta límites degradantes, vivían los cristianos entre ellos el amor y con el amor de Cristo, comienza a producirse una increíble revolución de las costumbres y de los espíritus. Parecía como si se estrenase una nueva humanidad. Estimar a los demás más que a uno mismo, ser cariñoso unos con otros, no ser descuidado, sino ardientes en el espíritu, firmes en la tribulación y asiduos en la oración, significaba una novedad social y humana, desconocida y fascinante a la vez. ¡Una increíble novedad! Estaba naciendo una forma de nueva familia: la de la Iglesia, la de los hijos de Dios en torno a la sombra invisible y poderosa de una Madre común, la Madre de Jesús, Madre de Dios, y Madre nuestra. Con su amparo maternal guardaba y preservaba a todos los hermanos peregrinos por los caminos de la historia humana en el amor del Divino Corazón de su Hijo.
¡Gracia y compromiso de vida se escondían y albergaban a la vez en “el amparo” de María para sus hijos! Gracia y compromiso que apremian a todos sus devotos de Valencia en el día de su “Mare de Déu dels Desamparats”, en medio y a través del gozo y la alegría de la fiesta religiosa, familiar y ciudadana. La Virgen os pide que seáis “sus cómplices” -¡valga la expresión!- para hacer llegar “su Amparo” a nuestros hermanos más necesitados, los “desamparados ”de la sociedad actual: los enfermos crónicos y terminales, los ancianos abandonados, los niños y jóvenes afectados por las rupturas familiares, las víctimas de la violencia doméstica y de la agresividad juvenil, los no nacidos, los que se debaten en crisis espirituales y morales que les llevan a la pérdida de la fe y a dramas interiores indecibles en los que nadie repara -quizás ni sus mismos educadores y pastores-, los refugiados e inmigrantes explotados por las mafias de origen y frecuentemente incomprendidos y aislados… Estos son algunos de los nuevos “desamparados” de nuestro tiempo. No es su lista completa, son muchos más. Pero sigue habiendo hoy “un tipo de desamparado” que se encuentra ya en los orígenes de la devoción de Valencia a su Madre y Patrona, el enfermo mental, del que se huye, al que se ignora y rechaza con demasiada frecuencia. Saber acogerlos y tratarlos, constituye una de las pruebas de fuego de la autenticidad del amor cristiano, de su gratuidad e incondicionalidad. Los enfermos y deficientes mentales no están en condiciones de darnos nada o casi nada a cambio de nuestra atención y cariño.
¡Cuánto se necesitan hoy testigos humildes y bondadosos del amor misericordioso, el que mana del corazón de María, de la Virgen de los Desamparados! Testigos y actores de amor desinteresado que se practica en la vida diaria, sin vanagloria y grandilocuencia personal y social, del amor que transforma de verdad las estructuras injustas e insolidarias: las estructuras del pecado. Glosando el conocido texto de la 1ª Carta de San Juan podríamos decir: ¿si no amas a tu hermano que ves, al que está a tu lado en casa, en la vecindad, en el trabajo, etc., cómo vas a amar al que no ves? (1 Jn. 4,20).
“Y JUAN, VI UN NUEVO CIELO Y UNA TIERRA NUEVA”
Sí, el nuevo cielo y nueva tierra que veía y predecía el Vidente del Apocalipsis, se les ve emerger en cada Fiesta de la Virgen de los Desamparados como una silueta luminosa que se trasluce claramente en el fervor de las celebraciones litúrgicas y en la belleza de sus expresiones religiosas y artísticas, pero, sobre todo, en una más decantada y fina experiencia del Amparo de María, sentido y traducido en nuestra propia vida personal a través de obras y gestos de amor nacidos de una nueva conversión a Cristo y a su Evangelio.
El día de la Solemnidad de la Beatísima Virgen María, Madre de los Desamparados, es en Valencia y para Valencia el día por excelencia del encuentro con lo más genuino de su vocación histórica, la de ser el lugar donde la Iglesia se muestra a todos, hijos y extraños, viviendo bajo el Amparo de María, su Madre y Patrona ¡Mostrarla así, como Vida, Dulzura y Esperanza nuestra, a los valencianos y a todos los españoles, es vuestro honor y servicio eclesial por excelencia! Es así como la Iglesia aparecerá a los ojos de todos los hombres de buena voluntad con creciente claridad como “la morada de Dios con los hombres”.
¡Que esa sea la petición y la súplica común de esta celebración y de este día! ¡Día de gran Fiesta en Valencia! Porque
“En tèrres valencianes
la fe per Vos no mòr,
i vostra Image Santa
portem sempre en el còr”
Y porque,
“Valencia, qu’es ta filla, al rebre ta mirada,
su tradició recòrda y anyorat temps pasats,
i al vóret, Vèrge Santa, com Reyna coronada,
en goig diu: Tením Mare, no estém desamparats!
Sí, que el Amparo de la Santísima Virgen María, prenda de la verdadera paz, se extienda a todos los hijos de esta noble tierra, de Valencia, de toda España y del mundo.
Amén.