“Cristianos laicos, constructores de esperanza ”
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
A pesar del tiempo transcurrido, todavía está presente y golpea con fuerza en nuestra conciencia el dolor y la consternación por los terribles atentados del pasado 11 de marzo que produjeron casi doscientas víctimas. Junto al sufrimiento de sus familiares y heridos, está el de toda la sociedad madrileña y española que se ha sentido profundamente afectada por tanto odio y crueldad.
Esta situación hace especialmente afortunado el lema que la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar ha elegido para el Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica de este año 2004, que celebraremos, como siempre, en la solemnidad de Pentecostés. Y, aunque se eligió antes de los atentados, estas circunstancias le da un especial valor: “Cristianos laicos, constructores de esperanza”.
1. Necesidad del evangelio de la Esperanza
Tal como el Santo Padre nos recordaba en la Exhortación Apostólica sobre la Iglesia en Europa, el Evangelio es la palabra de la Esperanza, por que Cristo es esa Palabra y Él es la esperanza del hombre. Cristo ha de ser presentado de nuevo a los hombres como el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6). Sólo Cristo es la luz del mundo (Jn 8, 12-20), capaz de iluminar la vida de los hombres, la vida de los pueblos, la historia de nuestra humanidad. El que tiene la Luz no camina en tinieblas, y el hombre de hoy esta necesitado de esa luz, cuando a su alrededor hay tanta tiniebla y desesperación. “Sólo Jesús -dice Juan Pablo II en Ecclesia in Europa- puede revelar y actuar el proyecto de Dios que encierra el Evangelio. El esfuerzo del hombre, por sí mismo, es incapaz de dar un sentido a la historia y a sus vicisitudes: la vida se queda sin esperanza. Sólo el hijo de Dios puede disipar las tinieblas e indicar el camino” (nº 44).
Como san Pablo, hemos de oír al hombre de hoy que nos suplica “ayúdanos” (Hch 16, 9), porque también él está necesitado de esta Palabra de amor y de esperanza, aunque en muchas ocasiones no sea consciente de ello: “Aunque no se exprese o incluso se reprima, ésta es la invocación más profunda y verdadera que surge del corazón de los europeos de hoy, sedientos de una esperanza que no defrauda” (Ecclesia in Europa 45).
2. Signos de esperanza
Junto al dolor grande que nos produjeron los atentados terroristas del pasado mes de marzo, contemplamos con profundo agradecimiento la respuesta generosa de los ciudadanos. La respuesta de los madrileños y de los españoles en general, fue hermosa, muy reconfortante e indicativa de la generosidad de nuestras gentes. A mí, como a tantos de vosotros, me conmovieron las escenas de solidaridad y colaboración de jóvenes y ancianos, de varones y mujeres, de personas con preparación y de quienes nunca se habían enfrentado a situaciones de dolor y de muerte. Recordaban aquella preciosa parábola que san Lucas recoge en su Evangelio, la del buen samaritano (Lc 10, 30-37). ¡Cuánto buen samaritano se descubrió en aquel momento! También ellos fueron motivo de esperanza para quienes habían sido víctimas del terror. Sus manos, sus palabras, sus lágrimas, sus consuelos, sus gestos eran para todos los que sufrían Evangelio de Esperanza. Laus Deo! Damos gracias a Dios.
Ese espíritu de solidaridad, de mutua ayuda, de verdadera y sincera compasión no debe extinguirse. El hombre de hoy está rodeado de dolor y de temor. Debemos llegar a él, a su corazón, y convertirnos en consuelo, bálsamo, esperanza ante tanta injusticia y sufrimiento. La Iglesia en España, y más concretamente en nuestra diócesis de Madrid, tiene que acrecentar el entusiasmo del anuncio del Evangelio de la esperanza. La sociedad, nuestra sociedad, espera esa nueva evangelización.
Sin duda alguna el ejemplo de numerosos sacerdotes junto con el de los religiosos y religiosas fue un testimonio muy reconfortante en los lugares de los atentados, en los hospitales y en los locales de Ifema. Muchos de ellos con una gran experiencia en el acompañamiento a quienes sufren, aportaron, además de su buen hacer, palabras y gestos de sabiduría cristiana que iluminaros el dolor y la muerte.
Pero no podemos olvidar el testimonio de muchos -muchísimos- cristianos seglares, que se lanzaron a todos estos lugares movidos por la caridad más limpia y por el deseo de servir a quien sufre oyendo en su corazón las palabras de Cristo “a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 31-46). Se puso de relieve que la Iglesia está formada por todos los bautizados capaces de llevar a las entrañas de nuestro mundo la palabra de esperanza que es Cristo. Los seglares no son meros espectadores o simples receptores de la Evangelización, sino que se sienten implicados en la tarea, porque es suya, porque también a ellos el Señor los envía a iluminar los caminos de la tierra con la luminaria de la fe y de la esperanza cristiana.
3. Llamados a dar testimonio de la esperanza
Utilizando de nuevo palabras de Juan Pablo II recuerdo que “participando plenamente de la misión de la Iglesia en el mundo, están llamados a dar testimonio de que la fe cristiana es la única respuesta completa a los interrogantes que la vida plantea a todo hombre y a cada sociedad, y pueden insertar en el mundo los valores del Reino de Dios, promesa y garantía de una esperanza que no defrauda” (Ecclesia in Europa 41).
Han sido muchos los testigos de Cristo a lo largo de nuestra historia. Muchos hombres y mujeres han sido ejemplos luminosos para las generaciones posteriores. Hoy también contamos con vuestro ejemplo, con vuestra fortaleza, con vuestra palabra. Hay muchos lugares donde el nombre del Señor es ignorado, o incluso denigrado. Si allí hay un cristiano, está la Iglesia, y con ella Jesús mismo. Recordemos que “nos hallamos ante una palabra que compromete a vivir abandonado la insistente tentación de construir la ciudad de los hombres prescindiendo de Dios o contra Él. En efecto, si esto llegara a suceder, sería la convivencia humana misma la que, antes o después, experimentaría una derrota irremediable” (Ecclesia in Europa 5).
Construir el Reino de Dios es traer a nuestro mundo la esperanza de la salvación. Para ello es necesario, sin duda, la propia conversión del creyente. No es un simple reto exterior a nosotros, implica una profunda renovación interior. No se puede transmitir lo que antes no se vive. Por eso, para dar a los demás la esperanza de la redención, es necesario estar convencido de ella, tenerla como criterio personal de pensamiento y de acción. El que cree es el primero en estar convencido de la salvación conquistada por el Señor. Y que esa salvación puede y debe cambiar el mundo. El cristiano es así “el hombre nuevo”, el que en su vida se refleja la alegría de la esperanza. Eso precisamente significa ser testigo.
4. La vocación apostólica de los seglares
La jornada que este día de Pentecostés celebra la Iglesia en España pretende recordar justamente la necesidad de que los seglares sean verdaderamente apostólicos, testigos de Cristo y de la salvación. Los seglares son apóstoles por vocación, no por una mera concesión de la jerarquía. El apostolado es una exigencia y un don intrínseco a los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación que nos capacitan para estar en medio del mundo como testigos valientes del Señor. Con esta jornada, a la luz del misterio de Pentecostés, queremos recordar la exigencia personal de cada cristiano para que cada uno, en el sitio y en las circunstancias concretas que el Señor le conceda vivir, reavive la responsabilidad gozosa de la evangelización.
También quiero recordar la importancia de las asociaciones de fieles, que, para ayudarse mutuamente y ser eficaces en el apostolado, han ido implantándose en los más diversos ámbitos de la vida social. Los cristianos, conscientes de las obligaciones que brotan del bautismo y también, cómo no, de las dificultades que se van a encontrar, se asocian para recibir la formación y la ayuda necesarias en su vida espiritual y en su misión apostólica. Juan Pablo II ha reconocido una vez más expresamente el valor de estas asociaciones: “Al mismo tiempo, mientras expreso junto con los Padres sinodales mi gran estima por la presencia y la acción de muchas asociaciones y organizaciones apostólicas y, en particular, de la Acción Católica, deseo hacer notar la contribución específica que, en comunión con las otras realidades eclesiales y nunca de manera aislada, pueden ofrecer los nuevos movimientos y las nuevas comunidades eclesiales” (Ecclesia in Europa 16).
La Acción Católica, en sus dos modalidades, General y Especializada, como el resto de los movimientos apostólicos nacidos en el último siglo, han surgido con el fin de proclamar de modo convincente la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. Sus miembros han mostrado con gran generosidad, a veces incluso con su vida, que en este mundo está presente Jesucristo, y que allí donde está, siempre brota la esperanza, la alegría de saberse salvado y amado por Dios.
Pido a Dios, a través de María santísima, Nuestra Señora de la Almudena, que los cristianos de Madrid estemos a la altura del reto que nos marca el Evangelio. El Santo Padre, Juan Pablo II, en su visita de hace un año nos volvía a animar a los españoles a no perder el compromiso apostólico que siempre ha tenido nuestro pueblo. Los acontecimientos trágicos del pasado once de marzo nos lo exigen con mayor fuerza.
Con todo afecto y mi bendición,