Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
En la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, fiesta grande de la Eucaristía, del Amor infinito de Dios a los hombres, la Iglesia celebra el “Día Nacional de la Caridad”. La presencia viva y real de Cristo en la Eucaristía expresa, de modo apremiante, el amor que Dios nos tiene y alimenta en nosotros la urgencia de esta caridad que “ha derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5), y que hemos de vivirla entre todos, y preferentemente a favor de los más pobres y desfavorecidos de la sociedad.
La Eucaristía es el signo supremo de ese “Amor más grande” que Cristo ha traído a la tierra; Cristo se queda con nosotros como alimento de salvación, y, al comerlo, nuestra vida se va transformando en Él, se va “cristificando”, es decir, se va haciendo cada vez más plenamente una sola cosa con Cristo, según sus propias palabras: “Del mismo modo que yo vivo por el Padre, el que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57). Identificándonos, pues, tan hondamente con Cristo, nos hacemos depositarios de su amor, de ese mismo amor por el que asumió nuestra humanidad justamente para hacernos partícipes de su divinidad, y con ello convertirnos en hombres en plenitud, “creados a su imagen y semejanza” (cf. Gen 1, 26-27). El amor divino, ciertamente, es el verdadero “secreto” del auténtico amor humano, y participando del amor de Cristo nos convertimos en signos vivos, en medio del mundo, de este Amor que constituye la esencia misma de la vida verdadera.
El hombre está llamado a colmar el deseo de plenitud escrito por Dios en su corazón. Ese deseo, que sólo Dios puede saciar, constituye un dato primordial de su experiencia. Pero no es el único. El hombre, en palabras del Concilio Vaticano II, “al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males, que no pueden proceder de su Creador, que es bueno” (G.S. 13). Las fuerzas del mal y del pecado están muy presentes en el corazón del hombre y entretejiendo las relaciones humanas en nuestra sociedad. El 11 de marzo estas fuerzas se hicieron muy presentes en nuestra ciudad, y han removido las entrañas más profundas de todos. Cuando damos la espalda al Amor verdadero, a Cristo, el Amor de los amores, que entrega su vida para que todos vivamos, el mal y la fuerza del pecado se imponen y destrozan la convivencia. Abramos los ojos y miremos a las víctimas de esta sociedad mal llamada “del bienestar”: ancianos abandonados, familias rotas, niños y jóvenes que padecen las rupturas familiares, víctimas de la violencia doméstica, fracaso escolar, agresividad juvenil, mujeres rotas que no han dejado nacer a sus hijos, excluidos sin techo ni hogar, desequilibrios afectivos y psicológicos, emigrantes explotados… Y, mirando también a nuestra historia y nuestra vida, preguntémonos sobre las causas que están originando tanto sin sentido. Estamos adorando a los ídolos del bienestar, el confort, el placer y, olvidándonos del Dios verdadero, estamos recogiendo los frutos de nuestros propios errores. Tengamos el coraje, como el “hijo pródigo” de la parábola del Evangelio, y reemprendamos el camino de vuelta a la casa del Padre y, junto a Él, por su infinita misericordia, volvamos a reencontrar lo que, desde siempre, nuestro corazón busca y anhela: la vida verdadera.
“Juntos, otra sociedad es posible”: en este lema del “Día de Caridad” del año 2004 somos reclamados, ante todo, a la unión con Cristo, única fuente de la unidad entre los hombres, y, por ello, de toda sociedad verdaderamente humana. Jesucristo es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). De Él recibimos las fuerzas para vencer al mal y sus consecuencias. Él sana nuestras heridas y cura nuestros males, aquí y ahora, desde su presencia misteriosa y realísima en el Sacramento del Altar. Redescubramos la fuerza transformadora de la Eucaristía, el alimento que necesitamos para vivir, y vivir en plenitud, construyendo así una sociedad verdaderamente a la medida del hombre. “A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigada en la Humanidad a causa del pecado –escribe el Papa Juan Pablo II en su encíclica “Ecclesia de Eucharistia” –, se contrapone la fuerza generadora de unidad del Cuerpo de Cristo. La Eucaristía construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres” (n.24). Quien ha sido tocado por el amor de Dios sabe bien que su vida ya no está completa si no abre su corazón a todos sus hermanos. Los que se han incorporado a la vida de Cristo comparten su misión y su destino. Su vida se cumple, no en la autosatisfacción, sino amando al prójimo sin excluir a nadie.
Cuando celebrábamos el Año Jubilar 2000, se lanzó a toda la Iglesia diocesana la idea de que, como expresión genuina de la caridad, además de la atención continua a los más desfavorecidos, se construyese una obra que fuera, de alguna manera, el fruto y el sello de la Caridad Jubilar. Hicimos el encargo a Caritas diocesana de la realización de dicho proyecto, y en la Navidad de aquel año bendecíamos los terrenos: ahora damos gracias a Dios porque ya es una realidad. En el “Centro Residencial Jubileo 2000”, conjunto de 60 viviendas para los más pobres, hay ya varias familias viviendo y, entre las personas que próximamente van a ser acogidas, cuando salgan del hospital, se encuentran varias familias afectadas gravemente, tanto física como psicológicamente, por el trágico atentado del 11 de marzo pasado en Madrid.
Pidamos a Santa María la Virgen, Nuestra Señora de la Almudena, que nos ayude a descubrir la fuerza transformadora de la Eucaristía, que el amor de Jesucristo cale en nuestras entrañas y nos dé fuerza para construir la sociedad verdaderamente humana que Dios quiere y los hombres necesitamos, donde todos vivamos como auténticos hermanos.
Con mi afecto y bendición para todos,