Mis queridos familiares de misioneros y misioneras:
Como cada año en estas fechas tan llenas de esperanza, después de escribir la carta de felicitación navideña a nuestros misioneros y misioneras de la archidiócesis de Madrid que se encuentran lejos geográficamente, pero muy cerca sin duda de nuestro corazón, deseándoles la plenitud de vida que brota del misterio del Nacimiento del Niño Dios que celebramos, y estrechando nuestros lazos de comunión eclesial, me dirijo ahora a vosotros, tan íntimamente unidos a ellos, y de modo tan especial en este tiempo de Navidad.
Recibid, ante todo, mi más cariñosa felicitación por la Buena Nueva del Nacimiento de Cristo, el Salvador, que en medio de los problemas y de las dificultades, nada pequeñas ciertamente, por los que pasa el mundo, y tan de cerca nuestra España, nos llena de esperanza y de alegría desbordante, porque la Presencia entre nosotros del Señor, el Hijo de Dios y de María, es más grande y más fuerte que todo el mal del mundo. La celebración recientemente concluida del «Año de la Eucaristía», y «de la Inmaculada», para conmemorar el 150 aniversario de la proclamación de este dogma mariano, que, sin duda, es motivo grande para la acción de gracias al Señor, viene a ratificar ese gozo y esa esperanza, que ahora además se abren de modo extraordinario por el don que significa nuestro tercer Sínodo diocesano de Madrid.
La celebración del Sínodo, como les escribo también a nuestros misioneros y misioneras, ha sido un verdadero hito en la historia de nuestra Iglesia diocesana, que tuvo su broche de oro en la audiencia con el Santo Padre de los madrileños que peregrinamos a Roma, y cuyas Constituciones y Decreto General promulgué el día de la Almudena, ante la multitudinaria representación del pueblo cristiano de Madrid que asistió a la solemne Eucaristía en la Plaza Mayor. Pero el Sínodo, lógicamente, no ha de ser una obra terminada y archivada, sino una tarea en estado permanente de ejecución, para este año que está a punto de comenzar, y para los años sucesivos. A todos vosotros os invito a vivir, con el gozo y la libertad de los hijos de Dios, esta hermosa tarea de crecer en el conocimiento y en el amor de Cristo, que es en definitiva la misma tarea que en países lejanos llevan a cabo nuestros misioneros, a quienes en estos días su familia de carne y sangre os sentís, sin duda, estrechamente unidos. Y además, viviendo con gozo y libertad vuestra vida cristiana, primeramente en el seno de la familia, pero también en todo lugar y circunstancia, ayudaréis a los niños, adolescentes y jóvenes, de vuestra familia y de muchas otras familias amigas, a descubrir la vocación a la que el Señor llama, que para algunos de ellos, sin duda, y quién sabe si para muchos, puede ser vocación misionera, que será fuente de gozo y de vida plena, en primer lugar para ellos, y también para sus familias, para toda la Iglesia y para tantos hermanos nuestros que en tantos lugares del mundo aún no conocen a Jesucristo Salvador.
Al concluir estas líneas, quiero encomendaros de modo especial a nuestra Madre, la Virgen de la Almudena. Ella os ayudará a vivir esta Navidad con espíritu profundamente cristiano, de modo que las celebraciones del Nacimiento del Señor sean para todos vosotros fuente de gozo, de esperanza y de vida plena. Así os lo deseo de corazón, al igual que un Año 2006 lleno de las bendiciones de Dios.
Con todo mi afecto y mi bendición,