Mis queridos misioneros y misioneras:
La Iglesia, nuestra Madre, mediante el despliegue admirable de su Liturgia, nos hace presentes los Misterios del Señor, que no son un recuerdo del pasado, sino actualidad viva, con todo su poder de salvación, justamente para darnos vida y vida en plenitud. Después de la preparación del Adviento, llegamos a la gozosa celebración del Nacimiento de Jesús, el «Dios con nosotros», a Quien adoramos y recibimos de un modo tan especial en la Misa de Medianoche y en las otras Misas de Navidad, y contemplamos, llenos del asombro que no deja de suscitar su Presencia, en toda la preciosa Liturgia de estos días, que nos invita a incrementar la alabanza divina y a estrechar más intensamente el amor a los hermanos. Con este espíritu, un año más, os escribo estas líneas de felicitación navideña y de comunión eclesial en la fe y en la esperanza, en el don infinito del Amor de Dios que hace de todos sus hijos una sola cosa.
En este tiempo santo de la Navidad, pues, os envío mis mejores deseos de toda la plenitud de vida y de esperanza que brota del Misterio del Nacimiento de Cristo que celebramos, y os invito de corazón a uniros conmigo, llenos de alegría, al coro de los ángeles que cantan la Gloria de Dios y anuncian la Paz a los hombres, en toda la tierra, allá donde estáis cada uno de vosotros, de modo que todos podemos gozar de ese abrazo de amor infinito que nos hace ser y sentirnos el único Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Es la Paz que anhela todo hombre en lo más hondo cae su corazón, y que hoy falta de un modo especialmente grave en nuestro mundo, precisamente porque se empeña en vivir de espaldas a Quien tiene el nombre de «El Señor nuestra Paz». Es el anuncio del día de Navidad, y de todos los días del año, aquí en Madrid, y allá donde estáis cada uno de nuestros misioneros.
Esta Paz, la persona misma de Jesucristo, es de un modo especial motivo de acción de gracias a Dios, para toda nuestra comunidad diocesana, en este año que concluye, pues constituye el centro del acontecimiento que ha sido un verdadero hito en la historia de nuestra Iglesia particular, la culminación del tercer Sínodo diocesano de Madrid, que tuvo su broche de oro en la audiencia con el Santo Padre al término de la peregrinación madrileña organizada al efecto a la Ciudad Eterna, y cuyas Constituciones y Decreto General promulgué en la pasada fiesta de nuestra Patrona, la Virgen de la Almudena, ante la multitudinaria representación del pueblo cristiano de Madrid asistente a la solemne celebración eucarística en la Plaza Mayor de nuestra ciudad. Deseo compartir esta alegría, y esta esperanza, con todos vosotros, nuestros misioneros y misioneras. Y asimismo os pido vuestras oraciones para que el Señor multiplique los frutos del Sínodo, en nuestra diócesis y en toda la Iglesia universal.
Al hilo de las Constituciones Sinodales, al dirigirme ahora a vosotros, me resulta particularmente grato hacer mención del capítulo cuarto de las mismas, dedicado a «alentar la participación de todo el Pueblo de Dios en la vida y misión de la Iglesia», y entre las indicaciones «misioneras» a seguir, la petición en concreto de «conocer a los misioneros y misioneras de la diócesis de Madrid que trabajan en países de misión y cooperar con ellos, a nivel parroquial y diocesano, colaborando con las Obras Misionales Pontificias y favoreciendo los hermanamientos con parroquias y diócesis del Tercer Mundo». Quiera el Señor ayudarnos a todos a caminar, con fidelidad constante, por estos senderos de verdadera comunión eclesial.
Os ruego también que me ayudéis a dar gracias a Dios por la acogida que las diversas comunidades de la diócesis, religiosas, parroquiales y de distintos carismas, dan a los cristianos, y no cristianos, insertados en nuestros barrios a consecuencia de la inmigración, y por tantas iniciativas de caridad promovidas dentro de la diócesis. Al mismo tiempo, os invito igualmente a uniros conmigo, y con toda la Iglesia diocesana, para pedir al Señor que nos conceda su Gracia en este camino de conversión y de nueva evangelización al que nos ha abierto este tercer Sínodo diocesano de Madrid, para bien de la Iglesia y de toda la Humanidad.
A la intercesión de la Santísima Virgen Inmaculada, Nuestra Señora de la Almudena, encomiendo a todos y cada uno de vosotros, para que el Señor multiplique cada día el gozo y la fecundidad de vuestra vida consagrada por entero a la Misión, a Él que es «nuestra Paz», el «Dios con nosotros», que se hizo carne en el seno de María y Ella nos entrega para la salvación del mundo. Pongo en sus manos de Madre esta súplica, al tiempo que os deseo de nuevo una ¡Feliz Navidad!, y un Año 2006 lleno de las bendiciones de Dios.
Con todo mi afecto y mi bendición,