«Siente la misión en tu corazón»
Mis queridos niños y niñas:
El domingo de la Infancia Misionera es una hermosa ocasión para comunicarme con vosotros, en este año 2006 recién estrenado. Me gustaría, y a vosotros seguro que también, que pudiéramos estar juntos, vernos y contarnos muchas, muchas cosas, como por ejemplo todo lo que habéis hecho en estos días pasados de la Navidad, y todo lo que nos han traído los Reyes Magos. No podemos hacerlo con nuestra presencia corporal, pero sí que podemos comunicarnos a través de nuestro corazón, y eso es lo que deseo hacer con esta carta que os envío con todo mi cariño. Podéis tener la seguridad de que esta carta sale de mi corazón y va directamente al corazón de cada uno de vosotros.
Como os habréis fijado, el lema de la Jornada Misionera de los niños de este año, al calor de lo que acabamos de celebrar y de vivir en la Navidad, nos habla precisamente de ese corazón que late y late dentro de vosotros lleno de la emoción y de la alegría inmensa que nos produce la Presencia de Jesús, que ha venido a estar con nosotros, según su promesa, «todos los días hasta el fin del mundo». Sentir a Jesús tan cerca de nosotros, sentir su amor infinito y sentir su mismo deseo de llevar ese amor a todos los niños del mundo, y a todas las personas, es justamente «sentir la misión en tu corazón». Y si la sientes en tu corazón, no podrás por menos que vivirla en todos los momentos y en todos los lugares, en casa, en el colegio, en la parroquia, en la calle, en todas partes, con tus amigos y con tus amigas. Porque la misión se resume en la persona misma de Jesús, que nos ha hecho verdaderos hijos de Dios y herederos del cielo, que nos ha hecho sus amigos para estar con Él y para extender esta maravillosa amistad a todos los hombres. Y si esto es la misión, ¡los niños sois, sin duda, los mejores misioneros!
Llevar la misión en el corazón es lo primero de todo. Y el primer pensamiento nos lleva al Padre-Dios, ¡a su Corazón infinito! Él se nos ha querido comunicar mediante su Palabra, que es su Hijo Unigénito, Jesús, nacido de la Virgen María, con un corazón humano, como el tuyo y como el mío. Pero ya antes de «hacerse carne y habitar entre nosotros», la Palabra de Dios, como bien sabéis, se contenía en el libro más importante del mundo, que es la Biblia. De ella vosotros mismos escucháis, y también proclamáis, pasajes o lecturas, que nos enseñan la verdad y nos ayudan a vivir. Pues bien, en la Biblia Dios se atribuye a Sí mismo un corazón. Hablando de los pastores que habían de guiar a su pueblo, nos dice así a través del profeta Jeremías: «Os daré pastores según mi corazón» (Jer 3, 15). Y su Corazón está lleno de amor por cada uno de nosotros, por ti personalmente, como Él mismo desvela en el libro de los Proverbios: «Hijo mío, dame tu corazón» (Prov 23, 26).
Quizás te preguntes: «¿Y qué falta le hará a Dios mi corazón, que no puede compararse para nada con el Suyo?» Pues ahí está precisamente la gran maravilla del amor de Dios. En esta Navidad nos lo ha dicho muy bellamente el Papa Benedicto XVI: «Tenemos un Dios tan grande, que puede hacerse pequeño; y tan poderoso, que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como niño indefenso». Sí, Dios quiere tu corazón, para eso se ha hecho pequeño, para que seas su amigo, y dándole tu corazón te lo devuelva transformado y semejante al Suyo. Por todas partes hay tanta violencia que, muchas veces, sentiréis la tentación de responder también con violencia, de endurecer vuestro corazón. Pues bien, por medio del profeta Ezequiel, Dios mismo os dice: «Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (Ez 36, 26).
Con este corazón nuevo que os da Jesús, ¿cómo no vais a sentir, desde lo más hondo, la misión, es decir, el deseo de amarle a Él y de amar a todos como Él y con Él? Porque éste es el secreto de la misión. Sólo con un corazón así transformado por Jesús se puede ser misionero. Porque tenían este corazón, lo fueron los Patronos de las Misiones, San Francisco Javier, de quien celebramos este año el quinto centenario de su nacimiento, y Santa Teresa del Niño Jesús. Y porque tienen este corazón, lo son hoy día tantos millares de misioneros y misioneras que predican la Palabra de Dios y parten el Pan de la Eucaristía, que es el mismo Jesús, a tantos hermanos nuestros de países lejanos, para que también ellos conozcan el amor infinito de Dios, y le den también ellos su corazón, para que lo transforme igualmente, y se conviertan a su vez en nuevos misioneros, que llevando consigo a Jesús abran camino al milagro de una vida nueva a su alrededor, y la transformación del mundo por el amor siga creciendo.
Queridos niños y niñas, no dudéis en darle por entero vuestro corazón al Señor para que lo transforme, y así seáis verdaderos misioneros ya, ahora mismo, en vuestra casa, en el colegio, con vuestros amigos y en todas partes. También extendiendo el amor de vuestro corazón nuevo a todos los niños del mundo, y especialmente a los más necesitados, a tantos niños que sufren terriblemente a causa del hambre, de la guerra, de todo tipo de crueldades. Cuando seáis mayores, algunos de vosotros iréis seguramente como misioneros a esos lugares lejanos para llevar a esos niños el amor de Jesús, y ayudarles para que la vida cambie y se haga hermosa a su alrededor, pero ya, ahora, todos podéis ser misioneros rezando mucho por ellos, llevándolos muy dentro de vuestro corazón. De este modo, seréis también muy buenos misioneros aquí, con vuestros familiares y amigos, y con tantos otros niños que quizás, aunque están muy cerca de vosotros, todavía no conocen a Jesús.
En esta Jornada de la Infancia Misionera, os invito a abrir vuestro corazón para abrazar a todos los niños del mundo, muy unidos a Jesús, y amparados con el amor inmenso de nuestra Madre, la Virgen de la Almudena. A Ella os encomiendo muy especialmente, a vosotros, y a vuestras familias
Con un beso para todos, recibid mi bendición,