Mis queridos hermanos y hermanas:
En feliz coincidencia con la solemnidad del glorioso Patriarca San José nos disponemos a celebrar el “Día del Seminario”. Año tras año, esta efeméride nos ofrece la ocasión de volver la mirada hacia la realidad esperanzadora de nuestra Iglesia en Madrid que son sus futuros sacerdotes. Un día muy oportuno para orar por ellos, manifestarles nuestro afecto, y regalarles la solidaridad del apoyo eclesial y económico que, sin duda, contribuirá a estimular su propósito de entregar la vida al servicio de Cristo y de los hombres allí donde la Iglesia los envíe. Ocasión propicia, también, para sensibilizar las conciencias de todos los diocesanos –especialmente las familias y educadores cristianos– sobre la grandeza de la vocación sacerdotal y la urgente necesidad de promoverla entre nuestros niños y jóvenes.
La celebración de este año acaece y se inserta en el marco de la aplicación del III Sínodo Diocesano, felizmente celebrado durante el pasado curso como un verdadero acontecimiento del Espíritu Santo, que ha renovado y puesto a punto la capacidad misionera y apostólica de todos los cristianos madrileños. Así lo entendía el Papa Benedicto XVI en la audiencia a la comunidad diocesana el pasado mes de julio: “A partir de la experiencia sinodal, habéis sido enviados para “dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista” (Lc 4,18) (…) Hay que ir hasta los confines de la sociedad para llevar a todos la luz del mensaje de Cristo sobre el sentido de la vida, de la familia y de la sociedad, llegando a las personas que viven en el desierto del abandono y la pobreza, y amándolas con el Amor de Cristo Resucitado”. ¡Un nuevo Pentecostés para una renovada misión apostólica en Madrid! ¡Un reto que apela a la autenticidad y responsabilidad eclesial de los cristianos madrileños! ¿Cómo llevarlo a cabo sin la imprescindible colaboración de los sacerdotes? ¿Cómo no fomentar la germinación y el crecimiento de las vocaciones sacerdotales que aseguren la continuidad del trabajo sinodal en el próximo futuro?
El Sínodo hace una llamada de atención a todos los diocesanos para que valoren “la dimensión sacramental del sacerdocio ordenado como signo e instrumento de la persona de Cristo en medio de su Iglesia” (Const., 86). En efecto, los presbíteros, en comunión con el Arzobispo diocesano y bajo su cayado pastoral, representan sacramentalmente a Cristo Sacerdote, Cabeza y Pastor de la Iglesia, imitándolo en la entrega de su vida a favor de la salvación de los hombres, y “siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado” (PDV, 15) Por el don del Espíritu Santo recibido en el sacramento del Orden, son enviados a predicar el Evangelio con autoridad y en verdad; presiden la celebración de los Sacramentos de la salvación, y congregan y conducen a su pueblo hacia la casa del Padre a través de las alegrías y las no escasas dificultades de los tiempos presentes. La necesaria presencia del sacerdocio ministerial debe ser, pues, considerada como “rasgo constitutivo de la plena identidad eclesial de la comunidad cristiana (…) que no puede ser sustituido en sus funciones propias por otros servicios de la comunidad.” (Const., 87). Contar con un número suficiente de sacerdotes constituye hoy un signo elocuente de la fecundidad de la vida cristiana de comunidades y grupos cristianos y del aprecio real de sus miembros hacia este ministerio ¿Acaso no tiene que ver la escasez de vocaciones de tantas Iglesias particulares en Europa de antigua tradición cristiana con el olvido de sus raíces, el oscurecimiento de la identidad católica y la falta de vigor apostólico?
El número y la generosidad de nuestros seminaristas –en este curso, más de doscientos entre los dos seminarios diocesanos– pone en evidencia que el Señor sigue llamando al sacerdocio apostólico, a pesar de la secularización progresiva de la cultura dominante y de los intentos laicistas de relegar las raíces y valores cristianos de nuestro pueblo. Ni es vana nuestra oración al Dueño de la mies para que siga enviando obreros a su mies (Cf. Mt 9,38), ni estéril la cooperación con la gracia de Dios para que germinen las semillas vocacionales allí donde se cultiva con rigor eclesial y esmero evangélico la vida cristiana. Cada uno de los actuales seminaristas podría testimoniar como en su vida cristiana, “fruto y consecuencia de un encuentro y de una predilección personal del Señor” (Const., 104), ha podido escuchar la voz inconfundible del Señor invitándole al seguimiento en el sacerdocio apostólico. Siempre serán insuficientes aquellos programas pastorales que no propicien a los jóvenes el encuentro personal, vivo y cordial con Jesucristo, de modo que puedan abrirse a su voluntad para encauzar con generosidad la vocación cristiana.
La confianza en la llamada del Señor y la acción de su Espíritu en la vida y misión de la Iglesia nos urgen a seguir promoviendo la vocación sacerdotal. El Sínodo diocesano sugiere algunas orientaciones en este sentido: prioritariamente “fomentar momentos de oración, individuales y comunitarios, para que el Señor sea conocido y su llamada sea acogida por los hombres” (Const., 106). Una segunda sugerencia apunta al ejercicio de la caridad cristiana (Cf. Const., 105) como escuela del amor de Cristo por todos los hombres. El Papa Benedicto, refiriéndose a cuantos ejercen el servicio de la caridad, afirma que han de ser “personas movidas ante todo por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo con su amor, despertando en ellos el amor al prójimo. (…) La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para los demás.” (Enc. “Deus est caritas”, 33). Quien es sensible a las carencias de sus hermanos más necesitados, y se entrega a remediarlas por amor a Cristo, en gratuidad y desinterés, ¿no estará en las condiciones idóneas para escuchar la invitación del Señor a una entrega total de la vida en el camino del sacerdocio?
El don del Espíritu acrecentado en la Asamblea Sinodal ha renovado la fe y la esperanza de toda la comunidad diocesana, y reclama también de vosotros –padres de familia, maestros y educadores cristianos– el testimonio coherente de vivir en Cristo todos los aspectos de la vida social, empezando por los más inmediatos. El Sínodo recuerda la necesidad de “fomentar la estima del sacerdocio en las familias cristianas, en los ámbitos educativos, en las comunidades eclesiales, y, con particular atención, en la pastoral de niños y jóvenes” (Const., 107) Si deseamos prepararles para construir un futuro más justo y feliz según el plan de Dios, ¿les educamos a la luz del Evangelio en el servicio gratuito, en el valor del sacrificio, en la donación de sí mismos por amor? ¿Reaccionamos con alegría y apoyamos su decisión cuando alguno decide entrar en el Seminario? ¡Ojalá el Señor suscite en el corazón de todos los padres y educadores cristianos una oración confiada y perseverante por llegar a tener un hijo o un alumno sacerdote!
Una palabra también para vosotros, queridos sacerdotes del presbiterio madrileño. La experiencia demuestra que, en la historia de toda vocación, el Señor se ha querido servir del ejemplo y la palabra de otro sacerdote. El Sínodo os pide que no dudéis en proponer claramente la alegría y la fecundidad de vuestra vida consagrada al Señor (Cf. Const., 108-109) Ofreced para ello el testimonio cercano y alegre de vuestra experiencia sacerdotal: desde la reciente de los presbíteros jóvenes, llena de ilusión y fuerza apostólica, hasta aquella fielmente entregada y desgastada en los trabajos por el Evangelio de los sacerdotes mayores. Estad seguros de que la belleza de una vida que transparenta la caridad del Buen Pastor, es el elemento más persuasivo, fecundo y atrayente de toda pastoral vocacional.
Nuestro Seminario –a punto ya de celebrar el centenario de su sede tradicional– prosigue la dedicación a la alta y delicada tarea que tiene encomendada en fidelidad a los criterios educativos que propone la Iglesia para los futuros sacerdotes, y procurando adecuar la formación a las nuevas exigencias de la evangelización (Cf. Const., 110). La presencia testimonial de los seminaristas en parroquias, grupos y comunidades, con motivo del “Día del Seminario” quiere ser un signo más de su cercanía al Iglesia diocesana de la que se sienten deudores y servidores. Acogedlos con afecto y gratitud; dad las gracias al Buen Pastor por todos y cada uno de ellos, y colaborad con vuestra generosa aportación económica al sostenimiento del Seminario y a los gastos derivados de su formación. Y roguemos a nuestro Señor Jesucristo por la intercesión de su Santa Madre, la Virgen de La Almudena, para que cuide con su gracia a nuestros seminaristas y siga regalándonos abundantes vocaciones según su corazón sacerdotal.
Os bendice con todo afecto,