«Ponte en camino…, eres misionero»
Mis queridos niños y niñas:
¡Qué consigna tan hermosa la de este año para la Jornada de la Infancia Misionera, que a todos vosotros va dirigida: «Ponte en camino…, eres misionero», y qué bien recoge todo lo que hemos vivido en la reciente celebración de la Navidad! Jesús ha nacido en nuestra tierra para vivir con nosotros y salvarnos, para darnos así la felicidad infinita que desea nuestro corazón y para que la llevemos a todos los hombres. Esto es, exactamente, ser misionero, y por eso todo misionero ha de ponerse en camino. El primer misionero de todos ha sido Jesús, ¡el Misionero del Padre!, que se puso en camino desde el Cielo y ha venido a la Tierra para darnos la verdadera vida, que nos hace auténticos hijos de Dios, herederos del Cielo. Naciendo en Belén, de la Santísima Virgen María, Jesús viene a nosotros como verdadero compañero de camino, y más que compañero, porque Él mismo es «el Camino, la Verdad y la Vida».
El domingo 28 de enero vamos a celebrar la gran fiesta misionera de los niños, porque vosotros sois los protagonistas, como Jesús Niño, que ha estado tan cerca de nosotros en los días de la Navidad precisamente como Misionero, porque nos ha traído la alegría de la Salvación, con mayúscula, la que sólo Él puede darnos. Y para anunciarlo os pusisteis en camino para entregar una estrella a todos los que encontrabais por las calles de Madrid, ¿os acordáis? Siendo «sembradores de estrellas» estabais siendo ya misioneros. Pues ahora lo sois con más motivo, porque ya tenéis a Jesús muy dentro de vuestro corazón, igual que la Virgen María, y ella enseguida «se puso en camino», como relata el evangelio de San Lucas, para visitar a su pariente Isabel, que se llenó de alegría porque María ya llevaba a Jesús en su vientre. Y la alegría fue tan grande que hasta el hijo que esperaba Isabel dio saltos también en su vientre.
Sabéis bien, queridos niños, que en el mundo hay muchas personas que están tristes y desesperadas, personas mayores y también muchos niños, y no sólo entre los pobres; también entre los que tienen muchas cosas hay tristeza y desesperación. Seguro que vosotros conocéis a personas así. ¿Sabéis por qué no tienen alegría ni esperanza? ¡Porque no tienen a Jesús, y necesitan encontrarse con Él! Para eso hace falta que haya muchos misioneros y misioneras que se pongan en camino y anuncien a todos que nuestro Salvador, Jesús, el Hijo de Dios y de María, está con nosotros, y a todos nos quiere acoger en su familia, que es la Iglesia. Seguro que muchos de vosotros ya sentís en el corazón el deseo de llevar a Jesús a tantas personas que no lo conocen, hasta los países más lejanos, como San Francisco Javier, el Patrono de las Misiones, cuyo quinto centenario hemos celebrado este año pasado.
Sin duda, cuando seáis mayores, algunos llegaréis a ser misioneros como San Francisco Javier, pero todos los bautizados, sin excepción, somos también misioneros, y viviendo unidos a Jesús no podemos por menos que «ponernos en camino» y llevarlo a los demás, allí donde estemos, en casa, en el colegio, en todas partes. Cuando estáis contentos por algo bueno que os ha sucedido, ¿a que no os lo calláis, y se lo contáis a vuestra familia y a vuestros amigos? Y si lo que os ha sucedido es ¡nada menos! que sois amigos de Jesús, el Salvador, que ha venido a la Tierra y se ha hecho hombre como nosotros, para que nosotros tengamos su misma vida divina y seamos herederos del Cielo, ¡menos aún podréis callarlo! Cuando se tiene en el corazón la mayor de las alegrías, ciertamente, no se puede guardarla para uno mismo. Por eso, ser misionero no es algo costoso y difícil para los verdaderos amigos de Jesús. Sólo es preciso no separarnos de Él.
Todos, por tanto, hemos de «ponernos en camino», pero no se puede caminar largo rato si no tenemos comida. Es lo que le sucedió, como nos relata el capítulo 19 del Libro primero de los Reyes, del Antiguo Testamento, al profeta Elías, cuando tuvo que emprender un largo camino, huyendo de la persecución que contra él desató la impía reina Jezabel, y cayó desfallecido, quedándose dormido, hasta que un ángel le despertó y le dijo: «Levántate y come». Elías vio a su cabecera una torta de pan y un vaso de agua, comió y bebió, «y con la fuerza de aquel alimento caminó hasta el monte Horeb». Ahora sois vosotros lo que tenéis que hacer otro tanto, pero con un alimento mejor, infinitamente mejor, porque ha de darnos fuerzas para el camino que llega hasta el mismo Cielo. Ese alimento es el mismo Jesús, el verdadero Pan bajado del Cielo y que nos da la vida eterna. Es el Cuerpo y la Sangre de Jesús que recibimos en la Eucaristía.
Si ser misionero es llevar a Jesús a los demás, no podríamos serlo sin la Eucaristía, donde recibimos su Cuerpo y su Sangre; de este modo, nos hacemos una sola cosa con Él, lo llevamos dentro de nosotros, como la Virgen María, y así lo podemos dar a los demás. En esta Jornada de la Infancia Misionera de 2007, os invito de modo especial, queridos niños y niñas, a estar muy unidos a Jesús, sobre todo recibiéndolo en la Sagrada Comunión, los domingos y las fiestas, y los que podáis, también entre semana. Así, abriendo vuestro corazón a todos los niños del mundo, muy unidos a Jesús, y llenos de su fuerza, os pondréis en camino con gran alegría, como lo hizo María, la Madre de Jesús, y también Madre nuestra. A Ella, Nuestra Señora de la Almudena, os encomiendo de corazón, a vosotros y vuestras familias.
Con un beso para todos, recibid mi bendición,