Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
La Cuaresma se nos presenta de nuevo el Miércoles de Ceniza como una reiterada oportunidad de la gracia ofrecida por la Iglesia en su preparación espiritual para la celebración fructuosa de la Pascua del Señor. Con razón se la ha considerado siempre como un itinerario del alma ¡del “hombre nuevo”, renacido en las aguas del Bautismo! en medio del permanente peregrinar de nuestra existencia en la tierra, en ruta hacia la meta final: la Casa del Padre que está en los Cielos.
El Miércoles de Ceniza nos recuerda siempre con el vivo realismo de su liturgia cuál es nuestro punto de partida al iniciar los pasos de nuestra historia personal, entretejida en la historia general de la humanidad y, sobre todo, en la historia de la salvación que la envuelve y penetra desde el principio. Hemos salido del “polvo” y “al polvo volveremos”. No es, sin embargo, el polvo de la muerte y del sepulcro la última realidad del hombre, porque en el Evangelio se nos ofrece su superación y una victoria gloriosa. Superación de nuestra fragilidad espiritual y corporal. Victoria sobre el poder del pecado y sobre la muerte. Sí, venimos del “polvo”, pero nuestro destino final por la misericordia de Dios es la gloria de la vida resucitada en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ese destino era el proyectado y querido por ese Dios “que es amor” para el hombre “creado a su imagen y semejanza” antes de que pecase; y continúa siéndolo después y a pesar de nuestro pecado y de su secuela inevitable, la muerte, por ese desbordamiento de la divina misericordia que se nos ha manifestado y dado por y en el Misterio de la Encarnación y de la Pascua del Hijo Divino, en virtud de la humillación de ese Hijo eterno e inefablemente amado por el Padre en el Espíritu, ¡el Espíritu Santo!, la Persona-amor en el Misterio de la Santísima Trinidad. Sólo una condición es imprescindible para alcanzar ese destino glorioso: la conversión, el Sí a ese Evangelio del Corazón Misericordioso del Salvador. “Convertíos y creed el Evangelio” es una de las fórmulas bien significativas con las que el sacerdote acompaña la imposición de la ceniza en la celebración eucarística del Miércoles Santo. Sí, esta es la respuesta de la vida en fe, esperanza y caridad –¡en amor de Cristo!– que toda Cuaresma llama a recuperar, si estaba olvidada o preterida, y, siempre, a renovar y actualizar desde aquella auténtica y limpia verdad del día de nuestro Bautismo. Una respuesta de mente, de corazón y de conducta en correspondencia fiel a esa misericordia infinita que se nos ofrece actual y fresca por la Iglesia en los sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía a lo largo de todo el itinerario cuaresmal que nos conduce espiritualmente hacia la Pascua. Una respuesta que se hace concreta y exigente singularmente a través de la práctica asidua de la oración, del ayuno y de la limosna.
El Santo Padre nos ha propuesto a los cristianos para el itinerario cuaresmal de este año fijar nuestra atención espiritual y nuestros propios y renovados propósitos de conversión, especialmente, en el valor sobrenatural del ayuno y en su fuerza purificadora y santificadora. Su propuesta, dirigida a nosotros como una invitación y llamada pastoral apremiante, responde sabiamente a la situación de la sociedad y de la cultura en el momento actual y a sus heridas y urgencias humanas y espirituales mas sangrantes. Nuestra sociedad y el estilo de vida en ella imperante adolecen de una suicida saturación de egoísmo materialista. La cultura del tener más y siempre más en todos los órdenes de la vida ha cobrado una fuerza arrolladora frente al ser más –en feliz expresión de Juan Pablo II– y, consecuentemente, en confrontación con el vivir de acuerdo con la dignidad trascendente de la persona humana. Lo que vale es el dinero, el placer, el poder sin límites. Lo que se ignora y se desprecia es el desprendimiento generoso, el dominio noble de sí mismo y la actitud permanente de servicio al prójimo. En una palabra, se niega y desprestigia la belleza de la virtud y la nobleza del bien que se realiza en el reconocimiento creyente de Dios, en la esperanza de la verdadera gloria y en la felicidad que proporciona el verdadero amor.
Hay hartura de bienes materiales y mundanos y hay carencias abismales de bienes verdaderamente humanos y espirituales. Las consecuencias de este estado de cosas en la vida de las personas, singularmente de las jóvenes generaciones, y en la situación de la sociedad no pueden ser más perniciosas. Su dramatismo lo documentan las noticias diarias sobre todo género de violencias, sobre los proyectos de denegación del derecho a la vida de los no nacidos, sobre la crisis económica, sobre los índices alarmantes del paro, de la caída de la natalidad, de las rupturas matrimoniales y de los menores abandonados y desestructurados en lo más hondo de su personalidad… ¿Dónde está el remedio? En el ejercicio y la práctica del ayuno: de un ayuno que nos lleve a la renuncia de la satisfacción ilimitada de nuestras apetencias corporales, más aún, de nuestros orgullos y prepotencias intelectuales, culturales y sociales y que nos abra el camino de la humildad interior y de la sencillez de corazón: ¡el camino que abre la puerta del alma y de la conciencia a la gracia de Dios que se nos manifiesta y dona siempre con nueva e insistente actualidad en el Evangelio de Ntro. Señor Jesucristo proclamado, celebrado y vivido por la Iglesia. Dicho de otro modo, el camino de una existencia que se deja empapar del amor a Dios y al prójimo nuestro hermano.
El ayuno cuaresmal vuelve a ser en este año de 2009 más urgente que nunca. El ayuno cristiano. El ayuno del que decía San Pedro Crisólogo, según la cita del Papa Benedicto XVI, que es el alma de la oración y que vive de y en la misericordia. Oración, ayuno y misericordia forman un todo espiritualmente inseparable. ¡Vivamos así nuestra Cuaresma del 2009! ¡Vivámosla en el seno de nuestras familias! Que la experiencia de esta trilogía cuaresmal adquiera en ellas un nuevo vigor con el acento ascético puesto en el ayuno que se prodiga en generosas obras de amor al prójimo dentro y fuera del hogar familiar. De este modo se hace posible vivir de verdad y en verdad el ser y la vocación de la familia cristiana en Cuaresma. Así, a través de la práctica cuaresmal, se hace posible cumplir nuestro objetivo pastoral de este curso: “Vive la familia. Con Cristo es posible”.
¡Quiera Nuestra Señora y Madre, la Virgen de La Almudena, ayudarnos a facilitar amplios y ricos espacios espirituales y pastorales a las familias dispuestas a comprometerse con la evangelización de las familias alejadas de la fe y de la Iglesia a través de la vivencia cuaresmal de nuestras comunidades parroquiales y de otras comunidades de nuestra Archidiócesis de Madrid!
Con todo afecto y mi bendición para una celebración santa de la Cuaresma de este año de gracia, 2009.