Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
La Iglesia celebra el próximo Domingo, día 14 de junio, la festividad del Corpus Christi, el Misterio del Cuerpo y Sangre de Cristo, la presencia viva y real de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. Esta presencia de Jesucristo, muerto y resucitado, expresa el amor que Dios nos tiene y alimenta en nosotros la urgencia de la caridad, que nos apremia a vivir sirviendo a los pobres y desfavorecidos de nuestra sociedad. Nuestra fe en este Sacramento adorable del “Amor de los Amores” la manifestamos de forma especialmente significativa con la solemne procesión que recorre las calles de nuestra ciudad y, también, de nuestros pueblos.
En el mundo actual hay una multitud de personas muy necesitadas. Pero ¡cuánto nos cuesta ver la realidad de la pobreza y la marginación! La solución no está en pasar de largo y no verla, o taparla para que no se vea. Jesús nos propone el camino a seguir en la parábola del Buen Samaritano y nos invita a sus discípulos a hacer lo mismo con nuestro prójimo: “vete y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37). “El programa del cristiano, el programa de Jesús –¡el modelo sublime de todo “buen samaritano”!–, es un corazón que ve” (Benedicto XVI, Deus Caritas est, n. 31. b). Este corazón que ve se pone en movimiento y responde comprometiéndose ante el mundo de sufrimiento que nos rodea.
Como nos dice el Papa Benedicto XVI en la Carta Encíclica Deus Caritas est: “La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos […] En la comunión eucarística está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma. Y viceversa, […] el «mandamiento» del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser «mandado» porque antes es dado” (n. 14): ¡dado eucarísticamente!, añadiríamos.
Nuestras comunidades eclesiales han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo se ofrece por todos y que por eso la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a “hacerse pan partido” y, consiguientemente, a trabajar por un mundo más justo y fraterno. El corazón de los hombres de nuestra época se encuentra dividido –quizá más radicalmente que en otras ocasiones– entre dos fuerzas antagónicas: seguir a Jesucristo, Dios verdadero, que nos lleva a vivir la plenitud para la que hemos sido creados y da sentido a nuestra vida, o volverle la espalda seducidos por falsos dioses, que nos dejan deshechos y abandonados, víctimas del pecado y del mal.
Todos los creyentes, los que formamos la Iglesia, tenemos un gran reto ante nosotros. Ante el dolor de tantas vidas rotas de hermanos nuestros no podemos permanecer indiferentes. Son muchas las personas que están malviviendo a consecuencia del paro y de la crisis económica que nos aflige. Su aflicción y desamparo llega al corazón de Dios, que mueve nuestros corazones para dar respuesta al clamor de los que sufren. Nuestras comunidades parroquiales, las comunidades de vida consagrada, movimientos y asociaciones apostólicas, han multiplicado sus esfuerzos para atender a un número cada vez mayor de personas y familias necesitadas de alimento, vestido, dinero para pagar alquileres, hipotecas de vivienda y otras deudas improrrogables para la misma subsistencia. Se ha incrementado sustancialmente el número de voluntarios que han ofrecido su tiempo y su vida, poniendo esfuerzo y creatividad en la búsqueda de soluciones para los afectados. La red de solidaridad y el dinamismo de la caridad cristiana se está fortaleciendo. Es un signo visible del amor de Dios para esta sociedad.
Cáritas Diocesana en esta campaña del Día de la Caridad nos presenta el lema: “Mira la necesidad y siéntela como tuya”, invitando a todos los cristianos a ver la cruda realidad de las pobrezas de hoy, de modo que la necesidad de los más débiles nos impulse a darnos y comprometernos generosamente. Los que hemos conocido el amor no podemos permanecer indiferentes ante la presencia de tantas y tan dolorosas carencias. Este amor es el que nos hará posible renovar el orden social en justicia y fraternidad.
Quiero expresar mi agradecimiento, sobre todo, a las numerosas personas que en este tiempo de crisis, viendo las dificultades de los demás, se están dedicando a servir y amar a los pobres con tanto desprendimiento y entrega. ¡Así se genera la nueva cultura del amor y de la solidaridad! Los que han hecho llegar sus donativos para las distintas acciones que la Iglesia diocesana lleva a cabo a favor de los necesitados, son muy numerosos.
Nuestra fortaleza en el servicio al prójimo más necesitado la recibimos espiritualmente de la Eucaristía que celebramos. El Don que Dios nos hace en Cristo, en su Carne y Sangre ofrecidas para la vida del mundo, infunde en nuestra vida un dinamismo nuevo: el del amor que ni se arredra, ni se esconde; más aún, que nos convierte en sus testigos a través de nuestras acciones, palabras y modo de ser. Testigos valientes y sacrificados del Evangelio que presentan de forma eficaz el amor de Dios. La actualidad nos llama a ello con una nueva y apremiante urgencia. Son muchos los pobres y las personas necesitadas de consuelo y alivio material y espiritual. ¡Ayudémosles de modo que alumbre de nuevo en sus corazones la esperanza que da sentido a la vida!
Invito a toda la Iglesia Diocesana, unida en “Caritas” –¡en la caridad de Cristo!– a que redoble sus esfuerzos personales y colectivos en favor de los nuevos pobres de esta hora tan problemática de la sociedad, acuciada por la falta de puestos de trabajo y sacudida interiormente por las crisis de tantas familias rotas y desestructuradas. Una sociedad que no es capaz de compartir, aliviar y remediar el sufrimiento de los pobres y de los necesitados, es una sociedad cruel e inhumana.
Pidamos a Santa María la Virgen, Nuestra Señora de La Almudena, que no pasemos de largo ante la dramática situación en la que se encuentran hoy tantas familias y tantos hermanos nuestros. Participando de la Eucaristía y asistiendo a la solemne procesión con el Santísimo Sacramento en la gran Fiesta del “Corpus Christi” con el alma limpia y el corazón entregado al amor de Jesucristo, cobraremos nueva fuerza para ser con nuestra vida signo e instrumento del amor de Dios hacia tantas personas que lo necesitan.
Con todo afecto y mi bendición,