Festividad de Ntra. Sra. de La Almudena
Madrid, Plaza Mayor, 9 de noviembre de 2009; 11,00 h.
(Za 2,14-17; Sal. Jdt 13,18bcde 19 (R.:15,9d); Ap 21,3-5ª; Jn 19,25-27)
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
1. Vuelve de nuevo a la actualidad de Madrid la Virgen de La Almudena en esta celebración solemnísima del día de su Fiesta anual. Vuelve Ella en toda su verdadera y objetiva realidad como Madre del Señor y Madre nuestra: ¡La Madre de Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor! Recordemos las luminosas palabras, con las que el Concilio Vaticano II expresa la verdad de su Maternidad espiritual, tan consoladora para el hombre: “La Santísima Virgen, predestinada desde la eternidad como Madre de Dios junto con la Encarnación del Verbo de Dios por decisión de la Divina Providencia, fue en la tierra la excelsa Madre del divino Redentor, la compañera más generosa de todos y la humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el Templo, sufriendo con su Hijo que moría en la cruz, colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia… Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz (LG 61,62).
2. Vuelve también hoy la Virgen de La Almudena en la realidad de la historia de la relación con sus hijos de Madrid: ¡historia más que milenaria! El 9 de noviembre de 1085, en la hendidura abierta en el frente de una torre de la muralla de la Puerta de la Vega, la descubrían los madrileños de comienzos del segundo milenio del Cristianismo con una emoción expresada inmediatamente a través de una devoción tierna y fiel hacía ella, que no se interrumpiría jamás. De aquella primera y humilde Iglesia que el Madrid recién reconquistado material y espiritualmente, a finales del siglo XI de nuestra era –inmediatamente después de Toledo–, construyó para su culto, se ha pasado, en virtud de ese encendrado y constante amor del pueblo de Madrid a su Patrona y Madre, a nuestra Catedral de Ntra. Sra. La Real de La Almudena, dedicada a la alabanza de Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– por el siervo de Dios Juan Pablo II en aquel inolvidable 15 de junio de 1993. Día que conservamos todavía en nuestra agradecida memoria. Ni la Iglesia de Madrid, ni la ciudad de Madrid podrán olvidarlo nunca. Una página singular en este capitulo mariano de la historia de Madrid, tan fundamental para comprender en sus raíces más hondas y perennes al Madrid de nuestros días, es el Voto de la Villa ofrecido por sus Regidores a la Virgen de La Almudena, su Patrona, desde el 8 de septiembre de 1646, ininterrumpidamente, año tras año –pocas fueron la excepciones–, hasta el día de hoy, que ha vuelto a ser renovado por nuestro Sr. Alcalde.
A lo largo de este ya casi completo milenio de culto filial de Madrid a la Virgen y Madre de La Almudena, no ha dejado de resonar en el corazón y en los labios de los hijos e hijas de Madrid el canto del Libro de Judith: “¡Tú eres el orgullo de nuestra raza. El Altísimo te ha bendecido, hija, más que a todas las mujeres de la tierra. Bendito el Señor, creador del cielo y tierra” (Jdt 13, 18bcde.).
3. La Virgen de La Almudena vuelve, pues, también, y sin solución de continuidad, en la celebración de su Fiesta de este año 2009, a la actualidad de la vida de los madrileños con la verdad de lo que fueron sus relaciones con ella, a través de tantas y tantas generaciones de sus antepasados, pero, sobre todo, en la verdad de lo que son y deben ser hoy.
A los madrileños de todos los tiempos y a los del momento presente, apoyados en su tradición cristiana que se remonta a los primeros siglos de la publicación apostólica en España, la Virgen les llevó y nos lleva a reconocer a su Hijo, Jesucristo, como el único que nos puede salvar en lo más profundo de nuestro ser y en la totalidad de nuestra existencia: antes de la muerte –en el tiempo– y después de la muerte –en la eternidad gloriosa–. Sí, María nos mostró y nos sigue mostrando a ese Hijo suyo, al hombre Jesús, de tal modo que vemos a Dios en Él y, desde ese Dios hecho hombre en Jesús, su Hijo, podamos ver y conocer la figura verdadera del hombre: de lo que es ser hombre, como enseña tan bellamente el Santo Padre Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazareth. Sí, la Virgen de La Almudena ha mantenido y mantiene a los madrileños en el camino de la verdad de Dios y, así, en el camino de la verdad del hombre. De hecho, para los cristianos madrileños, estuvo siempre claro: todo ser humano, desde el momento de su concepción hasta su muerte, es sujeto de una dignidad inviolable, ¡trascendente!, como persona llamada a compartir por adopción la filiación divina, siendo hijo de María, la Madre celestial que ellos veneraban y veneran bajo la advocación de La Almudena. Con una consecuencia ética para sus vidas igualmente incontestable: a todo hombre, por muy insignificante, minúsculo, enfermo, débil, avejentado que esté, se le debe un respeto personal y social sin condiciones. Nadie puede disponer de Él como de un objeto; ninguna instancia de este mundo puede negar o limitar su derecho a la vida, a la integridad física y moral, a la libertad para vivir en consonancia con su vocación de hijo de Dios, convocado a través del matrimonio y de la familia a ser protagonista del don de la vida y de la experiencia verdadera del amor: ¡fuente y esperanza de la humanidad! Sólo si se está dispuesto a dar la vida, se ama. Dar la vida y no quitarla es el primer principio de toda solidaridad humana, que obliga a todos: a los matrimonios, a las madres gestantes, a las familias, a toda la sociedad y al Estado.
4. En la maternidad espiritual de la Virgen de La Almudena, los madrileños de ayer y de hoy han podido comprender cómo se llega a la verdad del principio de fraternidad tan ensalzada en las sociedades laicistas contemporáneas. Para ello les invita insistentemente a situarse espiritualmente al pie de la Cruz de Jesús y oír de sus labios las palabras que les dirigió a ella y a Juan, el discípulo amado: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo ahí tienes a tu madre, y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa (Jn 19, 25-27). En aquella hora decisiva para la historia salvadora del hombre, se abría para el hombre la fuente y el lugar en donde nace la verdadera fraternidad: el amor del Corazón de Cristo y la maternidad universal de María, su Madre, ya y para siempre Madre nuestra. Al pie de la Cruz, en el Calvario, en aquel Viernes Santo de la Pasión y Muerte de Jesús, se constituye el núcleo primero de la nueva y definitiva forma de la familia humana ¿Cómo hay que tratar al prójimo a partir de este acontecimiento y ya para siempre? ¿Con un amor, como aquél con el que nos amó Jesucristo, el Hijo de María? ¿Con un amor que se corresponda con la condición de ser sus hijos? ¿Un amor dispuesto a dar la vida por los hermanos? Sin duda alguna. Sólo así se ama al prójimo verdaderamente, según la voluntad de Dios.
5. El poder conocer y vivir esas dos grandes verdades sobre Dios y el hombre, reveladas en el Misterio Pascual de Nuestro Señor Jesucristo, ha sido gracia y don que Madrid en todas las épocas de su historia cristiana ha logrado a través del cuidado maternalmente exquisito de la Virgen María, la Virgen de La Almudena, su Patrona y Madre. La actualidad de la Fiesta de la Almudena es también la actualidad de esas dos verdades en la realidad viva del Madrid del año 2009, ya feneciendo. La crisis económica llena de angustia a muchos madrileños, –nativos e inmigrantes–. La crisis del paro condiciona y agrava en no pocas ocasiones las crisis matrimoniales, ya existentes y persistentes por otras causas más profundas. Los niños, los jóvenes y los ancianos sufren sus consecuencias con mayor y cruel gravedad. Lo que se les ofrece a los jóvenes para enfocar y conformar sus vidas, a través de una alianza de poderosos medios sociales, mediáticos, culturales y jurídicos, es un programa materialista de vida personal, de relación social y de proyectos de futuro, marcados por lo que el Siervo de Dios Juan Pablo II no dudó nunca en llamar la cultura de la muerte, es decir: ¡un verdadero callejón sin salida! Nuestro Santo Padre Benedicto XVI acaba de recordar en su Encíclica “Caritas in Veritate” que “la apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica” (nur. 44).
6. Los jóvenes de Madrid se encuentran en estos momentos, al comienzo del curso académico 2009/2010, en torno a la Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que les fue confiada por Benedicto XVI en el Domingo de Ramos de este año para preparar la JMJ 2011 en Madrid, portándola como peregrinos por toda la geografía madrileña: por la capital y por todo el territorio de la Comunidad de Madrid. La abrazan para que todos los jóvenes madrileños vean dónde está y quién es Él que puede iluminar, guiar y acompañar sus vidas si quieren que no fracasen ni ahora ni nunca, ni en el tiempo ni más allá del tiempo: en la eternidad. Conociéndolo de verdad se puede descubrir y practicar fructuosamente la fórmula de vida que despeja y garantiza el camino de la felicidad; fórmula que no es otra que la del amor que se dona gratuitamente, que no se compra ni se vende, que no funciona como el “te doy porque me das” o “para que me des” sino sencillamente me doy porque te amo gratuitamente, sin esperar nada a cambio que no sea amor y misericordia. ¡Es la fórmula de Jesucristo Crucificado! ¡la del amor crucificado! María les facilita con su Icono, acompañando a los jóvenes de Madrid en su peregrinación con la Cruz, ese conocimiento tan sublime como difícil, tan apasionante como gratificante de “la ciencia de la Cruz”. Ciencia y sabiduría que Ella, la Virgen de La Almudena, enseñó a los madrileños con fina delicadeza durante todos los siglos de su historia cristiana. “Ciencia” que vivió y testimonió con sus palabras y obras en el Madrid de los años treinta un joven burgalés, estudiante de Arquitectura, pronto trapense, fallecido con 27 años, que Benedicto XVI proclamó Santo en Roma el pasado 17 de octubre, San Rafael Arnáiz Barón. Escribía él:
“¡Qué alegría tan grande es verse querido por Dios! Contarse en el número de sus amigos, seguirle paso a paso en Jerusalén con los ojos fijos en su divino rostro, y bendiciendo incluso nuestras propias miserias, que fueron la causa de que Jesús buscase nuestras miradas, para así llegarnos al corazón y curarnos, perdonarnos… y amarnos hasta morir en Cruz”.
7. La Virgen de La Almudena busca hoy, con su Hijo, nuestras miradas, las miradas de todos los madrileños: de los que más sufren en el alma y en el cuerpo, en su vida íntima y en sus familias; la mirada de los alejados de Cristo y de su Iglesia y, muy singularmente, la mirada de los niños y de los jóvenes de Madrid… “porque quiere llegarnos al corazón”… y hacernos comprender efectivamente que Jesucristo nos ha amado y ama hasta morir en la Cruz.
¡Qué bella es la imagen de esa “ciudad nueva”, que el autor del Apocalipsis nos presenta como prometida y anticipada ya en María, y de la que disfrutamos en la Iglesia los que la hemos recibido en nuestra casa como Madre!:
“Ésta es la morada de Dios con los hombres: acamparé entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado”.
A Ella, la aclamamos y suplicamos hoy:
¡Virgen de La Almudena, Madre nuestra, intercede ante tu Hijo Jesucristo para que la vida de Madrid y de los madrileños se renueve en su Amor, ¡“Que Él todo lo haga nuevo” en este Madrid que tanto y tantos amamos!
Amén.