Queridos hermanos y hermanas:
Año tras año, la cercanía de la solemnidad de San José nos evoca la tradicional celebración del “Día del Seminario”. La Iglesia en Madrid se siente convocada una vez más a conocer a sus seminaristas, su proceso de formación y su vida en el Seminario; a orar por ellos y a colaborar con generosidad en sus necesidades. Experimentar y sentir, queridos hermanos, vuestra cercanía y solidaridad es, para ellos, toda una fuente de estímulos para seguir respondiendo con fidelidad a la llamada del Señor. Así lo vengo comprobando en mis frecuentes visitas a sus comunidades de formación.
En el presente curso cerca de doscientos seminaristas integran nuestros dos Seminarios diocesanos: el Conciliar de la Inmaculada y San Dámaso, y el misionero “Redemptoris Mater”. En cada uno de sus rostros se refleja la alegría del encuentro con Cristo en el camino de la vida por haber experimentado la iniciativa sorprendente de su elección, por pura gracia, sin mérito alguno: “No me habéis elegido vosotros a mí sino que Yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16). La respuesta generosa y fiel al Señor les ha conducido al Seminario, escuela apostólica y sacerdotal del seguimiento de Cristo, en donde se les ofrece “la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce” a través del cuidado cercano del Obispo y del equipo de formadores, según los criterios establecidos por la Iglesia y, siempre, bajo la acción del Espíritu Santo.
¡Cómo no agradecer al Señor este regalo de candidatos al sacerdocio numéricamente tan significativo! ¡Cómo no alegrarnos por la fecundidad vocacional de tantas comunidades y movimientos cristianos, fruto de su fervor y fidelidad al Señor en la comunión de la Iglesia! Con nuestra alegre gratitud, sin embargo, deben movilizarse las mejores disposiciones para manifestar la estima y el cuidado a los futuros sacerdotes, esperanza de futuro para la Iglesia madrileña. En este sentido, el “Día del Seminario” debe ayudar a los fieles cristianos a generar la conciencia viva y eficaz de que todos los miembros de la Iglesia – cada uno según su vocación y posibilidades – tienen la responsabilidad de cuidar de las vocaciones sacerdotales: de las que ya se forman en el Seminario y de aquellas que, inscritas desde siempre en el corazón de Cristo, necesitan ámbitos de verdadera y fervorosa vida cristiana para aflorar y arraigar en el alma de nuestros jóvenes.
La celebración del “Año Sacerdotal” por iniciativa del Papa Benedicto XVI ofrece un horizonte de ricas sugerencias espirituales y pastorales para la labor formativa del Seminario. Destaca, ante todo, la venerable figura del santo Cura de Ars, a quien el Papa ha puesto como intercesor y modelo para los sacerdotes de este tiempo: “El santo cura de Ars manifestó siempre una altísima consideración del don recibido. (…) En el servicio pastoral, tan sencillo como extraordinariamente fecundo, este anónimo párroco de una aldea perdida del sur de Francia logró identificarse tanto con su ministerio que se convirtió, también de un modo visible y reconocible universalmente, en alter Christus, imagen del buen Pastor que, a diferencia del mercenario, da la vida por sus ovejas (cf. Jn 10, 11)” . Para nuestros futuros sacerdotes no cabe un ejemplo más preclaro y luminoso para crecer en identidad sacerdotal: salvadas las circunstancias de lugar y de tiempo, San Juan Mª Vianney muestra una transparencia admirable de la caridad del Buen Pastor, entregado totalmente al amor de Cristo y, en consecuencia, expropiado totalmente de sí mismo para el servicio ministerial de sus hermanos. No hay fisuras ni estériles distinciones en su consagración: por ser de Cristo es para los hombres, y su ser sacerdotal unifica y recrea toda su existencia, ciertamente limitada, pero fecunda y enaltecida por la extraordinaria grandeza de la vocación recibida.
Un rasgo singular de la dedicación pastoral del Santo Cura de Ars fue su celo por anunciar y administrar la misericordia del Señor. Como señala el Santo Padre, también hoy todos los sacerdotes – y los que se preparan para serlo – somos urgidos a hacer nuestras las palabras que el mismo Cura de Ars ponía en boca de Jesús: “Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita» . En estos tiempos en donde parece crecer la indigencia en el amor verdadero que procede de Dios, la caridad de Cristo sigue urgiendo a todo sacerdote a ejercer el ministerio de la misericordia, experimentada personalmente y ofrecida, como San Juan Mª Vianney, en la entrega sacrificada e incansable a la predicación del Evangelio, al sacramento de la Reconciliación, a la dirección de las conciencias, a la atención a los enfermos y a los pobres, a la acogida personal de todo el que busca el consuelo de Dios… El lema que preside el Día del Seminario – “El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios” – desea, sin duda, reflejar el estilo sacerdotal del Cura de Ars, y apunta el celo y la pasión por las almas que debe colmar el corazón de los futuros pastores.
Nuestro actual número de seminaristas, por significativo que sea para estos tiempos, no puede hacernos ignorar el estiaje vocacional que afecta a tantas iglesias hermanas, hondamente afectadas por la falta de relevo sacerdotal, y seriamente preocupadas por el inmediato futuro pastoral. También nosotros vamos percibiendo la falta de sacerdotes jóvenes capaces de testimoniar el amor de Cristo y ofrecer con vigor apostólico la palabra viva del Evangelio a una diócesis tan poblada y necesitada de Dios como la de Madrid. Porque, “¿cómo creerán en Aquel a quien no han oído? ¿cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?” (Rom 10, 14-15). Pido al Señor que todos los miembros de la Iglesia diocesana nos sintamos responsablemente afectados por estos interrogantes del apóstol Pablo para actualizar en consecuencia el mandato del Señor –“… la mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,37) – y, preocupados por la pastoral vocacional, nos pongamos manos a la obra.
En primer lugar los sacerdotes. La experiencia demuestra que detrás de cada seminarista suele haber un sacerdote celoso e ilusionado con su ministerio. A ello se ha referido el Papa Benedicto XVI recientemente : “… si los jóvenes ven sacerdotes muy aislados y tristes, no se sienten animados a seguir su ejemplo. Se sienten indecisos cuando se les hace creer que ése es el futuro de un sacerdote. En cambio, es importante llevar una vida indivisa, que muestre la belleza de ser sacerdote. Entonces, el joven dirá:»sí, este puede ser un futuro también para mí, así se puede vivir» (…) Se podría decir que las vocaciones sacerdotales nacen del contacto con los sacerdotes, casi como un patrimonio precioso comunicado con la palabra, el ejemplo y la vida entera.” Estas palabras nos urgen a que ofrezcamos el testimonio luminoso y feliz de la entrega sacerdotal a las nuevas generaciones de jóvenes cristianos. ¡Quiera Dios que la oración de las comunidades diocesanas y el empeño pastoral de los presbíteros susciten, cada año y en cada arciprestazgo, un nuevo seminarista que asegure la renovación pastoral de nuestro presbiterio!
Una responsabilidad especial concierne a las familias cristianas en el cuidado de las vocaciones sacerdotales. Como “iglesias domésticas” son el ámbito natural cuyas condiciones favorables de vida deben propiciar el nacimiento y cuidado de la llamada del Señor. “La familia misma, ayudando a cada uno de sus miembros a descubrir su vocación y acompañándoles en su camino, adquiere de este modo una conciencia más firme de la misión que Dios le encomienda”, recordaba a propósito del vigente Plan Pastoral . La serias dificultades que hoy afectan a la familia cristiana urgen la necesidad de subrayar en la educación de los hijos cómo la vida de toda persona alcanza su plenitud en el don de sí mismo: “En el don de la vida es donde el hombre, llamado al amor, descubre que se realiza plenamente la misión que Dios le encomienda” .
Como en otras ocasiones, invito a todas las familias cristianas a implorar al Señor el don de un hijo sacerdote, cuidándolo y acompañándolo con la generosidad y gratitud del que recibe una bendición de Dios. No importan la edad ni el momento, porque el Señor elige a los que ama y llama cuando quiere: también a los niños y adolescentes. Al servicio de estas vocaciones tempranas nuestro Seminario Menor discierne y educa las semillas de vocación, ofreciéndoles la formación idónea para que, si Dios lo quiere, lleguen un día a ser sacerdotes.
Al celebrar el “Día del Seminario”, deseo que la atención por la pastoral vocacional alcance a toda la comunidad diocesana: catequistas, profesores y educadores; parroquias, movimientos y colegios cristianos, facilitando la escucha de la llamada del Señor. ¡Qué no se malogre ninguna vocación por la desidia, el escepticismo o la falta de coherencia cristiana de los mayores! Mostremos, además, el afecto y la solidaridad hacia nuestros seminaristas con la oración, la cercanía, y la generosidad de la ayuda económica, necesaria para sufragar los gastos de sus años de formación. Pongámoslos, finalmente, ante nuestra santa madre, la Virgen de la Almudena: que renueve en ellos la disponibilidad de la esclava del Señor para su entrega total y para siempre a la misión que les encomienda su Hijo Jesucristo.
Os bendice con todo afecto,