Santa Iglesia Catedral, 26.IX.2010; 17’30 horas
(Ez 34,11-16; Sal 22; 2 Tim 1,6-14; Jn 21.15−17.19b)
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Mi querido hermano Carlos:
1. Dentro de un momento vas a recibir por la imposición de las manos de los Obispos presentes y por la invocación del Espíritu en la Oración Consagratoria −llamado “Spiritus principalis”− “la plenitud del Sacramento del Orden” o, lo que es lo mismo, “el sumo sacerdocio, la totalidad del sagrado ministerio”. Son expresiones de Juan Pablo II en la Exhortación Postsinodal “Pastores Gregis” de 16 de octubre de 2003, que recogía y desarrollaba los trabajos de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos celebrada entre el 30 de septiembre y el 27 de octubre del año 2001, cuando estaban frescos todavía los ecos y los frutos pastorales y espirituales del Gran Jubileo del año dos mil. Mirando al tercer milenio de la Era Cristiana, los Padres Sinodales habían reflexionado con el Papa sobre la figura del Obispo como “servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo”. También a los Obispos de la Iglesia en ese momento crucial de su historia les dirigía el Papa el vibrante “Duc in altum” −¡rema, boga mar adentro!− de su Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte”. Urgía conducir a toda la comunidad eclesial a una renovado encuentro con Jesucristo, su Señor, su Cabeza, su Buen Pastor: ¡el Salvador del hombre y del mundo! La respuesta de los Obispos en esta hora histórica no podía, ni puede ser otra que la de Pedro y de los demás apóstoles: “Señor en tu nombre echaré las redes” (Lc. 5,5). “¡En tu nombre oh Cristo, queremos servir a tu Evangelio para la esperanza del mundo!” fue de hecho la respuesta de la Asamblea Sinodal presidida por el Sucesor de Pedro y que ha continuado resonando hasta hoy mismo: hasta este día y hasta este instante de tu Ordenación Episcopal, querido hermano Carlos. Esa será también tu respuesta. Por ti y el ministerio episcopal que vas a recibir, con la ayuda de los presbíteros de la Diócesis de Teruel y Albarracín que el Señor te va a confiar, “el Señor Jesucristo, aunque está sentado a la derecha de Dios Padre, continuará estando presente entre los creyentes” como Buen Pastor de esta venerable Iglesia Particular turolense y albarracinense. Más aún, lo harás presente como “el icono original del Padre”: “el Obispo invisible” según San Ignacio de Antioquía. En una palabra, serás el “signo vivo del Señor Jesús, Pastor y Esposo, Maestro y Pontífice de la Iglesia” configurado por la unción del Espíritu con Cristo “para continuar su misterio vivo en favor de la Iglesia”. La Exhortación Postsinodal “Pastores Gregis” no duda hablar del “misterio y ministerio del Obispo” y de su “fundamento trinitario”. (PGr. 6 y 7).
En el centro más sensible de la vivencia de “este misterio y ministerio”, que estás a punto de recibir, fundado en el Misterio de la Santísima Trinidad, estás hoy tú, querido hermano: tú en la Iglesia, a cuyo servicio vas a ser enviado y destinado como miembro del Colegio Episcopal; pero muy especialmente tú y la Iglesia Particular de Teruel y Albarracín, de la que serás constituido como su cabeza, principio y fundamento visible de su unidad en la comunión jerárquica con el Obispo de Roma, Cabeza del Colegio de los Obispos y Pastor de la Iglesia Universal distribuida por toda la geografía del mundo: Pastor también inmediato de todos sus fieles y pastores. Entre la Iglesia universal y la Iglesia particular existe una “fundamental mutua interioridad”, de forma que el Primado del Obispo de Roma y el Colegio Episcopal −los elementos propios de la Iglesia Universal− son “interiores a cada Iglesia Particular” (Cfr. Carta “Communionis notio”, 12).
2. La historia de tu vocación llega esta tarde, querido hermano, a su momento culminante. El Señor te fue llamando y conformando desde el día en que tus queridos padres, profundamente cristianos, te llevaron hasta la fuente bautismal en la Iglesia Parroquial de San Juan de Carballo en “Tierras de Santiago” para que fueras de Cristo desde los primeros pasos de tu existencia en este mundo. La Primera Comunión y el Sacramento de la Confirmación fueron jalonando luego una historia de amistad personal con el Señor que iba a cuajar en tu sí incondicional a Él, cuando te pide que seas su sacerdote después de años de una juventud que trascurre entre el estudio, proyectos y realizaciones profesionales e ilusiones noblemente humanas y el constante toque de la Gracia, es decir, de la llamada de Aquel del que no podías huir ni substraerte. Era la suya, una llamada de amor, de predilección, que te pedía entrega total a Él y a su obra redentora: a su Reino; “un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (Pref. Misa de Jesucristo Rey del Universo). El Reinado de Cristo es un reinado de amor misericordioso: ¡de su Corazón! San Juan María Vianney definía al sacerdote como “el amor del Corazón de Cristo”. Y, si el Episcopado representa la realización suma del Sacerdocio, se comprende bien la definición del ministerio episcopal que de él, visto en su totalidad, hace San Agustín: “amoris officium”, “oficio de amor”. Y, habría que añadir: para el amor; para que la caridad pastoral de Jesucristo no falte nunca en su Iglesia.
3. Querido hermano Carlos, también tú has oído de los labios de Jesús la pregunta de si le amas “más que éstos” en forma análoga a como la oyó Pedro. Le has dicho que sí; que le amas. Se lo has dicho en el momento en que aceptabas el nombramiento episcopal que te hacía el Santo Padre. Se lo dices ahora, siempre unido al Sí de “Pedro”. Y, como los demás Apóstoles “cum Petro et sub Petro” – “con Pedro y bajo Pedro”– has recibido la invitación y el mandato: “Apacienta mis ovejas”; ¡“sígueme”! (Cfr. Jn 31,15-17.19b). Para realizar esa misión, has sido enviado a la Diócesis de Teruel y Albarracín, a fin de que no le falte nunca la caridad pastoral de Jesucristo. A esta venerable Iglesia Particular de Teruel y Albarracín no le han faltado nunca esos buenos pastores que, por la gracia de Dios, a lo largo de su historia milenaria la han mantenido unida y viva en el vínculo de la comunión en la caridad de Cristo, incluso, no le han faltado Obispos testigos heroicos del amor del Buen Pastor: ¡hasta el Martirio! El obispo Anselmo Polanco O.S.A. −inscripto en el Catálogo de los Beatos junto a su Vicario General Felipe Ripoll− es su ejemplo más insigne, intacto todavía su recuerdo en la memoria de los turolenses como un Padre y Pastor bueno y celoso del bien de sus diocesanos, especialmente de los más necesitados en una de las horas más dolorosas y dramáticas de la historia de esta noble tierra turolense. Este amor a Jesucristo, profesado heroicamente por tantos Pastores de esta comunidad diocesana en el lejano pasado histórico y en el presente reciente, ha sido compartido por otros Beatos mártires religiosos, hijos de la Iglesia y del pueblo, en los años de la persecución religiosa del siglo XX en España, precedidos de otros en tiempos y países de misión “ad gentes” como “el santico” San Joaquín Royo, Mártir de la misión de China en el siglo XVIII. La que va a ser tu Diócesis, por tanto, ha sabido mantener la fidelidad a Jesucristo el Señor y a su Evangelio hasta hoy día sin ruptura alguna. Teruel y Albarracín habrán perdido población, se habrán avejentado sus habitantes, continuarán siendo tierras de difícil orografía y de climatología dura y no fácil de soportar, en las que sus familias y sus jóvenes buscan abrirse el camino de un trabajo digno y de un futuro próspero…, lo que no han perdido, sin embargo, es el sentido y la concepción cristiana de la vida. Muchas serán las dificultades por las que atraviesan, muchos sus interrogantes ante el presente y el porvenir de sus hijos…, en todo caso, lo que sí agradecerán es que su Obispo les haga presente, actual y fecunda la caridad: el amor de Jesucristo. Porque así, apoyados en su Evangelio, estarán en condiciones de no desfallecer en la esperanza de que en sus Parroquias con sus sacerdotes, en sus pueblos, villas y ciudades, en la sociedad turolense… florezca la verdadera Vida y ésta, abundante
4. El Obispo cumplirá ese “amoris officium”, que constituye, según San Agustín, la esencia misma de su ministerio, si hace cordial y fielmente suyas con “espíritu de energía, amor y buen juicio” las exhortaciones de San Pablo a Timoteo: “No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor… Toma parte en los duros trabajos del Evangelio”; sé su “heraldo, apóstol y maestro”; “vive con fe y amor en Cristo Jesús”; “guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros” (Cfr 2 Tim 1,6-14). El ejercicio de ese “amoris officium”, “alma” del ministerio episcopal, consiste precisamente en esto: en ser testigo y maestro de la Verdad del Evangelio; administrador de la gracia de Jesucristo en sus sacramentos, en especial, en el Sacramento de la Penitencia y en la Eucaristía, “fuente y cúlmen” de la vida cristiana; en buscar y cuidar a los fieles como el Buen Pastor que se preocupa por sus ovejas, las reúne, cobija y guía a los mejores pastos, imitando a ese modelo de pastor que prefigura el Profeta Ezequiel y que lleva a su cumplimiento sobreabundantemente Jesucristo Nuestro Señor, el Buen Pastor por excelencia, el Pastor de los pastores.
¡Configurarte con Él es la respuesta que el Señor espera de ti hoy y siempre, querido Carlos, es la respuesta debida al Don del Sumo Sacerdocio que vas a recibir como Sucesor de los Apóstoles!
5. A la Iglesia, especialmente a la Iglesia que peregrina en Teruel y Albarracín –a sus sacerdotes, consagrados y fieles laicos–, junto con todos los que participamos en esta celebración, les incumbe en este momento en el que vas a ser ordenado Obispo rezar por ti como se hace en ese antiquísimo y venerado texto de la Tradición Apostólica, que se encuentra en el Ritual de la Ordenación Episcopal: “Padre Santo, tú que conoces los corazones, concede a este siervo tuyo a quien elegiste para el episcopado, que sea un buen pastor de tu grey” ¡Sí que sea un Buen Pastor a la medida del Corazón de Cristo!
Nuestra oración la depositamos en el regazo maternal de la Virgen del Pilar, Patrona de Aragón, Madre de España, que no cesa de velar por el bien de sus obispos, sacerdotes, consagrados y laicos: ¡por todos los hijos de la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios! ¡por toda España! A Ella, a quien esta Catedral está dedicada en la advocación de su Asunción a los Cielos, situada en el corazón de la ciudad de Teruel; a Ella, Santa María de Mediavilla, le confiamos el ministerio del nuevo Obispo de Teruel y Albarracín, nuestro hermano y vuestro nuevo Obispo, el Pastor de vuestras almas.
Amén.