“Queremos ver a Jesús”
Mis queridos diocesanos:
Comienza un nuevo curso. Un curso marcado para todos nosotros, los madrileños, por la próxima Visita del Papa Benedicto XVI a nuestra ciudad para presidir la Jornada Mundial de la Juventud el mes de agosto del próximo año 2011, que ya estamos preparando con el máximo interés e ilusión, en todo lo que lleva consigo la organización material de este gran acontecimiento, y sobre todo en la disposición interior, la preparación espiritual de nuestros corazones, de modo que todos en nuestra Iglesia diocesana, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos consagrados, miembros de asociaciones y movimientos apostólicos, y fieles todos, hagamos un verdadero camino de conversión al Señor, para que el don del Espíritu Santo que supone la celebración de la JMJ Madrid 2011 produzca los mejores frutos, en la comunidad diocesana y en toda la Iglesia universal.
Es providencial que, en cada nuevo curso, la primera Jornada que celebramos sea el Domingo Mundial de las Misiones, el DOMUND: toda una señal para nosotros, que vamos a acoger a miles de jóvenes de todo el mundo dentro de pocos meses. La misión abre sus puertas de par en par aquí, en nuestra diócesis, haciendo posible que esta visita y encuentro con el Sucesor de Pedro sea una ocasión privilegiada para mostrar a Cristo a cuantos no lo conocen o tienen de Él un conocimiento superficial. Y tampoco es casual que el Santo Padre, para esta Jornada, haya elegido como lema la petición, recogida en el evangelio de San Juan (12,21), que unos griegos hacen al apóstol Felipe: “Queremos ver a Jesús”. En su Mensaje, nos dice: “Como los peregrinos griegos de hace dos mil años, también los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes, no sólo que ‘hablen’ de Jesús, sino que ‘hagan ver’ a Jesús, que hagan resplandecer el rostro del Resucitado en cada ángulo de la tierra ante las generaciones de nuevo milenio, y especialmente ante los jóvenes de todos los continentes, destinatarios privilegiados y sujetos activos del anuncio evangélico”. Un programa indispensable para todo momento, pero sin duda muy especialmente para este año preparatorio de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid 2011.
En nuestras calles, en nuestros barrios, hay mucha gente que no sabe dónde encontrar al Redentor, que se sumerge en caminos de desesperación y angustia al no saber dónde poner los ojos y el corazón. Quizás con sus labios no, pero con su tristeza, su soledad, sus dudas y ansiedades, están exclamando lo mismo que aquellos griegos del Evangelio: “Queremos ver a Jesús”. Y quizás les pasa lo que al paralítico de la piscina de Betesda que no podía llegar a las aguas sanadoras al agitarlas el ángel del Señor, porque “no tengo a nadie” (Jn 5, 7). Les pasa que no conocen a Cristo porque nadie cercano les ha hablado de Él, nadie les ha llevado hasta Él. Ahí estamos nosotros, ahí está la Iglesia implicada, para mostrarles a Jesús.
Nuestros misioneros a lo largo y ancho del mundo no dejan de darnos testimonio del hambre de Dios que perciben en todas partes, en hombres y mujeres de toda raza y condición, y, por mucho que se quiera negar, lo mismo sucede aquí, en medio de nosotros. En lo hondo del corazón del hombre, ciertamente, clama con ansia una verdadera sed de Dios, un verdadero deseo de estar con Él, que se concreta en el “¡Queremos ver a Jesús!” del Evangelio, petición que hemos de ayudar a despertar en tantos hermanos nuestros que no encuentran sentido a su vida, de la que las fuerzas del mal tratan de arrancar el misterio, la trascendencia, la esperanza de eso más grande que anhela todo corazón humano. He ahí la preciosa tarea de la misión. Los misioneros hacen presente a Jesús, no sólo hablan de Dios, ese Dios del que la Humanidad está sedienta, sino que les llevan a Él, a Jesús que aún más, infinitamente más, desea estar con ellos, incorporarlos a su vida, en la unidad de su Cuerpo que es la Iglesia, y así saciar la sed. Lo expresa admirablemente el Santo Padre en el título de su Mensaje: “La construcción de la comunión eclesial es la clave de la misión”, y por eso alienta a sacerdotes, consagrados, catequistas y laicos misioneros en la “búsqueda constante por promover la comunión eclesial”, de modo que todo lo bueno, bello y verdadero de los diferentes pueblos y culturas “pueda integrarse en un modelo de unidad en el que el Evangelio sea fermento de libertad y de progreso, fuente de fraternidad, de humildad y de paz” (cf. Decreto Ad gentes, 8). Y no olvida el Papa destacar que “la Iglesia se convierte en ‘comunión’ a partir de la Eucaristía”, que por ello “no sólo es fuente y culmen de la vida de la Iglesia, sino también de su misión”.
En esta Jornada en que toda la Iglesia recuerda a los misioneros, debemos elevar a Dios una alabanza, una plegaria de acción de gracias, porque ha querido contar con nosotros, con nuestra pobreza y nuestras limitaciones, para llevarle a aquellos lugares y personas que aún no lo conocen. ¡Qué gozo, y qué responsabilidad, saber que Dios cuenta con nosotros! Dios se ha puesto en las manos de los misioneros para acariciar y abrazar a los enfermos, a los moribundos, a los tristes y abandonados, a los ancianos, a los niños; en sus labios para predicar la Buena Nueva de la Salvación; y en todo su ser para realizarla en plenitud. Son casi diecisiete mil los misioneros españoles en todo el mundo, y es preciso no dejar de pedir al Dueño de la mies “que mande obreros a su mies”. En esa oración, en abrirse al don de Dios, está la verdadera fuerza de la misión. La Iglesia no tiene muchos medios, pero tiene en su seno un inmenso potencial, el que le viene dado por sus miembros en estrecha comunión formando el único Cuerpo de Cristo.
En la Jornada Mundial de la Juventud del próximo verano en Madrid, este potencial se verá, sin duda, incrementado. Veremos por nuestras calles a jóvenes venidos de tierras de misión, invitados y animados por los misioneros. Oremos por ellos ya desde ahora. Serán portadores de la vida nueva que Cristo nos da a todos los hombres en sus países y comunidades. Son jóvenes que viven su fe en soledad en muchas ocasiones, o que son discriminados, e incluso perseguidos, por creer en Jesús. Este encuentro con jóvenes de todos los continentes, en torno al Papa, les hará experimentar el gozo de la catolicidad de la Iglesia y recibirán la fuerza del Espíritu Santo para ser ellos mismos misioneros de Cristo entre los suyos. Hemos de acogerlos, ayudarlos y animarlos para que, firmes en la fe y fortalecidos en la esperanza, perseveren en el amor.
Antes de concluir, hago mías muy especialmente estas palabras del Papa Benedicto XVI en su Mensaje para este DOMUND 2010: “Renuevo a todos la invitación a la oración y, a pesar de las dificultades económicas, al compromiso de la ayuda fraterna y concreta para sostener a las jóvenes Iglesias”. Es verdad que hoy en nuestra diócesis de Madrid hay muchas necesidades materiales, a causa de la crisis económica y el grave problema del paro, pero también es verdad que la generosidad con los que aún están más necesitados reporta una riqueza mayor, y más aún cuando esta ayuda concreta se destina al servicio del anuncio mismo del Evangelio de Cristo.
Termino encomendando a la intercesión maternal de María, Nuestra Señora de la Almudena, Reina de los Apóstoles y de las Misiones, los frutos del DOMUND 2010, al tiempo que os envío a todos mi saludo cordial y mi bendición,