Madrid, 29 de enero de 2011
Un “Domingo” entre dos Santos universales:
Santo Tomás de Aquino y San Juan Bosco
La sabiduría de Dios y el amor al hombre
Mis queridos hermanos y amigos:
La celebración del cuarto domingo del tiempo ordinario se sitúa entre los días de las memorias de dos santos universales: Santo Tomás de Aquino (a. 1225–7.III.1274), que hemos recordado el pasado viernes, 28 de enero, y San Juan Bosco (a. 1815–1888), que rememoraremos el próximo lunes, 31 de enero. Dos figuras ejemplares en su santidad para la Iglesia y la sociedad de la época en que vivieron: la Edad Media en su cima de esplendor humano y cristiano y la Edad Moderna en su paso al tiempo actual: al mundo contemporáneo. Santos modélicos también para nuestro tiempo: tiempo de postmodernidad, vacilante, dudoso y contradictorio a la hora de elegir y trazar un camino de paz y de bien para la humanidad. Su actualidad, incluso, se intensifica si se les ve y relaciona en la forma peculiar cómo su identificación con Jesucristo y el incondicional seguimiento de Él irradió apostólica y espiritualmente en la vida personal y en la comunitaria, eclesial y civil, de sus coetáneos.
Santo Tomás de Aquino: un joven de talento excepcional, de una brillante inteligencia y de una memoria portentosa, que se entrega apasionadamente a la búsqueda y la difusión de la verdad guiado e impulsado por un amor a Jesucristo incondicional, limpio y transparente. Europa había nacido ya “cristianamente”; se configuraba y consolidaba desde el Atlántico a los Urales como “Cristiandad”, aunque con notas peculiares propias en el Oriente y en el Occidente. Su cultura, contemplada hoy en las expresiones intelectuales y artísticas que nos legó, alcanzaba uno de los momentos más señeros del espíritu humano. ¿Quién no es capaz de reconocerlo, por ejemplo, ante la belleza incomparable de nuestras Catedrales góticas? En aquel siglo XIII de nuestra era cristiana no faltaban, por supuesto, inquietudes intelectuales y culturales, movimientos políticos y sociales, que apuntaban a un renacimiento de visiones del hombre y del mundo anteriores al Cristianismo y que implicaban una clara apuesta por la primacía cuando no por la autonomía absoluta de la razón en la búsqueda de la verdad del mundo, del hombre y de Dios. El joven dominico, Tomás de Aquino, propone en sus años de docencia en París, Nápoles y Roma una concepción intelectual y científica superior: la de la razón que se deja, humilde y consciente de sus limitaciones, iluminar por Dios, por su Palabra encarnada en Jesucristo, Salvador del hombre. Todos los problemas de la persona humana, todos sus afanes, su búsqueda del bien y su victoria sobre el mal ¡la victoria sobre la muerte!… encuentran la solución y la respuesta victoriosa en Dios, en el Misterio de Dios, conocido y reconocido en la naturaleza y en la historia de la salvación; confesado por la fe, vivido en la esperanza y acogido y testimoniado con y por el amor.
San Juan Bosco: un Santo cuya biografía coincide con la casi totalidad del siglo XIX. Siglo del progreso, le llamaron muchos. En todo caso, siglo de las revoluciones. Juan, hijo de una familia humilde y trabajadora de una pequeña población cercana a Turín, la gran metrópoli de la nueva Italia industrial y moderna, veía como los jóvenes aprendices y trabajadores que acudían en masas a los nuevos centros de producción sufrían en sus cuerpo y en sus almas los efectos deshumanizadores y descristianizadores de la forma como se implantaba el nuevo sistema económico, fundado en la división del capital y del trabajo. Horarios agotadores, salarios muchas veces ínfimos, familias con carencias de los recursos más elementales para su sostenimiento digno y la educación de los hijos; enfermedades físicas y dolencias del alma… ¡Jesucristo había comenzado a desaparecer del horizonte vital de muchas familias y, consecuentemente, de niños y jóvenes sin cuento! ¡Andaban como “ovejas sin pastor”! El joven sacerdote, movido por un ardiente y tierno amor a Jesucristo, el Señor, y a su Madre Santísima –“María Auxiliadora” la llamaba él– se entregó en cuerpo y alma heroicamente ¡hasta la extenuación! a tratarlos, a acogerlos y a educarlos natural y sobrenaturalmente con las entrañas del verdadero amor que nace de Dios, del Corazón de su Hijo Jesucristo, y que se extiende sin límite a los más necesitados de él: a los más inermes humanamente, es decir, a los niños y a los jóvenes. En su afán apostólico y pastoral nacen nuevas familias eclesiales donde esa juventud tan maltratada, la de los tiempos modernos, encuentre y viva la experiencia de saberse amada de verdad y de aprender a vivir amando, “enraizada y edificada en Cristo”. Son “la familia salesiana”. El nombre lo toma Juan Bosco de un Santo de la primera modernidad, San Francisco de Sales, experto como pocos en mostrar y enseñar la dulzura del Amor de Dios, revelado en Jesucristo.
¡Cuánto podemos aprender hoy –y con cuánto provecho para la Iglesia y la sociedad de nuestro tiempo– de estos dos Santos del segundo Milenio de la era Cristiana, distantes en el tiempo, entre sí y con nosotros, y tan cercanos, sin embargo, en el Misterio de la Comunión de los Santos, fundada y alimentada por y en el amor del Resucitado y en la efusión del Espíritu Santo!
¿Es que es posible salir de la oscuridad del escepticismo y agnosticismo actuales, que nos cierran pertinazmente a las verdades últimas, sin la luz de Dios manifestada en la realidad creada y revelada en Jesucristo? ¿Es posible salir de la crisis económica, que está dejando a tantas personas en paro y a tantas familias desamparadas, sin una apertura de los corazones al don del amor de Dios que se nos ofrece a raudales en ese Corazón Sagrado de Jesús muerto en la Cruz y resucitado por nosotros? ¿Es que es posible y realizable el amor sin el don del Espíritu Santo, la Persona-Amor en el Misterio inefable de la Santísima Trinidad? La repuesta es manifiesta: ¡no es posible!
A María Santísima, Trono de la Sabiduría, Madre del Amor Hermoso y Virgen de La Almudena, encomendamos este nuevo año, difícil y complejo, doloroso para tantos hijos e hijas de la Iglesia en Madrid y en toda España; pero también tan esperanzador para nuestros jóvenes que se preparan para el gozoso encuentro de la juventud del mundo con el Santo Padre en la JMJ-2011 en Madrid. ¡Que sepamos y aprendamos a imitar a Santo Tomás de Aquino y a San Juan Bosco y a invocarlos como intercesores!
Con todo afecto y mi bendición,