EN EL DIA DEL PAPA
Gratitud y Plegaria
Madrid, 3 de julio de 2011
Mis queridos hermanos y amigos:
En este Domingo, el más cercano litúrgicamente a la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, celebramos en España el día del Papa. Día para la plegaria por su persona y por los frutos de toda su incansable actividad pastoral al servicio de la Iglesia Universal. Él es el que la guía visiblemente como su supremo Pastor. Todos los pastores y todos los fieles, en cualquiera de las Iglesias Diocesanas del mundo, están confiados a su cuidado y a su autoridad. Su actuación intensa, cercana y firmemente sensible para con los problemas de los hombres y de la sociedad de nuestro tiempo, su magisterio proyectado sobre las cuestiones doctrinales −teóricas y prácticas− de más complejidad intelectual y existencial a la luz de la Palabra de Dios, su presencia infatigable como Testigo eminente de la fe y de la esperanza en los más variados lugares de la geografía de la Iglesia y del mundo… reclaman de nosotros ¡de toda la Iglesia! la perseverancia en la oración por su persona y por sus intenciones, privada y públicamente. Las fuerzas que se oponen al Evangelio, que se presentan tan poderosas en los combates más variados e inesperados contra su influjo en la configuración de una cultura y una sociedad cristianas –también se dan entre nosotros, dentro de la Iglesia, los que lo relativizan, lo desfiguran y pasan de él− tienen al Papa en su primer y principal punto de mira. ¿No vamos la Iglesia de hoy a responder como los hijos de la Iglesia de Jerusalén cuando Pedro es llevado a prisión? Como Pedro, el primero y cabeza de “los 12”, también sus sucesores −¡el “Pedro” de hoy!− pueden sufrir, y sufren de hecho muchas veces, el rechazo de su anuncio de la Resurrección de Jesucristo y de su confesión de Fe en la divinidad de Jesucristo. Lo más valioso, irrenunciable e imprescindible para la Iglesia es esa confesión de “Pedro” −¡del “Pedro de todos los tiempos!− de que Jesús “es el Mesías, el Hijo de Dios vivo” ¡El Jesús históricamente real, el Jesús de Nazareth, el de la vida oculta y de la vida pública, el de la Cruz y el de la Resurrección, es verdaderamente el Hijo Unigénito de Dios! Pero también es esa confesión de fe brillante, valiente e infalible −“no te lo ha revelado ni la carne, ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”− la que provoca la resistencia, el rechazo y, en no pocas ocasiones, la persecución abierta e insidiosa de Pedro. Pero al Papa lo asiste de un modo especial el Espíritu Santo y lo acompaña y sostiene permanentemente ese Jesús que le aseguró a Pedro y, en Pedro, a sus Sucesores hasta el final de los tiempos: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no la derrotará”. Cristo, el Señor, de quien el Papa es Vicario, como Cabeza y Pastor visible de toda la Iglesia, no lo deja solo, abandonado a los únicos recursos de sus propias fuerzas, sino que, antes bien, le confía las llaves del Reino de los Cielos: “lo que ates en la Tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la Tierra quedará desatado en el cielo”. Es cierto que la fortaleza interna y externa le viene al Papa del Señor y de su Espíritu, pero también recibe una ayuda preciosa de la oración de la Iglesia que peregrina en el mundo: esa corriente de súplica y amor filial que no deja de conmover −y mover− el corazón del Señor Jesucristo ¡el Buen Pastor! El Papa cuenta con nuestra oración. De algún modo, es deudor de ella. ¡La necesita!
¡No se la regateemos!… Y, menos hoy, en la celebración de “su día” de este año 2011, en el que acaban de cumplirse 60 años de su ordenación sacerdotal en Freising, en su tierra natal de Baviera, el 29 de junio de 1951 ¡Y menos todavía en Madrid, cuando falta poco más de un mes para que nos regale su primera Visita de Padre y Pastor de la Iglesia Universal seguido por una inmensa riada de jóvenes venidos de todos los puntos de tierra. ¡Que nuestra plegaria por él sea todos estos días, hasta la tercera semana de agosto próximo, fervorosa, constante, llena de amor y de veneración. En muchas parroquias y comunidades religiosas de nuestra Archidiócesis se han convocado “sesenta horas” de oración ante el Santísimo dentro de esta semana que ha culminado con la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús el pasado viernes. Hoy, en este Domingo dedicado a él, no debe faltarle ni la oración pública de los fieles, ni la oración de las familias, ni nuestra propia oración personal; más aún, debemos intensificarla ¡todos! Y a la plegaria unimos nuestros más sinceros y filiales sentimientos de gratitud por esas “bodas de diamante” en el ministerio sacerdotal, que acaban de conmemorarse en la solemnísima Eucaristía de la Basílica de San Pedro en la Solemnidad de los Príncipes de los Apóstoles. Benedicto XVI ha sido a lo largo de toda su dilatada vida un servidor inquebrantable y fiel del Señor y de su Iglesia. ¿Puede prestarse al hombre un servicio más insigne que el del que sirve a la Comunión de la Iglesia como Vicario de Cristo? “Servus servorum Dei” −“Siervo de los siervos de Dios”− es quizá el título más preciado de los Romanos Pontífices. Nuestro querido Santo Padre en el ejercicio de su ministerio de “Sucesor de Pedro” está “haciéndolo” verdad heroica, día a día.
Confiemos nuestra plegaria por el Papa, en este Domingo que le dedica la Iglesia en España, a la Santísima Virgen, Ntra. Sra. de La Almudena. Así se oirán mejor en el Cielo nuestras súplicas, ¡Que la Virgen le traiga a nosotros en la ya muy próxima JMJ 2011 con la salud y el gozo que todos sus hijos de Madrid le deseamos.
Con mi afecto y bendición,