Querido Santo Padre:
Un grupo muy numeroso de jóvenes religiosas, representando a otras muchas de dentro y fuera de España, os acogen en la Lonja y en el Patio de los Reyes del Real Monasterio de El Escorial con la gratitud gozosa de unas hijas que desde la clausura de sus monasterios de vida contemplativa o de sus casas de vida activa se consagran a Dios para el servicio de la Iglesia. En su oración diaria por el Padre Común, el Sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia Universal, ponen un especial y entrañable acento, apreciando el regalo de este encuentro con Su Santidad como un gesto delicadísimo de su paternidad para con ellas.
Muchos han sido los jóvenes que han colaborado con espléndida generosidad en la preparación de la JMJ de Madrid 2011. Muchos son los que han empeñado su tiempo libre, sus capacidades de trabajo, su entusiasmo apostólico en poner en marcha esta Jornada tan suya. Su servicio ha sido excelente ¡impagable! Pero el de las jóvenes religiosas, viviendo y compartiendo con sus hermanas mayores de comunidad horas de oración y adoración en común y labores de todo tipo para que la organización de la JMJ 2011 constituyese todo un éxito litúrgico y pastoral, es todavía de un mayor precio.
La simpatiquísima iniciativa “Coser y Cantar”, a la que se sumaron muchísimas señoras y jóvenes seglares de toda España, da buena prueba de ello. Sin las religiosas, querido Santo Padre, sin su aportación, sobre todo, la espiritual, la Jornada Mundial de la Juventud no sería posible. Son de lo mejor de la juventud de la Iglesia y de la sociedad y, por supuesto, de España.
Santo Padre:
¡Puede contar con ellas para el gran e ilusionante empeño de la nueva evangelización de los jóvenes del mundo!
A las jóvenes religiosas aquí presentes les sale muy del corazón hacer suya la expresión de Santa Catalina de Siena y decirle al Papa: “¡Dulce Cristo en la Tierra!” Lo piensan y lo hacen sin sentimentalismo alguno, con la reciedumbre de la fe y del amor que mostraba Santa Teresa de Jesús a “los que son defensores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden”. ¿La defiende alguien más y mejor que el Papa? ¡Nadie!