“TU FE TE HA SALVADO” (Lc 17,19), En la Jornada del Enfermo.

Madrid, 3 de febrero de 2012

“TU FE TE HA SALVADO” (Lc 17,19)

En la Jornada del Enfermo

 

Mis queridos hermanos y amigos:

El Santo Padre nos convoca para celebrar la XX Jornada del Enfermo el próximo sábado día 11. Fecha extraordinariamente significativa para la Iglesia y para el mundo de los enfermos. Es el día en el que se conmemora la aparición de la Santísima Virgen en Lourdes, aldea perdida del Pirineo Francés, a Bernardita Soubirous, una adolescente campesina del lugar. Corría el año 1858. Hacía poco más de tres que el Papa Pío IX había proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. En el último día de las apariciones, al preguntarle Benardita a la que ella llama “la encantadora Señora” quién era, le responde “levantando los brazos y los ojos al Cielo”: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. ¡Una singular y emocionante confirmación de la fe de la Iglesia y comienzo de un capítulo nuevo de la historia de la verdadera salud que Dios concede al hombre por su Hijo Jesucristo, a quien acompaña María su Madre y Madre de la Iglesia! Desde entonces aquella desconocida localidad del sur de Francia se convierte en lugar donde la gracia redentora de la Cruz fluye como el río que atraviesa el lugar, el río Gave, y que limpia y cura almas y cuerpos con la fuerza y la alegría con la que brota el agua de la fuente regalada por la Virgen a sus devotos: un agua “milagrosa” destinada a los hombres de un tiempo, “el moderno”, que había dejado de “creer en Dios” después de haber rechazado la fe de sus antepasados en Jesucristo su Hijo, el Redentor del hombre.

La Europa del siglo XIX había elegido el camino de “otra fe”: la fe en el hombre y en su progreso, sin contar con Dios e incluso contra Dios. Un amplio sector de su sociedad y de su cultura apuesta por el humanismo, impotente en todos sus intentos de vencer el mal sin el bien. Sus frutos bien amargos eran ya dolorosamente perceptibles a mediados de siglo. Los tiempos progresaban ¡ciertamente!, pero los dramas de una sociedad dividida en “clases” enfrentadas en lucha abierta, ensombrecían y desbordaban las potencialidades físicas, psicológicas y políticas puestas a disposición de los programas y planes de reformas económicas, sociales y culturales por una teoría y una técnica apoyadas exclusivamente en una ciencia elaborada de espaldas al conocimiento de Dios, no sólo por la vía de la fe sino también de la razón. El dolor, la enfermedad, la muerte… se desvelaban, a fin de cuentas, como obstáculos infranqueables, que el orgullo del hombre y de una sociedad engreída por su progreso científico pretendían soslayar con el espejismo de que la época nueva del progreso indefinido estaba al alcance de la mano, garantizado y promovido por leyes resultado exclusivo de la razón humana. En vano. Los enfermos del alma y del cuerpo comienzan pronto a peregrinar a Lourdes. Buscan a quien de verdad les puede sanar en lo más hondo de su ser, es decir, en lo más íntimo y fundamental de lo que son como personas: su corazón, su mundo interior, su libertad, su capacidad física y psicológica para esperar y comunicar el don de sí mismo a los demás. Peregrinan y peregrinan por millones, sin interrupción hasta nuestros días. Al comenzar el tercer Milenio de la Era Cristiana la peregrinación a la gruta de las apariciones de la Virgen en Lourdes se ha hecho habitual en las costumbres del pueblo cristiano. El peregrino retorna siempre a casa −así ocurre con la inmensa mayoría− sano de alma, confortado verdaderamente de espíritu y, no pocas veces, sano de cuerpo. La explicación de la curación del leproso por Jesús en Galilea mantiene toda su vigencia. Jesús le dice “Levántate y vete; tu fe te ha salvado” (Lc 17,19). Sí, la fe salva hoy igual que en los inicios de Lourdes, como en los tiempos de Jesús, ¡como siempre! La fe viva salva plena e íntegramente al hombre en la verdad completa de lo que es espiritual y corporalmente: persona llamada al amor y a la felicidad eterna. La fe sana el alma y permite la recuperación −a veces ¡milagrosamente!− de la salud perdida del cuerpo. Es la gracia la que en todo caso, por la vía del amor crucificado, convierte el dolor del hombre en razón, prueba e instrumento del amor salvador de Jesucristo.

            La creencia moderna en el progreso entendido de forma materialista y en la suficiencia de la capacidad humana para establecer un mundo nuevo y feliz iba a sufrir en la historia del siglo XX decepción tras decepción. Las ideologías negadoras radicales de Dios pondrían pronto al descubierto a que extremos de destrucción y de muerte puede llegar el hombre cuando se ensoberbece hasta el punto de querer ocupar el lugar de Dios en la vida personal y en el gobierno y configuración cultural y política de la sociedad. Los campos de exterminio constituyen su índice más terrible. La primera reacción política a tanta barbarie, concluida la guerra, no podía ser otra que la vuelta a una visión trascendente de la persona humana imagen de Dios, salvada y redimida por Cristo hecho carne y que habitó entre nosotros. El acierto político y cultural del recurso al derecho natural en la doctrina jurídica y antropológica que guió a los grandes hombres de Estado en aquella encrucijada histórica, se evidenció pronto en la reconstrucción de la Europa libre. Continuaron con el empeño del desarrollo científico en todos los campos de la vida y experiencia humanas, pero proporcionándole un marco ético y espiritual que impidiese su deshumanización.

Nos encontramos ya a comienzos del siglo XXI y muchas son las señales de alarma respecto a la probabilidad, por no decir, al hecho mismo de una nueva recaída en la tentación del hombre que prescinde de Dios y que se proclama a sí mismo como la última instancia del bien y del mal. Se impone “el poder”, sin más. Entre tanto aparecen y se propagan por todas partes nuevos sufrimientos físicos y psicológicos. La depresión se ha convertido en la enfermedad típica de nuestro tiempo. El dolor interior se apodera de muchas vidas jóvenes. ¿De quién y cómo nos vendrá la salvación? Benedicto XVI nos indicaba la dirección para encontrar la respuesta en el Vía Crucis de la JMJ.2011 de Madrid al señalar el Misterio del amor misericordioso que se nos ha revelado y donado en la Cruz de Cristo: “La Cruz no fue el desenlace de un fracaso −decía el Papa−, sino el modo de expresar la entrega amorosa que llega hasta la donación más inmensa de la propia vida. El Padre quiso amar a los hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor”. En el encuentro con los jóvenes discapacitados en el Instituto San José de Carabanchel, el Papa los denomina “testigos” que “nos hablan ante todo de la dignidad de cada vida humana creada a imagen de Dios. Ninguna aflicción es capaz de borrar esta impronta divina grabada en lo más profundo del hombre. Y no solo: desde que el Hijo de Dios quiere abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios se nos ofrece también en el rostro de quien procede”. Sí, el camino de la fe en Jesucristo, Redentor del hombre, sigue abierto para todos los que en el tercer Milenio busquen sinceramente la verdadera salud. El Señor no deja de repetirnos: “Tu fe te ha salvado”.

         A su Madre Santísima, Virgen María, Virgen de Lourdes, invocada en Madrid como Nuestra Señora de La Almudena, le encomendamos nuestras pobres plegarias para que no nos desviemos nunca del verdadero camino que lleva a la salud y a la vida.

         Con todo afecto y con mi bendición,

         +Antonio Mª Rouco Varela

Cardenal-Arzobispo de Madrid