Domingo 10 de junio de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
En la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, fiesta grande de la Eucaristía, del Amor infinito de Dios a los hombres, la Iglesia celebra el Día de la Caridad.
El Señor, al instituir la Eucaristía en la Última Cena, anticipa su muerte y resurrección, dándose a sí mismo en el pan y vino, su Cuerpo y su Sangre, como nuevo maná. Al celebrar la Eucaristía, al participar comulgando el Pan de la Vida –el mismo Jesucristo- nos implicamos en el dinamismo de su entrega, y en la comunión sacramental quedamos unidos al Señor todos los que comulgamos. La unión con Cristo es unión al mismo tiempo con todos a los que Él se entrega. En la comunión eucarística está incluido el ser amado por Dios y el amor a los otros.
“Los santos –nos recuerda el Papa- han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento, pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así pues, no se trata de un ‘mandamiento’ externo, que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor” (DCE 18).
Después del Vía Crucis que celebramos en la pasada JMJ, el Santo Padre nos decía: “no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y de compadecer”. Y también, aquella misma tarde, nos dijo: “el Padre quiso amar a los hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor. La cruz representa ese amor del Padre y de Cristo a los hombres. En ella reconocemos el icono del amor supremo, en donde aprendemos a amar lo que Dios ama y como Él lo hace: esta es la buena noticia que devuelve la esperanza al mundo”.
Es mucho tiempo, varios años, el que llevamos afectados por la grave crisis cuyos efectos devastadores no han dejado de crecer. Los datos que de un modo periódico hemos ido conociendo, sobre todo el número de personas que pierden el empleo, son alarmantes, por las graves consecuencias que afectan a tantas personas y familias cuya situación de penuria está siendo en muchos casos dramática.
Pero la crisis no es sólo económica y financiera, también estamos padeciendo una profunda crisis moral y de valores. Se idolatra el confort, el bienestar, el dinero, el placer… introduciéndose hondamente en el modo de vida establecido y se rechaza al Dios verdadero. Esta es la raíz fundamental de todos nuestros males. No saldremos de esta situación si no nos convertimos y volvemos nuestra vida a Dios, origen de todo bien.
Es el amor de Dios el que nos impulsa a vivir amando y sirviendo, y con él, recibimos la gracia para construir una sociedad más justa y fraterna, austera y solidaria, apartándonos de la codicia, la acumulación de bienes y el enriquecimiento rápido. Es el amor de Dios el que impulsa al corazón humano a amar y este amor es servir, siendo cauces del amor de Dios para los otros.
Cristo es ‘el Camino, la Verdad y la Vida’ (Jn 14,6), y es en Él y con Él de quien recibiremos la fuerza, hecha caridad, para acertar en la salida de la crisis. Sin esta caridad, que es generosidad sincera, servicio desinteresado, solidaridad fraterna y austeridad, será imposible introducir los cambios necesarios en el estilo de vida y en las costumbres sociales y políticas que han conducido a la crisis y que seguirán amenazantes siempre.
Nuestra Cáritas Diocesana, Cáritas Madrid, ha sido galardonada recientemente con la medalla de oro de la Comunidad Autónoma de Madrid y también cuenta con el apoyo y reconocimiento de gran parte de la población. Cáritas Madrid es la institución de nuestra Iglesia Diocesana al servicio de los pobres. Es el amor de Dios el que moviliza a tantos corazones a vivir amando y sirviendo a los que sufren. Las parroquias, cáritas parroquiales, instituciones de consagrados, voluntarios, donantes, suscriptores, trabajadores, técnicos… y beneficiarios, formamos esa gran familia de Cáritas Diocesana donde circula por los corazones la fraternidad y la concordia, la generosidad y la esperanza.
Aunque en este tiempo las ayudas que Cáritas ha hecho llegar a las personas que sufren más duramente las consecuencias de la crisis han crecido muy significativamente, los fondos de Cáritas siguen aumentando gracias a la generosidad de suscriptores y donantes. Os agradezco sinceramente que este ‘milagro’ de generosidad siga siendo posible. También quiero expresar mi agradecimiento a todas las personas que, viendo las dificultades de tantos que están siendo golpeados por la crisis, se dedican a amar y a servir, acompañando y atendiendo a los más necesitados
Este modo de vivir, amando y sirviendo a los que nadie quiere, es vivir en plenitud, que sólo podemos conseguir sintiéndonos amados por Dios. Que esta manera de vivir de tantas personas que a través de Cáritas aman y sirven a los pobres, sea un ejemplo y un estímulo para toda la ciudadanía y, caminando juntos, salgamos de esta crisis construyendo una sociedad más justa y fraterna.
El Santo Padre, en su despedida de la JMJ, nos decía: “al amor de Cristo sólo se puede responder con amor y esto es lo que os pide el Papa: que respondáis con amor a quien por amor se ha entregado por vosotros”.
Que Santa María nuestra Madre nos ayude a descubrir la grandeza de la Eucaristía: que el Amor de Cristo llegue a nuestros corazones y nos dé fuerza para amar como Él nos ama, acompañando y sirviendo a los que sufren, construyendo un mundo nuevo y distinto, donde el Amor de Dios sea la fuerza transformadora de la vida en nuestra sociedad.
Con mi afecto y bendición para todos.