Mis queridos hermanos y amigos:
Hoy, el domingo más próximo a la Fiesta de los Santo Apóstoles Pedro y Pablo, la Iglesia en España celebra “el día del Papa”. La verdad del Primado de Pedro se actualiza siglo tras siglo desde su muerte martirial en la figura de sus Sucesores en la sede de Roma que han continuado su misión sin solución de continuidad ¡ininterrumpidamente! hasta ahora mismo y que por la promesa del Señor seguirá ocurriendo hasta que Él vuelva en gloria y majestad. “Pedro” es hoy, pues, para la Iglesia y para el mundo nuestro Santo Padre Benedicto XVI.
No faltaron ocasiones en la historia en que “los poderes de este mundo” se adelantaran a pronosticar el fin del Papado, es decir, de “Pedro”, como, por ejemplo, cuando Pío VI muere el 29 de agosto de 1799 en el destierro en Francia −Valencia del Droma− impuesto por Napoleón,. La influencia del radicalismo revolucionario francés, patente en la medida adoptada, no pudo evitar, sin embargo, que los Cardenales, ante el hecho de la ocupación de Roma por las tropas francesas reunidos en Venecia, eligiesen el 14 de marzo del año siguiente, 1800, a Pío VII. En esta coyuntura histórica, una de las más dramáticas por las que atravesó el oficio y el ministerio del Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal, se verificó una vez más, en un momento extraordinariamente crítico para la historia moderna de Europa, la verdad de la promesa del Señor a Pedro en Cesarea de Filipo, tal como nos la relata el Evangelio de San Mateo: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16,18).
Con el siglo XIX se estaba gestando una nueva era de la humanidad que vendría marcada por el progreso científico y tecnológico, por una creciente universalidad en la configuración de las relaciones entre pueblos y continentes, pero, también, por un creciente oscurecimiento de la fe en Dios, origen y fin de todo lo creado, y, muy especialmente, en Jesucristo, su Hijo Primogénito, Redentor del hombre. Las fuerzas del infierno saldrían derrotadas entonces, en los momentos iniciales de ese siglo, como lo habían sido repetidamente en el pasado y lo seguirán siendo en el presente y en el futuro. “Los poderes del mal” han sabido siempre muy bien de la eficacia del “hiere al Pastor y se dispersarán las ovejas”; y, por contra, los fieles del Señor saben también muy bien que “Pedro” siempre saldrá libre y victorioso en la misión de mantener viva la confesión de la fe en Jesucristo, “nuestro amigo, nuestro hermano, nuestro Señor”, cuando toda la Iglesia ora insistente y perseverante por él. Conviene y urge en esta nueva situación histórica, que estamos viviendo en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo del presente año, 2012, mantener fresca y ferviente la memoria de que la Iglesia ha sido edificada sobre “Pedro”, que se adelanta a los demás apóstoles a confesar que “el Hijo del hombre”, superando infinitamente lo que la gente decía de Él (“unos que Juan, el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”), es “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. ¡Una confesión de fe que no se la había revelado “nadie de carne y hueso”, sino el Padre “que está en el cielo”! Sí, sobre esta confesión de fe el Señor edifica su Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, que quiere conducir como el Buen Pastor a la Casa del Padre: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Cfr. Mt 16, 13-19). Todos los que pretenden debilitar a “Pedro” y todo lo que se articula en el mundo de las ideas, de la acción y de la información con esa finalidad, en el fondo de sus intenciones y propósitos se esconde la voluntad de infligir una herida a la comunidad de los creyentes: ¡hacerla tambalear o, al menos, titubear en la fe! Con las consecuencias de debilitamiento moral de las conciencias y de sus efectos destructivos en el campo del reconocimiento de la dignidad de la persona humana, del matrimonio, de la familia, de la justicia social y de la solidaridad. ¡El servicio de “Pedro” a la fe es un verdadero servicio a la Iglesia y a toda la humanidad!
Benedicto XVI, “el Pedro” de nuestros días, nos ha convocado a celebrar y a vivir un “año de la Fe”. ¿Será, por ello, por lo que se le ha hecho y hace sufrir tanto? Muchos son los indicios que sugieren una contestación afirmativa. La respuesta de la Iglesia en España y, por supuesto, la de la Archidiócesis de Madrid no puede ser otra que la de la fiel y apostólicamente generosa disposición para acoger su llamada a la nueva Evangelización: ¡a la Misión! En Madrid, la viviremos a partir de ahora mismo bajo el lema “Misión-Madrid”. No podemos olvidar en esta verdadera encrucijada histórica −cuyas “señas” de identidad son la crisis económica, social, cultural y moral y espiritual− lo mejor de nuestra historia de fidelidad al Evangelio transida de un amor a Jesucristo vivido en la comunión nunca rota con “Pedro” y de un compromiso misionero que no conoció fronteras a la hora de llevar a los hombres de todos los continentes la Buena Noticia de Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros: ¡el Redentor del hombre! Y, sobre todo, no podemos ni queremos olvidar la cercanía reiteradamente mostrada por nuestro Santo Padre Benedicto XVI a España. “Su prueba” más próxima, entrañable, emocionante y luminosa ha sido la de la JMJ-2011 en Madrid. En nuestra visita de “acción de gracias” a Roma, el pasado “lunes Santo” −2 de abril−, le decíamos
“A medida que pasa el tiempo, percibimos con más profundidad la gracia que ha supuesto para España y para Madrid vuestro paso por nuestras vidas y por nuestra patria. El Señor Jesús se ha hecho presente, en la persona de su Vicario, y nos ha confirmado en la fe, alentado en la esperanza y fortalecido en el amor. Nos ha permitido verificar la certeza de su presencia resucitada en medio de una Iglesia, siempre joven por la fuerza del Espíritu, y capaz de interrogar a los hombres de nuestro tiempo sobre el misterio que encierra: la persona misma del Señor. Nada de esto hubiera sido posible sin la presencia de Vuestra Santidad, que ha recibido la misión de pastorear a toda la Iglesia y de conducirnos hacia Cristo, Hermano, Amigo y Señor de nuestras vidas. Nuestra gratitud, por tanto, es la única respuesta debida a tanta gracia recibida y, al mismo tiempo, el reconocimiento gozoso y creyente de vuestro ministerio al servicio de toda la Iglesia”.
Hoy es, pues, la hora de unirnos sin fisuras e intensamente en la oración por el Papa y de ofrecerle nuestra ayuda, “el óbolo de San Pedro”, que desde tiempo inmemorial él necesita para sostener y realizar su tarea de Pastor de toda la Iglesia −¡de todos los Pastores y de todos los fieles!− al servicio de la unidad en la caridad de todos sus hijos e hijas: para el bien de la familia humana y, en especial, de los que en ella más lo necesitan en el alma y en el cuerpo.
Nuestra plegaria por nuestro Santo Padre Benedicto XVI se la confiamos a la Virgen Santísima, que cuidó milagrosamente de los Papas de los dos últimos y dificilísimo siglos (recordemos a la Virgen de Fátima y a Juan Pablo II en este contexto), para que lo haga con él con la misma delicadeza y ternura que le mostró a sus predecesores. ¡Sí, se lo confiamos a Santa María, la Real de La Almudena, con la proverbial devoción de los madrileños!
Con todo afecto y con mi bendición,