Mis queridos hermanos y amigos:
El camino de la fe lleva al hombre que cree en la Palabra de Dios a una conclusión final: Jesucristo es el Rey del Universo. El verdadero creyente profesa y proclama que Jesucristo es el Rey del Universo como la suprema verdad que ilumina toda la existencia del hombre sobre la tierra: su origen, su fundamento, su destino, su fin último. Todos los grandes enigmas que envuelven la existencia humana y que el hombre con su sola razón no sabe ni puede resolver, quedan aclarados por Jesucristo “imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura” (Col 1,15). Hoy nuestro Santo Padre Francisco clausura el Año de la Fe, iniciado por su predecesor el Papa Benedicto XVI, el 11 de octubre del pasado año, en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. Un Año de la Fe que en Madrid hemos querido vivir con ánimo e impulso “misionero”, alentados por la experiencia espiritual y apostólica de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011: “una verdadera cascada de luz”, “una estupenda manifestación de fe para España y para el mundo”, “una nueva evangelización vivida” (Benedicto XVI, Audiencia General, 24 de agosto de 2011; Discurso a la Curia Romana con motivo de las felicitaciones de Navidad, 22 de diciembre de 2011).
Con “Misión-Madrid” tratamos de responder a la llamada del Papa en el año 2012/2013 y nos proponemos seguir haciéndolo en el presente curso 2013/2014. Hemos hecho balance de los frutos de evangelización cosechados hasta ahora en nuestra Carta sobre “Un nuevo Curso Pastoral de la Misión-Madrid” del pasado 15 de junio. Ya inmersos en él con la intensa preparación de la misión en los Colegios y con las iniciativas emprendidas para dinamizar con un nuevo y fresco espíritu misionero, sobre todo a nuestras comunidades parroquiales, es bueno volver a plantearse la pregunta de si Jesucristo, el Redentor del hombre, el Rey del Universo, ha constituido el centro de nuestra vida espiritual, de nuestra acción pastoral y de nuestro testimonio cristiano en la sociedad y ante el mundo. Porque no podemos olvidar lo que Benedicto XVI advertía al convocar el Año de la Fe: “Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso cristiano, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como presupuesto obvio de la vida común. De hecho este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado” (Porta Fidei, 1). Y es negado en su núcleo y objeto central: Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros, muerto y resucitado por nuestra salvación. El ateísmo y el agnosticismo contemporáneos incluyen en sus negaciones e “ignorancias” a Dios y a Aquél a quien ha enviado, a Nuestro Señor Jesucristo. Lo niegan e ignoran en la teoría y en la práctica. En el fondo intelectual y existencial de sus teorías y actitudes se esconde la afirmación del poder absoluto del hombre sobre sí mismo y sobre toda la realidad que le circunda sin límite de espacio y de tiempo, es decir, se encuentra la concepción y el ideal del “super hombre”, a quien estorba Dios y a quien estorba, muy especialmente, el “Dios con nosotros”, clavado y muerto en una cruz, resucitado y Señor de cielo y tierra. El fruto pastoral de toda evangelización y de cualquier empeño misionero de la Iglesia −con especial urgencia y gravedad en nuestro tiempo− tiene una medida y un punto de partida decisivo para que pueda lograrse, expresado lapidariamente por Pablo VI: “No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el misterio de Jesús de Nazareth, Hijo de Dios” (Evangelii Nuntiandi, 4). Anuncio de palabra y testimonio de vida que transparente la palabra de la vida. Anuncio, que le trasluzca a Él, el Redentor del hombre: a Él, ¡Jesucristo Rey del Universo!
La pregunta planteada, cuando estamos poniendo en marcha nuestro segundo año de “Misión-Madrid”, y en este Domingo, último del Año Litúrgico, en el que la Iglesia celebra la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, se nos llena de la plenitud del significado del Reinado de Cristo para nuestras vidas y las de todos nuestros contemporáneos: ¿es en Cristo, en quien enraizamos nuestro pensamiento, nuestra memoria, nuestra voluntad, por la fe profesada, confesada y vivida en la Comunión de la Iglesia? ¿Podemos afirmar sinceramente, sin reserva alguna, que es la Iglesia “el aire en el que mi fe respira y el suelo sobre el que se yergue”, que “Ella es propiamente la que cree”, que “la Iglesia cree en mí”? (Romano Guardini, Vom Leben des Glaubens, 133). Puesto que “lo que se comunica en la Iglesia, lo que se trasmite en su Tradición viva, es la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca a la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su afectividad, abriéndola a relaciones vivas en la comunión con Dios y con los otros” (Papa Francisco, Lumen Fidei, 40).
He aquí, nuestro principal reto para la “Misión-Madrid” en el curso pastoral 2013/2014 en la perspectiva abierta por el Año de la fe, que hoy concluye, y actualizada por el Magisterio del Papa Francisco: ¡anunciar a Jesucristo y darlo a conocer con obras y palabras a los niños y a los jóvenes de Madrid!; ¡ofrecerlo de nuevo a las familias madrileñas como el infinita y tiernamente cercano en todas sus situaciones personales y sociales, dolorosas y problemáticas −aunque también en las gozosas y esperanzadoras− en las que se encuentran! “«¡Qué bien se está aquí!», poniendo a Cristo, la fe, la esperanza, el amor que él nos da, en nuestra vida”. Así glosaba el Papa Francisco para los jóvenes de la JMJ Río de Janeiro 2014, el Evangelio de la Transfiguración (Papa Francisco, Homilía en el acto de acogida de la Jornada Mundial de la Juventud, 25 de julio de 2013). Sí, una excelente exhortación para la “Misión-Madrid 2013-2014”, que cobra un relieve espiritual y apostólico y una amplitud y profundidad evangelizadora singulares contemplando a Jesucristo Rey del Universo y uniéndose a la plegaria de la Iglesia, dirigida al Padre en la Liturgia de su Solemnidad: “haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin”.
Con María Reina, junto a su Divino Hijo, Madre y Señora nuestra, al pie de la Cruz, nos será fácil edificar y enraizar nuestras vidas y nuestro apostolado en Él, “firmes en la fe”. ¡Pidámoselo de corazón a esa Divina Madre, María, a quien invocamos en Madrid tiernamente como Nuestra Señora de La Almudena!
Con todo afecto y con mi bendición,