Jornadas de la Familia 1996


Chequeo a la familia

Me gozo de tener esta nueva oportunidad de desearos la alegría y la plenitud de vida de Cristo resucitado, en estos días finales del tiempo pascual, ya cercana la solemnidad de Pentecostés, fiesta de esa plenitud para nosotros de la obra redentora de Cristo, que desde el seno del Padre, después de ascender a los cielos, nos envía el Don del Espíritu Santo, haciéndonos de este modo partícipes de su propia vida divina. Es esta vida, con mayúscula, la que Él nos hace posible vivir, y que convierte todas las cosas, y todas las circunstancias, en gozosas, y llenas de esperanza, porque las llena de sentido. Desde Cristo todo es diferente, nacer, crecer, trabajar, tener amigos, divertirse, casarse, crear en familia, tener hijos… morir. Todo queda iluminado, y redimido, desde Cristo; y de modo particular la vida de familia, que es el único ámbito humano plenamente adecuado al ser del hombre. El Papa Juan Pablo II lo expresó admirablemente en su primera visita a España, en la misa de las familias que celebró en la madrileña plaza de Lima: «La familia es el único lugar en que el ser humano es amado por sí mismo», y no en función de otros intereses. Que la familia exista, y que se mantenga sana, tiene mucho que ver con esa paciencia de Cristo que ilumina y cambia la vida. Tan es así, que uno de los signos más visibles de la descristianización de nuestra sociedad es justamente el progresivo deterioro de la familia. Y sin vida de familia el ser humano está abocado a todo tipo de destrucciones. Todos podemos comprobarlo cada día. Por eso, prestar atención, como haréis en estas jornadas, a la familia y a la luz de Cristo, es una tarea de primera necesidad.

Os invito, pues, con sumo interés, a que viváis activamente estas «Octavas jornadas de la Familia», los días 28 al 30 de Mayo, orientadas a una revisión y «chequeo a la familia», y a participar en la celebración eucarística final, el 31, fiesta de la Visitación de la Virgen María, que yo mismo presidiré en la catedral de La Almudena.

El papel decisivo de la familia en la Iglesia, y en la sociedad, exige que, desde todos los ámbitos de la Archidiócesis, dediquemos unos días a reflexionar acerca de puntos claves de su vida y de su misión, tales como su modo de vivir la comunión eclesial y de formar parte para ella; de educar para la paz y no para la violencia; de comprometerse más activamente en la vida pública, social y política… Este examen de conciencia -que ya pedíamos en nuestra carta pastoral del mes de mayo del pasado año- es un primer paso, bien importante, en el camino de conversión señalado en el plan diocesano de pastoral que se hará público en los próximos días. La preparación y la entrada en el tercer milenio es, asimismo, una oportunidad única y un nuevo estímulo en el trabajo pastoral con la familia y desde la familia.

Ojalá estas «Octavas jornadas de la Familia» nos hagan más conscientes a todos -y más capaces de poner manos a la obra- de que el futuro de la Iglesia y de la humanidad, y la realización de una fecunda «nueva evangelización», pasan por la familia. Que ella sea en verdad el centro de nuestras mejores preocupaciones pastorales, teniendo en cuenta como punto de referencia, en todo momento, a su fuente y modelo ejemplar: Dios mismo, que es familia trinitaria, y cuyo Hijo nos hace presente su misterio haciéndose carne en el seno de la Sagrada Familia, para hacer de los hijos de Dios dispersos una única familia, que es la Iglesia.

Con mi afecto y mis mejores deseos para cuantos trabajáis en el ámbito de la familia, y para las familias todas de la Archidiócesis, os encomiendo especialmente a la Madre, Santa María de La Almudena, y os bendigo de corazón a todos.

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