El aborto en Madrid. Un reto a la conciencia cristiana y ciudadana

Introducción
1.- Aborto y violación del sistema legal
2.- El evangelio de la vida
3.- La grave responsabilidad de los políticos
4.- La defensa de la vida

Desde que el año 1985 entrara en vigor la conocida popularmente como «ley del aborto», una mentalidad hostil a la vida incipiente se ha difundido en nuestra cultura de modo alarmante. Recientes informes sobre la aplicación de la ley del aborto en la Comunidad de Madrid revelan hasta qué punto se ha devaluado la vida humana en sus inicios a un mero objeto del que se puede disponer y suprimir con toda facilidad. Según estos informes, en nuestra Comunidad Autónoma se realizan mas de 30 abortos diarios, es decir, más de 10.395 al año. Esta situación es particularmente grave si consideramos que en muchas clínicas el aborto es prácticamente libre. La supresión, por el Real Decreto 2409/ 1986 de 21 de Noviembre, de las Comisiones de Evaluación encargadas de controlar la existencia de alguno de los supuestos previstos por la ley, y el hecho de permitir -amparado por el mismo decreto- la existencia de clínicas privadas dedicadas exclusivamente a la práctica del aborto, han contribuido a que el número de abortos se dispare vertiginosamente. De los nueve abortos que, según los datos oficiales, se practicaron en 1985 se pasó a 16.766 en el año 1987.

Este crecimiento del número de abortos y la permisividad que refleja aumentaría de modo incontrolado y aún más alarmante si prosperase la reciente propuesta de la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados, por unanimidad de sus miembros, representando todo el arco parlamentario, para que se autorice el uso de la píldora RU-486 (o Mitepristone) en los centros sanitarios españoles. Presentada como anticonceptivo y como un fármaco con finalidad terapeútica en casos de cáncer de útero y de mama -finalidad que niegan serios científicos-, se trata, en realidad, de un abortivo fulminante que, en Francia, por ejemplo, ha supuesto, desde su aprobación, el 30 % de los abortos. En Europa, ha ocasionado 200.000 abortos en los últimos quince años. Se explica así que tanto la Organización Mundial de la Salud como las grandes firmas farmacéuticas se hayan negado a comercializarla. Nos encontramos, pues, ante un nuevo ataque la vida.

1. Aborto y violación del sistema legal
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La indicación de la «salud física» de la mujer se está aplicando sin el menor rigor y esta sirviendo como justificación de la mayoría -quizá hasta el 99 %- de los abortos existentes en nuestro país y que, injusta e incorrectamente, reciben el título de «legales». Nos encontramos, por tanto, ante un enorme fraude de ley que ha convertido la práctica del aborto en una red de negocios privados exentos de las garantías de inspección y control. A esta situación de impunidad con la que se practica el aborto ha contribuido, sin duda, el hecho de que las actuaciones ante los tribunales en defensa de la aplicación de la «ley del aborto», tal como es contemplada en el actual ordenamiento jurídico, han resultado ineficaces, debido en gran parte al Influjo de una mentalidad extendida en la sociedad según la cual el aborto ha perdido su valoración ética y moral y ha llegado a ser admitido como un derecho de la mujer que debe ser reivindicado por todos los medios y costeado con fondos públicos. Se tiene así la impresión de que los tribunales son incapaces de sancionar el fraude de la ley y que la Administración competente abdica de su responsabilidad política en la defensa de los derechos fundamentales del nasciturus.

Esta gravísima situación nos urge a los obispos de la Provincia Eclesiástica de Madrid a recordar los imperativos de la ley moral que Dios ha inscrito en el corazón del hombre con el precepto de «no matarás». Es importante subrayar que la práctica del aborto sigue estando sancionada en nuestro reciente Código Penal, aunque el peso de la ley no recae en tres supuestos concretos: cuando el embarazo pone en peligro la salud física o psíquica de la madre, cuando existe riesgo de que el nuevo ser sea portador de graves anomalías, y si el embarazo ha sido consecuencia de un delito de violación. Nadie puede cuestionar la gravedad de estos casos. Sin embargo, los obispos de la Provincia Eclesiástica de Madrid, fieles a la Tradición de la Iglesia y en sintonía con las declaraciones de la Conferencia Episcopal Española, nos manifestamos en contra de la despenalización de estos tres supuestos y consideramos que estas situaciones, en las que seguimos afirmando con fuerza el derecho a la vida del nuevo ser, podrían haber encontrado un idóneo tratamiento jurídico desde la ponderación de los «eximentes» y «atenuantes» existentes.

2. EL Evangelio de la vida
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No queremos denunciar esta situación sin anunciar al mismo tiempo el Evangelio de la vida que está «en el centro del mensaje de Jesús». Aún está reciente la publicación de la encíclica Evangelium Vitae con la que Juan Pablo II respondía al deseo y necesidad de la Iglesia de ratificar con su autoridad del Sucesor de Pedro, «el valor de la vida humana y su carácter inviolable, con relación a las circunstancias actuales y a los atentados que hoy la amenazan». El más grave de ellos es la aceptación social del aborto como un supuesto derecho de quienes se abreven a eliminar la vida de un ser humano inocente creyéndose autorizados para ello por diversas razones.

Desde sus orígenes, la Iglesia ha acogido en su seno el Evangelio de la vida y lo «ha anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hambres de todas las épocas y culturas».. La fe en el Señor Jesús comenzó a difundirse y a desarrollarse en ambientes en que la vida no-nacida carecía de valor y donde la práctica del aborto era común. Sin embargo, el cristianismo fue distinto. Ya desde el siglo I, entre otros escritos el libro de la Didajé, se comienza a afirmar tajantemente la exigencia ética de protección de la vida no nacida. Un siglo más tarde, Atenágoras, en su Defensa de los cristianos, afirma con rotundidad que el aborto constituye un verdadero homicidio. Tertuliano, con una espléndida frase, formula la verdad que se esconde detrás de esta doctrina: «También es hombre el que lo va a ser, igualmente que todo el fruto está ya contenido en la semilla».

La enseñanza de la Iglesia sobre el valor del ser no-nacido tiene su punto de partida en la misma Palabra de Dios, transmitida en el Antiguo y Nuevo Testamento. Son varios los textos bíblicos que revelan la convicción de que el nuevo ser, que aún no ha abierto los ojos a la vida, es imagen del Creador, tiene una dignidad personal y es sujeto de una relación filial con Dios, como lo expresa de forma paradigmática el salmo 139: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno… Cuando me iba formando en lo oculto… tus ojos veían mi embrión». Se trata del milagro del amor de Dios que se hace presente en la vida en gestación como reconoce la madre de aquellos siete hijos condenados a muerte durante la persecución macabea: «Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, no fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno». La vida es un don y un regalo de Dios, «el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas» ( 2 Mac 7, 22- 23).

En el Nuevo Testamento, el pasaje de la Visitación de María a Isabel es un testimonio elocuente de esta misma verdad: Juan Bautista salta de alegría en el seno de su madre ante la presencia de Aquel que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. De ahí ha surgido la experiencia básica cristiana de percibir la presencia del Dios del amor y de la vida en los mismos orígenes de un nuevo ser en el que se repite la misma historia del principio cuando Dios insufló el aliento de vida en el primer hombre: sus manos siguen llamando a la existencia a cada persona. La experiencia religiosa cristiana ha vibrado ante este misterio de la vida, que desborda la mera cooperación humana, y lo ha entendido como el primer y gran don del Dios Creador. Cada vida que comienza es un acto de amor y de gracia de Dios que nos la entrega como un precioso regalo.

3. La grave responsabilidad de los políticos
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Desde la verdad de la revelación cristiana sobre el misterio de la vida como don de Dios queremos llamar la atención de las autoridades públicas, responsables de nuestra Comunidad de Madrid, para que no asistan impasibles a la violación de la situación legal que origina una total trivialización del hecho del aborto. No pueden olvidar su grave responsabilidad porque lo que esta en juego es el valor básico de la vida humana en sus inicios. Deben favorecer que se articulen con eficacia los medios necesarios para proteger esa vida en peligro, reconociendo que los cauces de ayuda a la mujer embarazada son hoy insuficientes. Es necesario ante todo tomar las medidas necesarias para la protección efectiva de la maternidad. Toda mujer que espera un hijo no debería nunca verse abocada por razones laborales, económicas o sociales a plantearse en serio la posibilidad de eliminar ese hijo, que es un bien de valor incalculable para la sociedad. Esto constituye un gran reto para los responsables públicos de la Comunidad de Madrid, que debe ir acampanado por la aplicación cuidadosa de la ley que sigue protegiendo a la vida no-nacida de la misma forma que lo hace con los ya nacidos.

Las autoridades públicas son las llamadas en primer lugar a velar por el cumplimiento de la ley y de la sentencia del Tribunal Constitucional que afirman el valor de la vida no-nacida y el respeto y la protección con la que debe rodearse a esa indefensa realidad humana. Nos parece muy grave que, a la sombra de interpretaciones laxas y carentes de valor jurídico, se esté promoviendo el aborto en determinadas clínicas que han convertido esta práctica en un mero y macabro negocio. Resulta aberrante y escandaloso que se viole un derecho humano básico para conseguir pingües beneficios económicos.

La tarea que compete a las autoridades públicas no es la de cerrar los ojos ante las graves situaciones ilegales que se están generando, sino la de velar por un estricto cumplimiento de la ley y la de promover eficazmente medios de ayuda que protejan las indefensas vidas humanas, repletas de potencialidades y de expectativas, a las que se aborta brutalmente su destino humano. Nuestra sociedad, que se siente crecientemente preocupada por el drástico descenso de la natalidad en nuestro país, tiene que preguntarse si, además de actuar injustamente, no está dilapidando miopemente las futuras aportaciones de seres humanos que van a ser tan necesarios en los próximos años. Y, sobre todo, jamás debe olvidar que el fuste y el vigor ético de una sociedad se mide por la protección y ayuda que presta a sus miembros más débiles e indefensos.

4. La defensa de la vida
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No podemos negar que la imposición de penas, por el aborto o por cualquier otro delito, nos resulta dolorosa en virtud de la actitud cristiana de perdón a la que nos empuja el evangelio. Pero la existencia de un sistema penal, junto con otras medidas positivas de prevención y de ayuda, es socialmente necesaria para la afirmación y protección de los valores que debe afirmar toda sociedad a fin de que sea posible la convivencia humana. En el tema del aborto está en juego un valor primario en todo orden social: el del derecho a la vida, valor fundamental y fundante de todos los otros derechos y valores humanos. Una sociedad que desproteja este valor básico, en el que se enraízan todos los restantes derechos humanos, queda gravemente amenazada cuando admite el aborto.

Paradójicamente, nuestra cultura ha intensificado su sensibilidad hacia la vida no- humana. Hoy existe una fuerte conciencia sobre el valor de los animales y se está hablando de la existencia de unos presuntos derechos de los mismos que deben ser respetados. Es una flagrante contradicción que se renuncie en la práctica a toda protección de la vida humana no nacida, mientras que se intensifica la defensa de otros seres vivos. La «cría» humana merece un respeto y una protección indiscutiblemente superiores a lo que se debe a otras especies, cuya destrucción suscita hoy agudas protestas.

Los cristianos no podemos ni debemos quedar indiferentes ante esta situación de desprotección de la vida humana no-nacida. Aunque se han dado progresos notorios, se debe avanzar en los necesarios cambios sociales para que no se estigmatice a las mujeres solteras que están esperando un hijo. No podemos negar que han existido actitudes y costumbres marcadas por una falta de acogida a mujeres que necesitaban una palabra de comprensión, aceptación y ayuda. Somos conscientes de que es urgente crear cauces de protección social que puedan impedir que una mujer, que vive su embarazo con dificultades, recurra a un aborto que nadie desea. Son de agradecer las importantes iniciativas existentes fuera y, sobre todo, dentro de la comunidad creyente, empeñadas en la ayuda a la madre y en la protección del niño aún no nacido. He aquí un reto insoslayable para quienes podemos gloriarnos de pertenecer a una tradición -la de la Iglesia- que nos ha enseñado a amar a los niños y a defender a los que aún no han visto la luz de la vida.

Los cristianos debemos mantenernos fieles a esta tradición donde el misterio de la vida es inseparable del misterio de Dios y que ha sabido reconocer en los no- nacidos la cálida presencia del Dios del amor que les llama a vivir una «vida» que transciende el orden físico y «donde encuentran pleno significado todos los aspectos y momentos de la vida del hombre». Precisamente el reconocimiento de que, ya desde el inicio de la concepción, el ser humano es llamado por Dios a un destino de vida eterna, hace que el claustro materno se convierta en un lugar inviolable donde se fragua el misterio de cada persona. Como atestiguan numerosos textos bíblicos, el hombre, desde que está en el seno materno, «es término personalísimo de la amorosa y paterna providencia divina»

Queremos, por tanto, alentar y agradecer a quienes trabajan en favor de la vida humana su generosidad y sacrificio. En primer lugar, a las madres y padres de familia que acogen y cuidan a sus hijos como el mayor don de Dios; también a la inmensa mayoría de los profesionales de la salud que no ponen su saber y su trabajo más que al servicio de la vida; a las personas e instituciones comprometidas de una u otra manera en la acogida digna y en la promoción integral de la vida humana. A los políticos, parlamentarios y autoridades les agradecemos asimismo todos sus esfuerzos por mejorar, de acuerdo con sus responsabilidades, las normas que regulan nuestra convivencia de acuerdo con los derechos fundamentales de la persona humana, de tal modo que se favorezca una verdadera «cultura de la libertad» que será auténtica si se acoge y ama la vida; de una libertad que se sabe responsable del derecho a la vida.

Madrid, 1 de Febrero de 1998, Jornada nacional en favor de la vida.

+ Antonio María Ronco Varela, Arzobispo de Madrid

+ Francisco-José Pérez y Fernández-Golfín, Obispo de Getafe

+ Manuel Ureña Pastor, Obispo de Alcalá de Henares

+ Fidel Herráez Vegas, Obispo auxiliar de Madrid

+ César-A. Franco Martínez, Obispo auxiliar de Madrid

+ Eugenio Romero Pose, Obispo auxiliar de Madrid

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