Homilía en la Solemnidad de San isidro Labrador, patrono de la Villa de Madrid

Iglesia Colegiata de San Isidro, 15.5.1998, 12 h.

(Hech. 4,32-35; Sant. 5,7-8.11.16-17; Jo 151,1-7)

Mis queridos hermanos Obispos y Presbíteros concelebrantes
Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

LA SANTIDAD: VOCACION DE LA IGLESIA Y VOCACION DEL HOMBRE

«La fe confiesa que la Iglesia… no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama ‘el solo Santo’, amó a su Iglesia como a su esposa. El se entregó por ella para santificarla (cf. Ef. 5, 35-36), la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios. Por eso todos en la Iglesia, pertenezcan a la Jerarquía o sean regidos por ella, están llamados a la santidad, según las palabras: ‘Lo que Dios quiere de vosotros es que seáis santos’ (1 Tes. 4,3; cf. 1,4)» (LG,39).

La razón final –y, por ello, última– de la entrega y oblación de Jesucristo en la Cruz según la enseñanza del Concilio Vaticano II, tan nítidamente expresada en este texto con el que se abre el capítulo quinto sobre «la Vocación Universal a la Santidad en la Iglesia» de la Constitución «Lumen Gentium», es la santificación de la Iglesia y, por ella y en ella, la santificación del género humano, de los cielos y la tierra (cf. GS, 45). El cristiano y, en el fondo, todo hombre tienen una definitiva y, por tanto, decisiva vocación: la de ser santos.

FIESTA DE SAN ISIDRO: ACTUALIDAD Y URGENCIA HUMANA Y ECLESIAL DE UNA DOBLE VERDAD

La fiesta de nuestro Patrono San Isidro Labrador, con el aroma espiritual de los siglos de fe cristiana y de experiencia de la Iglesia como factores determinantes de la vida y del perfil histórico de Madrid, vuelve a recordarnos esa doble verdad teológica y humana a la vez: el hombre se salva cuando realiza el proyecto de su vida como un camino de santidad y para la santidad, y la Iglesia llega a la plenitud de su servicio al hombre cuando le ofrece fiel y generosamente los dones visibles e invisibles del Espíritu Santo que lo santifican. Esta doble verdad, estrechamente relacionada entre si, representa siempre, en cada época de la historia de la Iglesia y del mundo, el horizonte luminoso donde se pueden encontrar las respuestas precisas para la gran cuestión, siempre acerante en el interior de todo hombre, del «para qué» de su existencia; y, al mismo tiempo, donde emana el criterio auténtico para el discernimiento y la recta formulación de todo lo que es verdadera o falsa reforma en la Iglesia. Un modelo de cristiano y/o de hombre que renunciase al ideal de la santidad, terminaría más pronto o más tarde en la desesperanza y la frustración históricas, quedando abocado al abismo de la perdición eterna. Y un programa de actuación y vida pastorales de la Iglesia que no se propusiera como fin último la santidad de sus hijos, a compartir en la comunión de los santos, a fin de que todos los hombres se salven, acabaría pronto por sumirse en la vaciedad espiritual y en la pérdida de la fidelidad al Señor y a su Evangelio: en la autodisolución de la comunidad eclesial en moldes y modos de puro activismo humano.

El santo es el exponente más inequívoco de la nueva humanidad que nace del Misterio de la Pascua de Jesucristo Resucitado; y la santidad, el bien más propio y, además, el totalmente insustituible que la Iglesia tiene que ofrecer a las sociedades y a los pueblos en donde ella se haya encarnado a lo largo de los siglos.

SAN ISIDRO LABRADOR Y SANTA MARIA DE LA CABEZA: FRUTO Y DON DE LA IGLESIA PARA MADRID. LA HISTORIA MADRILEÑA DE LOS «SANTOS».

San Isidro Labrador –junto con su esposa Santa María de la Cabeza– significan fruto y don de la Iglesia en Madrid y para Madrid; ¡Frutos y dones espléndidos! En ellos, esposos madrileños, se revela la santidad de la Iglesia en Madrid en forma de extraordinaria sencillez evangélica desde muy antiguo, desde los siglos más cruciales para su implantación entre sus gentes. Y, ellos, a su vez, como el mejor servicio y don que la Iglesia pudo aportar al bien de las personas y del pueblo de Madrid, abren con el ejemplo de su vida escondida con Cristo en Dios una maravillosa historia en el marco de la historia general de nuestra ciudad –la Villa y Corte de Madrid–: la historia de sus santos, nunca interrumpida hasta hoy mismo. Todavía el domingo pasado, en una de esas radiantes mañanas de la primavera romana, el Santo Padre beatificaba en la Plaza de San Pedro a once madrileñas, testigos insignes del amor de Cristo.

¡Cuánto han aportado «los santos» a la vida de esta querida tierra y ciudad, a sus habitantes y visitantes, a sus hijas e hijos, a lo largo y a lo ancho del segundo milenio que fenece, en la búsqueda sincera e impretenciosa de la verdad, en su auténtica profesión teórica y práctica, en el sostenimiento paciente y gozoso de la esperanza que no defrauda, en el testimonio incansable de un amor gratuito y abnegado al hermano, al hermano más pobre, hasta el propio agotamiento e inmolación! ¿Y como podría imaginarse alguien una historia interior de lo que fue, es y, con toda seguridad, será la vida más íntima y menos engañosa de la comunidad humana de los madrileños sin la oración de alabanza, de acción de gracias y de petición a Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, que brota del limpio manantial de santidad que no cesa de manar de esa historia vivamente actual de los santos y santas de Madrid?

LOS SANTOS: «SIGNOS DE CONTRADICCION» E INSTRUMENTOS DE «NUEVA HUMANIDAD».

Sí, uno sabe, con la experiencia milenaria de cruz y pasión propia de la Iglesia, peregrina entre las luces y sombras de la historia, que la santidad, y los santos, se convierten en los «signos de contradicción» por excelencia cuando se plantean los debates sociales y culturales de los tiempos. Los nuestros no son excepción. Es posible que la misma categoría de santidad o incluso la expresión o calificación valorativa de una persona como «santa» o «santo» suene a ñoñez o a tonta, arcaica e hipócrita inutilidad. Es más, en no pocas ocasiones, «lo santo» y «los santos» provocan rechazo y sorda oposición. Los poderes de este mundo no los soportan. Proponer este camino –el de la santidad– y a los santos como fórmula y modelos respectivamente para contribuir a los procesos de regeneración moral y ética de la sociedad aparece y puede ser presentado hasta como absurdo y peligroso.

La vida de San Isidro Labrador nos alecciona hoy, en su Fiesta anual, justamente de todo lo contrario. En su casa y familia, animada por un amor de los esposos, casto, fiel, de mutua y completa donación, estaba siempre abierta la puerta para el pobre. Ninguno que pasase a su vera quedaba sin ser remediado. ¡Puertas de hogar y puertas del corazón siempre abiertas para todas las necesidades de sus vecinos y hermanos! En aquel Madrid del siglo XII, en el momento álgido de la Reconquista, Isidro Labrador y María de la Cabeza contribuían a que la Iglesia se mostrase igual que en sus orígenes apostólicos: como «un grupo de creyentes» en el que «todos pensaban y sentían lo mismo; lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía» (Hech. 4,32). Por otra parte, su fuerza era su paciencia. Una virtud, aprendida en el laboreo del campo y cultivada diariamente en la vivencia orante de la esperanza cristiana. Si el fruto valioso de la tierra, siempre viene ¿cómo no va a venir el Señor, Resucitado y Ascendido a los Cielos, que nos ha enviado ya el Espíritu Santo que anima a la Iglesia y nos anima a nosotros para mantenernos firmes en el ejercicio de su amor? (cfr. St. 5,7-8). Fe, esperanza y caridad modelaban todos los aspectos de la existencia de aquel labrador madrileño que permanecía inquebrantablemente unido a Cristo como el sarmiento a la vid: por la fervorosa piedad eucarística, por su devoción a la Virgen María, por su actitud habitual de constante presencia de Dios..; y la transformaban en instrumento de santidad y de nueva humanidad, ejemplar para los hombres de su tiempo y para nosotros, madrileños de los umbrales del Tercer Milenio.

SAN ISIDRO LABRADOR PATRONO E INTERCESOR DE LOS MADRILEÑOS

Los santos son modelos e intercesores. San Isidro lo es para nosotros, especialmente en este día y en esta solemne celebración eucarística en la que le invocamos como a nuestro Patrono. A él quisiera pedirle hoy, en su Fiesta de 1998: que nuestra Iglesia diocesana de Madrid sepa servir a todos sus hijos, mostrándose entrañablemente inmersa en la comunión de los santos, unida a la Virgen Santísima, Reina del Cielo y Madre de todos los madrileños. Quiera San Isidro Labrador interceder por nosotros –pastores y fieles– para que estemos diligentemente dispuestos a dejarnos animar por el Espíritu Santo con tal intensidad y coherencia evangélica de compromiso y de vida, que los necesitados de cuerpo y alma, todos los que sufren en este querido Madrid, los que buscan luz y esperanza para su futuro, los que ansían benevolencia, justicia, paz y amor, perciban y reciban la Buena Noticia del Evangelio que los cura y que los salva.

AMEN.

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