Homilía con motivo de la Clausura del Encuentro Nacional de Jóvenes

Explanada de la Basílica de Covadonga, 16 de septiembre de 2001; 16,00 horas

(Ex 32, 7-11.13-14; Sal 50, 3-4.12-13.17 y 19; 1Tm 1, 12-17 Lc 15, 1-32)

Mis queridos hermanos y amigos:

Hemos subido hasta la SANTA CUEVA, a LA CUEVA DE LA SEÑORA, de la SANTINA, Virgen y Madre de estas tierras de Asturias, cuna de la España recuperada y renacida en un momento clave y decisivo de su historia. Venimos como peregrinos que la buscan como la Madre de su vida cristiana, Madre de la Iglesia y de todos los hombres; especialmente venerada y amada por los españoles. Somos, jóvenes no sólo en edad y en vigor físico y psicológico, sino también en el alma y en el corazón. Jóvenes que quieren y se proponen en estos momentos de su patria, de la sociedad y del mundo, ser protagonistas de un renacimiento espiritual de las nuevas generaciones de España. Unidos a nuestros amigos y hermanos de Asturias, caminamos desde todos los puntos de la geografía española con nuestra mirada fija en la gran convocatoria de Juan Pablo II para el Encuentro Mundial de la Juventud en Toronto en el próximo verano del año 2002, quien nos recuerda con las palabras de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo. Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su reflejo» ¡Sí,porque queremos ser «reflejo de la luz de Cristo» para la recuperación y el renacimiento espiritual de España y de sus jóvenes, hemos peregrinado a Covadonga en estos días de septiembre del año primero del siglo XXI, cien años después de la dedicación de la gran Basílica a MARíA. Porque con Ella, la Madre de Jesús, el Hijo de Dios, y Madre nuestra, se hace claro, sencillo, humilde, accesible a todo corazón sincero y noble, el camino de la fe, de la esperanza y del amor, el camino de la salvación y de la vida: LA LUZ
Con ELLA queremos reconocer claramente dónde está la a tentación que ha puesto siempre al hombre en la dirección de la oscuridad y de la muerte como se ve tan paradigmáticamente en la historia de Israel. Lo escuchábamos en la lectura del libro del Génesis: «Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: Éste es tu Dios Israel, el que te sacó de Egipto». La esencia del pecado de Israel consistía en la decisión de elegir y hacerse «su Dios» a su imagen y semejanza, a la medida de sus pasiones e intereses: del placer y del poder. Cuando el hombre pretende disponer de Dios, someter a Dios a sus intereses más terrenos, acaba por negarlo y, con esta negación, termina por ignorar su misma nobleza, la dignidad de la persona humana: la propia y la de sus hermanos. Entonces se hace verdad la terrible máxima del «homo homini lupus» -del «hombre que es un lobo para el otro hombre»-.
La tentación sigue viva y trágicamente activa en la historia de nuestros días. ¿Qué hay sino detrás de los autores promotores de la terrible agresión terrorista en Washington y Nueva York del pasado miércoles que una pervertida conciencia de creerse «dioses», dueños y señores de la vida de sus prójimos? ¿Y no late tembién esta actitud, ciega ante Dios y terriblemente cruel y destructora del hombre, en los jóvenes de ETA, de la misma edad, de la misma tierra, de la misma tradición familiar y cristiana que nosotros? Y seríamos hipócritas si no reconociésemos igualmente que esa «creación de dioses falsos», halagadores de nuestro egoísmo —que son el dinero, el pasarlo bien a toda costa, la vida fácil y superficial, etc.-, está también en la raíz de tanta pobreza, miseria y dolor como es la que afecta a esa inmensidad de pueblos del Tercer Mundo, tormento de nuestras conciencias; y en la marginación de tantos en nuestras sociedades de la opulencia y del bienestar.
La elección de MARÍA marcó definitivamente el nuevo rumbo, al declararse «la esclava del Señor», al abrir su corazón sin condiciones, plenamente, a los destinos y vocación que Dios señalase: «Hágase en mí según tu palabra». Entonces por la acción del Espíritu Santo ocurrió que engendró en su seno al Hijo unigénito de Dios, la VERBO, la Palabra del Padre, llena de gracia y de verdad: LA LUZ Y LA VIDA de todo hombre que viene a este mundo.
Con ELLA queremos aprender de nuevo a recorrer el itinerario de una existencia abierta a su Hijo, el CAMINO, la VERDAD y la VIDA. Su comienzo implica siempre conversión. Cambio de corazón que se abre a Dios. Es posible ya. Porque desde el día de nuestro bautismo y por su gracia, sellada y llevada a plenitud por el don del Espíritu Santo en el día de nuestra Confirmación, podemos decir con San Pablo: «Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio». El Señor se fió de nosotros, de todos y cada uno de nosotros. Nos llamó y nos encargó una misión personalísima e intransferible, a realizar en el amor, dentro de la Iglesia y en el mundo. Es hora de descubrir con MARÍA, en COVADONGA, queridos jóvenes venidos de toda España, esa personalísima vocación recibida del Señor para vencer definitivamente en nuestras vidas la tentación de las tinieblas y del odio, las del rencor y de la muerte, diciendo con María a Jesucristo o: cúmplase en mi tu llamada, tu palabra, tu invitación a vivir la apasionante aventura del Evangelio en el sagrario más íntimo de mi vida personal; y clara y limpiamente, entre mis amigos y compañeros, en cualquier ámbito donde yo me mueva: en la familia, en el estudio y en el trabajo, cuando me divierto, sueño, me desilusiono… ¡Cueste lo que cueste! Sin tener miedo a decir Sí a la vida consagrada, al sacerdocio, a la vocación del seglar apóstol. Los obstáculos son muchos y poderosos, provenientes a veces de los nuestros, de personas muy queridas. Puro todo lo podremos en aquél que nos conforta, abandonándonos en el regazo maternal de la VIRGEN: orando con Ella, imitándola a Ella y, sobre todo, dejándose conducir por Ella a ese punto y lugar de la vida donde se produce el encuentro con Cristo: el encuentro gozoso de la conversión
Porque, efectivamente, JESÚS nos busca personalmente, a cada uno, como si no hubiese nadie más en el mundo que nosotros, como el pastor de las cien ovejas, a quien se le pierde una, deja las noventa y nueve en el campo, y va tras la descarriada. Esa búsqueda -la nuestra-
le costó a Jesucristo la CRUZ. Su Resurrección señala y garantiza la promesa de que a la búsqueda seguirá el hallazgo, el increíble encuentro Hoy, en nuestra peregrinación a la Santa Cueva, a la Casa de LA SANTINA, hemos corrido a ese encuentro, Ella nos ha ayudado decisivamente a no rehusarlo, a no frustrarlo; antes bien, nos ha movido a apresurarnos, a que fuese una realidad nueva y transformadora a través del Sacramento de la penitencia y de la reconciliación, al que nos hemos acogido en el día de ayer y hoy, con sinceridad, con la humildad de la confesión de nuestros pecados y con la alegría desbordante. recibida en el perdón del Señor. Y que, ahora, en esta celebración de la Eucaristía dominical, hallará su momento culminante en la comunión de su Cuerpo y de su Sangre sacrificados y ofrecidos por nosotros y la salvación del mundo: fuente pascual de un gozo que no cesará de brotar jamás.
El encuentro con el Señor y con su Evangelio es de naturaleza eminentemente personal, pero, a la vez, esencialmente comunitaria. La experiencia de la conversión personal a Jesucristo se realiza en la Iglesia y quiere ser compartida por todos. La Virgen, como Madre de todos, nos quiere a todos en la Casa del Padre, junto al Hijo, amándonos unos a otros como nos ha amado, participando en la misma gracia del Espíritu Santo. Nuestra peregrinación a Covadonga debe de concluir con una renovada conciencia de nuestra responsabilidad misionera ¡Queremos llevar la luz de Cristo a todos los jóvenes de España! La que recibirnos de nuestros mayores, recuperada y renacida en este santo lugar hace más de mil doscientos años, transmitida siglo a siglo con fidelidad tantas veces heroica y siempre generosa en la misión y en la entrega al amor del hermano. También está hoy en juego el futuro y el destino del alma de España.
Por ello, os quisiera invitar a rezar conmigo la última parte de la plegaria del Santo Padre a la Santina en su memorable visita a su Santuario el día 21 de agosto de 1989, bellísimo y significativo colofón de su viaje a Asturias y, de un modo singular, de la luminosa IV Jornada Mundial de la Juventud en Santiago de Compostela, en su Monte del Gozo:
«Madre y Maestra de la fe católica,
haz que Covadonga siga siendo, como
antaño lo fue,
altar mayor y latido del corazón de España.
Y a quienes te cantamos como
«La Reina de nuestra montaña»
y a todos los hermanos que peregrinan
por los senderos de la fe,
muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre,
que nos ofreces siempre como Salvador y
hermano nuestro.
¡Oh clementísima, o piadosa, oh dulce Virgen María!

Amén.

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